• CAPÍTULO 24 •

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En la mañana siguiente Ruggero no estaba en la cama. Me meto a la ducha y cuando estoy lista me voy a la cocina donde no hay nadie más que Ana.

—Buenos días.

—Buenos días, ¿Y los demás?

—Los científicos tienen que hacer veinte cargamentos de marihuana para hoy en la noche así que no los veremos por un buen rato.

—¿Mi hermano también?

—Se fue.

—¿Adónde?

—No lo sabemos. A él también le tocaba castigo pero a Ruggero no le apura tanto porque es su cuñado así que lo dejó pasar. —Menos mal—A Bratt le tocó el sótano de los castigos, se encargará de los nuevos que llegaron.

—¿Le tocó torturar?

—Si. Y Maxon tiene que hacer mucho cargamento de armas para esta misma noche.

—¿Sophia?

—Llorando en su recámara. —Se alza de hombros—Ruggero me pidió que organizara la gala y en eso estoy. Se supone que también Sophia para que se distrajera un poco y dejase de llorar pero no ha querido y aquí ando yo sola, ¿Quieres ayudarme?—Hago una mueca.

—Lo mío no es la organización.

—Entiendo.

—Mejor iré al establo, ¿Nos vemos en la comida?

—Claro, suerte.

Le sonrío antes de marcharme.

[...]

Aburrida, aburrida, aburrida.

Me paseo por la mansión después de cabalgar con Antonio. Llego a la oficina de Ruggero donde hay hombres armados afuera haciendo guardia.
Paso de corrido sin tocar y lo veo en el escritorio.

—Iré de compras, dame dinero.

—Hola, estoy bien gracias por preguntar. —Me pongo a su lado y levanta su mirada para verme—¿Y tu tarjeta de débito?

—Se le acabó el dinero.

—Ah. —Se pone de pie y saca una tarjeta negra—Cómprate lo que quieras princesa, mi mujer debe de tener siempre lo mejor. —Pero antes de que la pueda tomar, él me la quita—Antes de que te la dé, se buena con tu hombre y dame un beso.

—Tú no eres mi hombre.

—Entonces no hay tarjeta.

—¿Me condicionas?

—Sólo te pido un beso.

—Pues prefiero que te quedes con tu tarjeta antes de decir que eres mi hombre. —Trato de irme, pero me toma con fuerza de la muñeca y me acorrala entre el escritorio; ¿Tan rápido y ya se enojó? No aguanta nada.

—Cuida la manera en que me hablas. No te comportes como una malagradecida ¿Okay? Porque tú también te merecías un castigo y no te lo di porque como mi mujer, tienes más privilegios que todos.

—Como quiera no iba a cumplir el castigo.

—No me retes.

—Aquí yo no sé hacer nada. Dime, ¿Qué tenías pensado ponerme como castigo? Tengo curiosidad.

—Tenía pensado tal vez: cadenas, esposas, látigos, aceite de coco, una venda para los ojos y mis manos sobre tu cuello.

Mi respiración se agita al escucharlo decir aquello.
Debería de enojarme, pero sólo me excitó.

Tú, Yo y El Mal Where stories live. Discover now