• CAPÍTULO 97 •

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Miré por la ventana del edificio cómo unos hombres armados al tope y con el logo de la bandera de Estados Unidos subía a los demás a las camionetas escoltadas.

No me miró antes de subirse, y no lo hizo después de que se marcharan.

Esa sensación en mi pecho llamada traición era insoportable. Me duele que Ruggero no comprenda lo importante que es para mi el matar lo más preciado que tiene para herirlo como él me hirió a mi.
Quería cerrar la puerta de este ciclo, liberar mi paz de nuevo, vengarme. Parecía un capricho pero era mucho más que eso. Lo anhelaba, quería destruirlo y creí que tendría el apoyo de mi esposo como me lo había dicho cuando nos reencontramos de nuevo, pero me equivoqué. Esto era demasiado importante para mi. Mi paz mental dependía de esto.




Hermes se había comunicado conmigo desde un teléfono que me dio Simón, él siempre fiel a nosotros.
Me ha conectado con Stewart a través de una línea invisible e imposible de rastrear, venía en camino y llegaría en unas cuantas horas ya que se encontraba justamente en esa zona.

Me senté a esperarlo.
El sol comenzaba a asomarse poco a poco y, por un breve momento me permití hacerme bolita en el suelo abrazando mis piernas al pecho.

¿Qué es lo que hacía mal? ¿Por qué es que me iba tan mal en las relaciones amorosas?
Hermes no me había entrenado toda mi vida como para depender de ningún hombre, recordé aquellas palabras que me dijo antes de golpearnos.
Tenía tanta razón.
Desgraciadamente me enamoré, y me traicionaron.
Y para acabarla, volví a abrir mi corazón y nuevamente me sentía traicionada.
Jamás debí de decirle lo que sentía a Ruggero, jamás debí de hacer eso maldita sea. Si no lo hubiera hecho ahora mismo pensaría que no me lastimó porque no sentía nada por él.

No sé cuánto tiempo me quedé ahí llorando hasta que unos ruidos se escucharon allá abajo.
Me puse alerta y tomé mi arma, entonces, escuché esa voz.

—¡Hemos llegado!

Abrí la puerta y salí con la cabeza en alto, bajé varias escaleras hasta llegar al piso más bajo y encontrarme con dos niños adolescentes con las manos y bocas amarradas con un mecate.
La furia me llenó por dentro. No los conocía, pero los odiaba con toda mi alma por portar sangre del maldito infeliz de Moore.

—Bien hecho Stewart.

—¿Y el señor Pasquarelli?

—Los planes cambiaron —cargo la pistola—. Estamos solos.

—Perdone señorita, no lo entiendo, el plan era encontrarnos con el señor Pasquarelli y que ustedes se divirtieran un poco con... —negué, si, ese era el plan. Nos divertiríamos con Harry porque teníamos a sus hijos y los mataríamos frente a él. Era mi regalo de bodas, reírnos del oponente—. Ya veo.

—El plan se recorre, ahora no nos divertiremos, ahora haremos las cosas con mano dura —el disparo resonó en el edificio, la bala atravesó el craneo del hijo mayor de Harry. Después, con el siguiente. Ambos cayeron al piso muertos en un charco de sangre.

Eso lo pudo haber hecho Stewart desde hace mucho, por eso se me hace egoísta haberlo hecho hacer un montón de cosas para que me los trajera.
Pero como lo dije, el plan ya era diferente y ya no había diversión.

Me guardé el arma y lo miré.

—¿Ahora qué?

—Iremos por Harry. Ejecútales la cabeza, las llevaremos a dar un paseo. —así lo hizo, me obedeció y las metió en una bolsa deportiva.

—No será difícil encontrar al General Moore.

—Lo sé, pero cargamos con más enemigos de Ruggero y sus estúpidas niñas, seguro que ellos nos...

Hablé demasiado pronto. 
Varias camionetas se habían estacionado frente al edificio, Brooks y yo conectamos miradas a través del cristal y todo pasó tan rápido que me costó procesar la bala que atravesó el craneo de Stewart.
¡Maldita sea!

Corrí por la bolsa del suelo y huí de la lluvia de balas que empezaban a dispararme.
Salí por una ventana trasera y atravesé el sitio en pocos segundos.
Podía escuchar los pasos de las personas detrás de mi, eran demasiadas, no sé cuánto tiempo me costó pero llegué a la parte alumbrada.

No tenía escapatoria.

No dejé de correr entre las personas, era el centro de atención de todos aquellos pero en este momento no me importaba, lo que quería era escapar de aquellos gorilas.

Empujé a un hombre de la motocicleta que llevaba y se la robé, las patrullas de la policía me indicaban que ya me habían reportado.
Me metí entre callejones desolados que me llevaban a calles de mala muerte, trataba de perderme del ojo del espectador pero me fue imposible.
Las balas volvieron a volar a mi, la camioneta de Brooks estaba detrás.
Una de ellas dio con la llanta, salí volado por los aires. El fuerte impacto de mi cabeza fue amortiguado con el coche estacionado frente a mi, bueno, mínimo fue mejor que el pavimento.

No me rendí y seguí corriendo con la bolsa en la mano. Empujaba a todo aquel que se ponía en mi camino, no sabía dónde estaba y para mi maldita suerte no contaba con el celular que me comunicaba con Hermes.

»Estaba sola en esto, y saldría viva porque no necesito que un maldito príncipe o villano me rescate«

—¡Las llaves del auto! ¡Ahora! —la mujer se asustó por la pistola en su cabeza y me lo entregó.
Ahora conducía un convertible rojo de nuevo por las calles de San Francisco, las patrullas no eran un problema del todo, los Brooks se encargaban de quitárselos del camino porque también les estorbaban.

Entonces, la camioneta negra se puso a mi lado sin darme cuenta y pude ver su maldita sonrisa. Después su arma me apuntó.

—¡Quiero a mis hijas! ¡Ruggero se arrepentirá!

Antes de que su bala traspasada mi cabeza, giré el volante  y estrellé el coche contra ellos.
No hizo mucho mas que tirarle el arma por la ventanilla.

El convertible no daba para mucho, lentamente fue perdiendo velocidad.
Por primera vez comprendí una cosa. Y esa era que me habían atrapado.

Carlo Brooks se bajó del auto y con su gran mano me agarró del cabello y me tiró al pavimento.
Varias camionetas me rodearon, había perdido.

Lo peor de todo es que sabía que si Ruggero hubiera estado conmigo esto jamás hubiera pasado.
Se me hacía totalmente injusto tener que pagar las consecuencias de sus tonterías sabiendo que yo también tenía.

...
Capítulo corto<3

Mabel Paz

Tú, Yo y El Mal Where stories live. Discover now