• CAPÍTULO 54 •

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Ruggero Pasquarelli

—Un placer complacerlo, mi rey.

—Cierras la puerta cuando te vayas.

—¿Y quién dijo que me iba a ir?

—Yo. Ahora largo Natalia.

—Dale, no me trates como a las criadas a las que violas —salimos de mi oficina, me abrocho el pantalón y sigo con mi destino hasta mi habitación. Ella entra detrás de mi y me agobia de que me siga a todos lados.

—Natalia, de verdad quiero estar solo y tu presencia solo me estresa.

—Ya ha pasado mucho tiempo. Ya mero regreso a Europa para el atraco al presidente y tú sigues sin hacerme caso. Recuerda que no me verás dentro de mucho tiempo.

—Pero regresarás, eso es lo único que me importa.

Veo que son las doce de la noche al quitarme el reloj de la muñeca y me empiezo a quitar el cinturón de nuevo.

Ella se sienta en mi cama y no le digo nada, ya que a veces suele ser demasiado irritante.

Entonces, siento algo diferente, algo distinto en mi habitación y volteo a todos lados para ver si algo me falta.
Y ahí estaba, mi pared estaba vacía de una parte y comprendí que me habían robado algo.

—Maldito Leo.

—¿Qué sucede?

—Me ha robado mi cuadro —vuelvo a ponerme el cinturón y salgo enojado de la recámara con Natalia de nuevo pisándome los talones—¡Leo! ¡Maldito hijo de puta! ¿¡Dónde estás!?

—¿Ese cuadro feo de Karol?

—Era MI cuadro. MI pintura. Yo pagué por ella y no puede venir así nada más a quitármela.

—¡Necesitas superarla!

—¡Necesito que me dejes de molestar! ¡Estos son mis asuntos! ¡Ese niño me tiene hasta la madre!

—¡Supérala! ¡Se fue hace mucho!

—¡Yo la superaré hasta que yo quiera! ¡Tú no comprendes nada porque tú no eres como ella y si no quiero que la remplaces es porque nunca llenarás su espacio! ¡Grábatelo! ¡Tenemos sexo! ¡Pero no una relación! ¡Y me cansa que me celes con toda la maldita servidumbre con la que me acuesto! ¡Me cansan los celos! ¡Me cansas tú!

La dejo con la palabra en la boca y voy a su habitación, pero no lo encuentro y abro varias puertas de varios salones de golpe.
No hay nadie más que mis criadas.

Enojado, voy al living y las puertas se abren dando paso a Sophia que acaba de llegar.
Tiene la mirada perdida, y camina como si no me viera. Así que la tomo con fuerza del brazo para que reaccione y me vea a los ojos.

—¿¡Has visto a Leo!? ¡El maldito me robó!

En sus ojos se ve perdición, como si algo la agobiase o como si...

—No. No lo he visto.

—Si lo ves dile que lo estoy buscando. Es un hijo de puta.

Tú, Yo y El Mal Where stories live. Discover now