• CAPÍTULO 40 •

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Estamos en una terrible tensión.
Hermes hizo pasar a Elena y estamos sentados en los sofás.
Ruggero se encuentra conmigo viendo todo el drama, Elena tiene a sus hijos en cada una de sus piernas en otro sofá -no ha parado de llorar desde hace ya un buen rato- y Hermes está en otro junto con Valentina. Pero aunque mi amiga tenga el cuerpo y la mirada aquí, yo se que su mente está volando a millones de galaxias viendo el futuro que le avecina con mi hermano, obviamente ya nada será igual ahora que cargan con dos criaturas.

Por otro lado mi madre está en la cocina preparándoles a los niños unos vasos de leche con chocolate porque Elena ha dicho que no han comido nada en todo el transcurso de viaje hasta acá.

—Primero deja de llorar —mi hermano la regaña—Estoy muy enojado. Merecía saber la verdad desde un principio, me mentiste, sigues siendo igual de miserable que siempre.

—Me enteré un mes después de que me fui. Dijiste que no querías saber nada de mi y no quise molestar.

—¿Cómo estoy seguro que son míos y no de Bratt? Que no se te olvide que en esos tiempos andabas muy de calenturienta y le abrías las piernas también a él.

—En la carpeta vienen todos sus documentos. Además los niños son idénticos a ti Hermes.

Otro incómodo silencio. Todo es tan incomodo y nada más nos faltan las palomitas a Ruggero y a mi para simular que vemos una telenovela.

—¿Por qué te persigue la policía?

—Dieron con mi paradero. Los agentes de élite de la FBI. Los malditos Moore localizaron todos mis negocios y ahora estoy en la mira. No puedo seguir en Los Estados Unidos, huiré, trataré de comunicarme contigo lo antes posible para decirte en donde mi ubico en caso de emergencia.

—¿Tienes en qué transportarte?

—Si.

—¿Tienes dinero?—Valentina abre los ojos de golpe al escuchar a mi hermano preguntarle eso. Es obvio, ella aún sigue en shock—Porque supongo que no.

—No te quiero molestar...

—Eres la madre de mis hijos, te necesito viva —De su cartera saca una pila de billetes grandes, tal vez algunos miles de dólares—Toma. Y toma esta tarjeta. Nadie la podrá rastrear así que no te preocupes. Es la tarjeta que me hizo Dalton, un integrante del equipo de Ruggero capas de hacer lo imposible.
Te estaré depositando cada mes hasta recibir noticias tuyas. Si los niños se van a quedar conmigo también necesito que en un futuro aunque sea te vean por videollamadas; ellos te necesitarán.

Mi madre llega y les da a los niños en envases de bebés la leche chocolatada. Si Apolo y Helios hace rato no los hubiera escuchado hablar, juraría que son mudos.

Le ofrece a Elena un vaso con agua con un emparedado como el de los niños. Ella acepta los tres y se los da a sus hijos los cuales comen en silencio.

—Hermes... Yo sé que te hice daño...

—No hablemos de eso, olvídalo —otro golpe para Valentina—La noticia me tomó de sorpresa lo admito, pero no cambia el hecho de que son mis hijos y que aquí no les va a hacer falta nada.

—Vendré a buscarlos cuando todo esto acabe.

—Tomate tu tiempo, estás persecuciones suelen durar años.

—Corro el riesgo de que me atrapen.

—Si te atrapan yo muevo cielo y tierra para sacarte de ahí. Ellos no se apiadarán de una mujer, ellos te torturarán hasta acabar con todos tus negocios. —y otro golpe bajo para Valentina. Esto se pone bueno.

Tú, Yo y El Mal Where stories live. Discover now