• CAPÍTULO 73 •

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Alcohol, drogas, un Bugatti y un arma con muchas recargas. Así podía definir mi primera semana tratando de sanar este pobre corazón roto que me cargo. Quería ya no sentir nada, quería volver a ser la misma que era cuando no estaba enamorada de nadie. Simplemente quería dejar de existir.

No había vuelto a llorar. ¿Para qué? ¿De qué sirven mis lágrimas? Mejor me dediqué a comprar gran cargamento de armas en el mercado negro, tenía suficiente equipo como para destruir una ciudad entera por mi sola. Y eso, eso era lo que quería hacer.
Karol la niña buena se había terminado, Karol la que se medicaba para sus enfermedades se había esfumado de la tierra. Ahora sanaba mi dolor con marihuana, polvo blanco y alcohol.

¿Dónde estoy? Estoy en Nevada. ¿Cómo llegué aquí? No tengo ni la menor idea. Sólo tomé mi Bugatti, mis armas, y me dediqué a hacer masacres en lugares públicos con simplemente una gorra y lentes.
Sabía que Harry ya sabía lo que hacía, y me alegro de eso, es para que aprenda que él lo ha provocado con su mentira.

Fumo un cigarrillo, estoy en un motel de mala muerte mirando un mapa. No me gusta dejar patrones, así que me dedicaba a ser discreta con todo y no dejar marcas ni huellas.
Aplasto el cigarro en el cenicero y me paro para ir a ver mi mezcla química explosiva. Próximamente será lanzada en una universidad, así que debía de ser muy letal para todos.

Veo las noticias, no hay nada sobre mi y no me sorprende que Harry quiera hacer todo esto por privado para que mi rostro no esté en todas las redes sociales. Pero que se joda.

¿La señora Carmen? Está conmigo. Parece que ha vuelto a ser la misma, la que trata de ayudarme y la que prometió nunca dejarme sola porque somos amigas. Pero sé que me tiene miedo, lo puedo ver en sus ojos, así que ella se encarga de hacerme de comer. Quise sentir pena por ella, pero ahora mismo trato de no sentir nada por nadie.

—Me voy —informo.

—¿A dónde?

—¡A donde yo quiera! ¡Déjeme en paz!

—No me grites Karol. Yo no soy una más de tus enemigos.

La fulmino, tiene razón.
Tomo mi bolso de gimnasio y echo todo, desde mis cuchillos, armas, hasta las bombas explosivas que recién he hecho.
Conduzco por la solitaria noche y me estaciono lejos del lugar donde me hospedo. Un señor alto y posiblemente con un aspecto aterrador entra al asiento de copiloto y me entrega una pila de billetes.

—Los quiero muertos a todos. Que no sobre ninguno.

—¿Acaso duda de mi?

—No quiero que nadie se entere de esto.

—Soy cuidadosa en lo que hago. Entrégueme las fotografías y bájese de mi precioso coche.

Así lo hace, sabe que soy una mujer peligrosa y me obedece. Vuelvo a poner marcha a otro sitio. Si. A esto me había estado dedicando este tiempo, a matar a personas que les estorbaban a otros sujetos. No pensaba tomar dinero de la tarjeta de crédito que me dió Hermes, no quería nada de él porque sé que estoy muerta.
Fumo otro cigarrillo, alcanzo el límite de velocidad y pongo música a todo volumen.




Pongo el ojo en la mira, apunto con el arma de fuego desde arriba de un edificio. Observo por una ventana que es una comida familiar, tal vez un cumpleaños, puede ser que de la pequeña de seis años de la cual tengo su fotografía alado.
La pequeña corre porque le han regalado un perrito, todos festejan y la cargan porque se supone que es un día feliz.

Veinte minutos después de lanzar una granada a ese departamento, salgo con las manos limpias sin dejar rastro de mi.
El trabajo está hecho.

Conduzco de vuelta a mi nuevo paradero de víctimas, hago lo mismo. Así hasta que la fila de todos los que me contrataron se termina por hoy.
Todavía hay tiendas abiertas, me pongo unos lentes de diseñador y entro a un lugar prestigioso por vender ropa de marca. Gasto la mitad de todo lo que he ganado en este día y después vuelvo al motel como alrededor de las dos de la mañana.
Dejo mis cosas sobre el sofá, y le entrego la otra pila de billetes a la señora Carmen que sigue despierta porque me estaba esperando.

Tú, Yo y El Mal Where stories live. Discover now