Antonella Pasquarelli

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Una hermosa mañana me despierta con los hermosos cantos de los pájaros en mi ventana.
Sonrío, pero mi sonrisa desaparece al tocar el otro extremo de la cama y no encontrar a nadie.

Mi rutina de las mañanas era despertarme antes que Bruno, y así poderlo despertar con besos. Siempre que hacía eso, terminábamos en una mañana espectacular llena de romance porque me hacía el amor a esa hora.

Ignoro mis viejos recuerdos y empiezo a hacer mis rutinas mañaneras. Comienzo con una clase de yoga que dan en el living del hotel, después me subo a ducharme, a cambiarme y bajo por el desayuno.

—Buenos días señora Ferrigno.

—Buenos días compañeros, ¿cómo amanecieron?

Si, compañeros. Les digo así a los cocineros de aquí porque me gusta venir y ayudarles en los desayunos o cenas, ya que son las horas en las que me encuentro aquí.

—Muy bien. ¿Quiere algo en especial para el desayuno?

—Me apetecería unos huevos pero como los solía comer allá en Italia.

—Uf, no se preocupe que ya me ha enseñado a hacerlos y se los prepararé riquísimos. Tome asiento.

—En un segundo —me meto a la cocina, tomo una orden de las que tienen ahí pegadas y comienzo a cocinar para un huésped.

Amo lo que hago. No me pagan, pero me gusta hacerlo porque la cocina es mi pasión.

Tras varios minutos termino de hacerlo y los huevos italianos ya están listos. Disfruto un hermoso desayuno en el balcón de afuera que da a un lindo paisaje de la ciudad. Los coches van de un lado a otro y eso me recuerda de que necesito hacer unas compras para mi repostería. Así que termino mi desayuno de prisa y salgo corriendo a mi coche.

Libertad. Se siente tan hermosa la libertad. El poder salir a la calle sin ser vista mal por toda la gente que me perseguía es algo de lo que siempre voy a sentirme agradecida.

Tomo el coche que me regaló Bruno y conduzco a un supermercado. Tal vez ahí me tardé unas dos o tres horas, pero es que a mi me divierte estar aquí y ver las cosas que venden. Claro que me gustaría hacerlo con alguna amiga. La única amiga que tenía era la señora Cisneros y lamentablemente ahora ya no contesta a mis llamadas ni a mis mensajes de textos.
No la culpo, yo también me odiaría y odiaría el apellido Pasquarelli si fuera cualquier otra persona.

El sólo pensar en aquel suceso hace que se me remueva el estómago así que trato de ya no pensar en aquello.

Sonrío cuando el teléfono me suena y veo que es Andrés.

—Ciao, come stai.

—Hola hermosa, por lo que veo ya estás levantada y en algún lugar del centro ¿verdad? Se escucha mucho ruido.

—Bien dicen que el que madruga, Dios lo ayuda.

—Tienes mucha razón. Es una pena que no podamos ir a desayunar porque tú siempre te levantas muy temprano.

—Vale, pero no me molestaría acompañarte.

—¿En serio? De haberlo sabido antes.

—¡Por su puesto!—Sonrío. Me gusta tener compañía—¿Nos vemos en mi repostería? Te puedo preparar lo que quieras.

—¡Claro! Me gusta mucho estar ahí contigo.

—Y a mi me gusta que me ayudes con las galletas —nos reímos—Que tengas una bonita mañana Andrés, que Dios te bendiga y que todos tus deseos se cumplan. Nos vemos en unos minutos.

Tú, Yo y El Mal Where stories live. Discover now