• CAPÍTULO 81 •

1.3K 163 72
                                    

Karol Sevilla

—Gracias por hacer eso por Simón, princesa. Has hecho que Ruggero se cansara un poco para cuando le tocase la pelea con él.

—No hay de qué. Cuando se trata de golpear a Ruggero me es muy fácil hacerlo.

Lily y yo. Simplemente nosotras en la cocina con un bote de helado cada una platicando de lo que acababa de suceder apenas hace poco.
Vemos a Madison entrar también, pero no tarda nada para que llegue Agustin con varias maletas en manos y se besan frente a nosotras en forma de despedida.
Si, Ruggero había echado a Agustín de la casa si quería ser novio de Madison formalmente.
El pobre también tiene el rostro con moretones y puntadas porque le rompió la ceja.

—No entenderé el por qué le dijiste lo de nosotros a tu padre, pero no significa que te dejaré de querer.

—Yo también quería tener una relación normal. Así podríamos salir a citas sin estar a escondidas.

—Si, pero ahora ya no nos veremos por las noches o en los desayunos.

—Estoy segura de que conseguirás un buen departamento cerca de aquí.

Madison lo vuelve a besar, pero se aleja cuando Ruggero entra con los brazos cruzados y los fulmina.

—Podrás regresar cuando ustedes dos terminen —dice en voz alta—No me conviene dejarte ir, pero es lo mejor.

—Como quiera nos veremos en las tardes, suegrito.

—Me vuelves a decir así y te juro que...

—¡Papá! —aprieta el puño—Te acompaño a la salida Agustín, vamos.

—Vale. Adiós suegrito.

Ruggero no hace nada hasta que lo ve desaparecer con sus maletas.
Suspira agotado. Ya se ha metido a tomar una larga ducha conmigo. Me sonrojo de solo acordarme de lo que hicimos hace rato cuando nos bañábamos.

Lo vemos ir al refrigerador para tomar un bote de helado, no dice nada, simplemente se sienta en su sitio y comienza a comer en silencio con nosotras.
Tras varios minutos llega Madison, y al igual que su padre también hace lo mismo.

Es extraño. Digo, estoy sentada a solas con ¿mi novio? ¿Mi quedante? No sé lo que es de mi, pero estoy sentada también con sus hijas.
Es como si fuéramos, ¿familia?
Uhh, qué asco. Odiaría que estas niñas me llamaran "mamá" o "mami".

—Papá.

—Mande Lily.

—¿Seguimos castigadas hasta el resto de nuestras vidas?

—Si.

Las niñas agachan la cabeza con tristeza. Entonces yo carraspeo la garganta para que él me vea y le digo con frialdad:

—Si ellas están castigadas, entonces tú también lo estarás.

—¿Yo? ¿Y yo por qué?

—No se me olvida la discusión que tuvimos anoche.

—¿Donde rompiste una silla y estrellaste la pared por el enojo?

—Si. Así que estarás castigado por reclamarme.

—¿En qué momento te volviste la voz mayor de la casa y no yo?

—Desde que regresé.

Lo fulmino, y se queda pensando por un rato debatiendo en su cabeza y averiguando si hablo en serio o no. Pero sabe perfectamente que sí lo hago.
Suspira rendido.

Tú, Yo y El Mal Where stories live. Discover now