Capítulo 1

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Albedo

3 de Enero – 13:00 PM

Espinadragón – Campamento de investigación

Debido al frío, escuchaba a Timaeus estornudar cada 24 minutos. Incluso tras meses en aquella gélida montaña, él no había podido acostumbrarse a nuestro entorno. En alguna que otra ocasión, intenté persuadirlo para que regresara a Mondstadt. Sin embargo, la respuesta siempre fue la misma: "trabajar con un alquimista de vuestra envergadura, es todo un orgullo para mí. El frío no podrá conmigo". Algún día debía reunir fuerzas para explicarle que no sólo me preocupaba su salud, sino que también sus estornudos me distraían. No obstante, tras lo poco que aprendí acerca de las relaciones sociales, sabía que decir tal cosa, no iba a ser del todo diplomático. Por fortuna, siempre podía profundizar mis averiguaciones, más tarde, en mi propia tienda.

-Timaeus: ¡Ya está aquí, señor! –gritó de pronto.

Esta vez, él no me distrajo de mi trabajo, pues bien sabía que eran la una y, desde hacía dos horas, yo ya estaba aguardando con impaciencia aquel preciso momento.

Envuelta en un abrigo blanco, ella se presentó en el campamento con la cesta de siempre en su mano derecha. Cuando se retiró la capucha, pude ser testigo, una vez más, de aquella hermosa sonrisa que a diario me dejaba, por unos segundos, hipnotizado.

-Aria: ¡Espero que tengas hambre, Al! –su actitud risueña y alegre cambió por completo el serio ambiente del campamento-. Hoy me ha salido más estofado.

Cerré el libro que estaba ojeando, lo devolví a la estantería y me encaminé hacia ella.

-Timaeus: Qué bien huele, señorita Aria... -comentó, ansioso-. ¿Y si me da un...?

Antes de que terminara aquella pregunta, pude alejar a Aria del campamento y de las oscuras intenciones de mi compañero. "Lo siento, Timaeus, pero esta comida es sólo para mí", pensé, sin mostrar emoción alguna en mi rostro (como de costumbre).

Una vez en mi tienda, de materiales humildes pero de amplio tamaño, Aria se colocó junto a la hoguera central para encenderla lo más rápido posible. Todos parecían no poder soportar el frío de aquella montaña... salvo yo.

Nos rodeaba poco mobiliario: una cama sencilla, una estantería con distintas muestras y una mesa rectangular que usaba para mis experimentos y para comer con Aria día tras día.

-Aria: he traído también un poco de esa bebida que tanto te gusta –tras calentarse las manos en el fuego, comenzó a colocar los víveres en la mesa-. Ayer no estaba en el mercado, pero hoy la he podido conseguir.

Desde niños, ella siempre me cuidó y me encaprichó con todo tipo de suculentas elaboraciones. También soportó las largas excursiones que mi curiosidad por este mundo o que mi afición por la pintura provocaban. Siempre, absolutamente siempre, estuvo a mi lado con la mejor de las sonrisas... desde que mi familia la adoptó como mi hermana cuando ambos teníamos unos 6 años. Yo, en cambio, en muy escasas ocasiones le devolví una emoción clara de gratitud. Aún así, jamás me lo reprochó. Me aceptaba tal y como era. Incluso pareciendo un ser indiferente a los sentimientos, ella no sólo los detectaba como ningún otro, sino que también los comprendía.

Sí, estaba enamorado de mi hermana.

Aquél era el gran pecado que siempre debería portar como un secreto. Por primera vez en mi vida, desde que me di cuenta de aquel deshonroso amor, temí que mis sentimientos pudieran mostrarse en mi rostro. Al fin y al cabo, a veces ella, especialmente en aquel último año, conseguía que mis emociones fueran lo suficientemente intensas como para que perdiera el control de las mismas. No obstante, hasta ahora había logrado, incluso en aquellas peligrosas y novedosas circunstancias para mí, reprimirme. Y así seguiría haciéndolo.

-Albedo: ¿se te han olvidado los guantes gruesos que tenías? –pregunté, al percatarme de que no paraba de frotar sus manos.

Ambos nos sentamos frente a la mesa, en las dos únicas sillas que tenía.

-Aria: se me rasgaron ayer a la vuelta al agarrarme a una piedra tras tropezar entre la nieve. Y sólo tenía estos –me mostró sus manos, enguantadas con una tela más fina de la que debería portar.

-Albedo: después te llevarás los míos también. Úsalos a la vez para bajar la montaña.

Ella levantó una ceja:

-Aria: sabes que no voy a aceptarlos, ¡no te puedes quedar sin guantes en este lugar!

Tomé uno de los dos platos que había traído y me serví una ración de estofado. El olor despertó mi hambre.

-Albedo: no me importa que los aceptes o no, los llevarás –dije cual orden-. O no te permitiré que sigas viniendo a Espinadragón.

Molesta, Aria infló sus mofletes, un gesto que me enternecía.

-Aria: ¿cómo sobrevivirías a esta montaña sin mi comida? –inquirió, y también se sirvió otra ración.

"¿Cómo sobreviviría sin verte?", pensé al instante, pero rápidamente detuve aquellos estúpidos juegos de mi mente. Tomé un trozo de carne, la cual casi se derritió en mi boca dada la cocción perfecta que había logrado.

-Aria: ¿qué? ¿cómo está? ¿te gusta? –preguntaba sin cesar al ver que ya la había probado.

-Albedo: bien –dije secamente.

De pronto, sentí su cálida mano en mi frente y me retiró, ligeramente, uno de los mechones de mi cabello para que no se colara en mis claros ojos. Para cuando me di cuenta, su cuerpo se había acercado en demasía al mío, y yo, ipso facto, aparté la cara hacia el lado contrario. Debía asegurarme de que contemplara mi sonrojo.

-Aria: últimamente no te gusta que te toque el pelo. ¿Tal vez te has vuelto más coqueto con tu aspecto? –rió-. ¡Me da más ganas de molestarte!

Mi corazón latía con fuerza. Debía tranquilizarme con un "contrapeso", algo que arruinara un poco mis sentimientos para así poder controlarlos.

-Albedo: ¿Qué tal con tu... –me costaba pronunciar aquel término- novio?

Volví a mirarla a la cara para poder examinar su reacción.

-Aria: ¿Con Tartaglia? –exclamó. Cuando venía a Espinadragón, dejaba su cabello castaño suelto. Su largura sobrepasaba la línea de los hombros. Pese a que no tuviéramos la misma sangre, también era voluminoso y debía atarlo con alguna que otra trenza-. De momento bien. Es muy atento conmigo.

Efectivamente, aquel tema de conversación redujo mis emociones al instante.

-Albedo: Hoy cumplís un año, ¿no?

Me miró con sorpresa. Sus gruesas pestañas se removían por sus constantes parpadeos.

-Aria: ... -se detuvo un momento a pensar-. ¡Es verdad! –se llevó la mano a la cabeza-. Se me había olvidado... ¡Soy un desastre de novia!

De todos los hombres que podía elegir, Aria se ennovió con un miembro de los Fatui. Con uno de los Once, además. Aquella organización había estado haciendo unos movimientos extraños por Espinadragón y parecían estar muy interesados en lo que estaba haciendo. Sabía que me vigilaban desde la lejanía.

Cuando Aria me contó la noticia, sentí que el mundo se me derrumbaba. Pero... sabía que aquel momento algún día llegaría. Ella había crecido como una hermosa, inteligente y dulce joven, así que no era de extrañar que muchos se le confesaran. No obstante, quizá nunca estuve preparado para que ella aceptara alguna de aquellas declaraciones de amor. Al enterarme, utilicé todas mis fuerzas para soportarlo delante de ella, para después poder llorar toda una noche en mi cama.

-Aria: bueno, hoy es la cena del pasado cumpleaños de Zhongli, así que imagino que no habrá preparado nada romántico –comentó, aliviada, y se llevó otro trozo de carne a la boca. Cuando lo tragó, siguió hablando-. Habrá muchos invitados de Liyue y Mondstadt. ¡Incluso Venti se encargará de la música! –me tomó del brazo para poder captar toda mi atención y dibujó en su rostro una mirada de cachorrito abandonado-. ¿Vendrás también, Al?

Fui raudo:

-Albedo: no.

-Aria: ¡oh, vamos! ¡Es sólo una noche! –insistía, mientras me tiraba del brazo una y otra vez-. No puedes trabajar tanto.

Yo preferí concentrarme en el estofado.

El Pecado del Alquimista [+18] (Genshin Impact)Where stories live. Discover now