Capítulo 33

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Sacarosa

25 de Marzo – 12:01 AM

Espinadragón – Entrada al Campamento de investigación

-Timaeus: ¡No voy a dejar que vayas! –decía aquel enclenque, obstaculizándome el paso al sendero que conducía a la tienda de Albedo.

Estaba nevando y el suelo era más resbaladizo que de costumbre. Pese a ello, Timaeus, por mucho que cayera, seguía levantándose ante mí con un gesto ridículo en su rostro. ¿Acaso se creía un héroe?

Desde la visita de su fea hermana, estaban pasando los días y Albedo no estaba cumpliendo su parte del "trato". No había ido a la ciudad a verme, ni siquiera había enviado un mísero mensaje. De hecho, no sabía nada de él.

-Sacarosa: no te entrometas en los asuntos ajenos, es de mala educación –repliqué. Un pequeño empujón bastaba para hacerle perder el equilibrio.

-Timaeus: Albedo no está bien, Sacarosa –advirtió-. Nunca lo he visto tan deprimido... -se le veía preocupado, como el perro faldero que era-. ¡Ni siquiera está continuando con su investigación! –aquello me alertó un ápice, pues sabía bien cómo era Albedo y era lo último que permitiría que sucediera. Para él, la alquimia era lo primero-. Sé que lo último que le conviene eres tú.

Solté una risita sarcástica.

-Sacarosa: ¿qué vas a saber tú lo que mi –acentué- novio necesita?

Activé mi visión Anemo y lo elevé del suelo para después lanzarlo de nuevo hacia el interior del campamento. Se escucharon varios cristales romperse.

Tomé al fin el camino y, en pocos minutos, llegué a aquella tienda de color amarillo.

-Sacarosa: espero que tengas una explic...

Enmudecí cuando lo vi tirado en la cama, por encima de las mantas. Al comienzo, temí que estuviera muerto dada la vaciedad de su mirada. No había siquiera brillo en aquellos siempre bellos y claros ojos.

El fuego estaba apagado (lo que daba un tono aún más sombrío a su ya deprimido aspecto) y su casaca tirada en el suelo. "¿No le importa morir de frío?", pensaba, desconcertada.

No había nada en su mesa de trabajo, la cual solía estar llena de todo tipo de libros, instrumental y anotaciones.

-Sacarosa: ¿cuánto llevas sin comer? –me senté al borde de la cama, pero él ni siquiera se esforzó en mirarme. Seguía perdido en su negro mundo-. ¡¿Ni siquiera vas a saludarme?! –él conseguía sacarme de mis casillas.

Lo tomé de su camisa y lo obligué a incorporarse sobre la cama.

-Sacarosa: ¿qué demonios te pasa? –lo balanceaba hacia atrás y hacia delante, pero ni se inmutaba.

Le costó pronunciar las primeras palabras.

-Albedo: no puedo más... -musitó, destrozado-. Cada vez tengo más claro que no voy a poder vivir sin ella.

Lo abofeteé, intentando que volviera en sí. ¡Y seguía sin defenderse un ápice!

-Sacarosa: ¡yo sí que no puedo más! –me quejé, harta de todo aquel drama con su maldita hermana-. ¿Sabes qué vamos a hacer?

Me quité la mochila de la espalda y saqué una botella térmica, cuya imagen hizo ensombrecer aún más su mirada. Le debía traer recuerdos.

-Sacarosa: eres inteligente, Albedo –comenté-. Sé que este olor te es tan característico que jamás hubiera conseguido engañarte para que lo bebieras.

-Albedo: un amnésico... -señaló acertadamente.

-Sacarosa: de los afrodisíacos sabías lo justo y necesario, no era precisamente tu especialidad –era una realidad que yo intenté aprovechar-. Pero a todo alquimista le ha interesado este tipo de brebajes para investigar la memoria humana. La fragilidad de los recuerdos es, en sí misma, curiosa pese a la importancia que les damos.

-Albedo: si sabes que no vas a poder engañarme para que lo beba, ¿qué pretendes hacer con eso?

-Sacarosa: tú eres quien lo va a querer beber –dictaminé, logrando una expresión distinta a la tristeza en su rostro. Le sorprendió aquel giro-. Al fin y al cabo, si lo bebes, podrás dejar de sufrir esta pesadilla y cumplir nuestro trato –dije de forma triunfal-. Has tenido la solución a tu gran pecado entre tus recetas y nunca la has utilizado.

-Albedo: ¿Olvidarme... de mi hermana? –no sabía ni cómo reaccionar. Jamás se lo habría planteado.

-Sacarosa: obviamente, cuando despiertes tras beberlo, te contaré lo básico –informé, en un intento de tranquilizarlo-. No podemos cambiar la realidad de que Aria es tu hermana, así que, tras borrarlo todo, te contaré quién es tu familia, pero podrás dejar atrás toda esa perversión digna de un monstruo. Y, por supuesto, también te contaré que yo soy tu novia para que se te haga todo más fácil.

-Albedo: pero también podría perder mis conocimientos de alquimista y eso a ti...

-Sacarosa: con este brebaje que preparé especialmente para ti –añadí, rauda-, olvidarás los sentimientos, pero no los conocimientos técnicos que, como ibas a decir, me atraen también de ti –al final siempre acababa pensando en él, por muy mala que me pusiera Timaeus-. Los sentimientos son débiles, Albedo, pero nuestra pasión por la alquimia, no lo es. Además, eres un genio nato, y la desmemoria no podrá cambiarlo.

Pese a su lamentable estado, quiso razonar. Debía evitarlo.

-Sacarosa: yo cuidaré de ti, Albedo –aquello pareció que lo echaba para atrás, lo cual, claro está, me ofendió-. O al menos cumplirás con este chantaje del que ya sabes que no tienes escapatoria alguna. ¿Es que acaso quieres que todos sepan cómo te tiraste a tu hermanita? –sonreí con malicia.

Quedó cabizbajo. En realidad, no tenía otra opción. Además, si se dejaba simplemente morir, ¿quién le aseguraba que yo mantuviera la boca callada?

-Sacarosa: ¿cómo es amar como un engendro, Albedo? -inquirí, dando el último empujón-. ¿Y si algún día... vuelves a hacerle aquello de nuevo a Aria? No siempre vas a poder controlarte.

Tal y como deseaba, me arrebató la botella de las manos y la bebió en un impulso.

El Pecado del Alquimista [+18] (Genshin Impact)Where stories live. Discover now