Capítulo 26

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Sacarosa

10 de Marzo – 11:05 AM

Espinadragón – Tienda de Albedo

Al fin mi suerte iba a cambiar. Todos mis planes habían acabado en desastre, pero, incluso tras tantos fracasos, había conseguido sacar partido a mis cenizas. Albedo no aceptó mis sentimientos cuando me confesé, no pude conseguir que se tomara aquel brebaje que tan cuidadosamente preparé para él... ni tampoco logré matar a su hermana.

Mediante una droga hipnótica, tuve que manipular a un mercenario para que asesinara a Aria en Liyue. Debía ser cuidadosa, nadie debía relacionarme con los hechos. Le pedí que apuntara al niño en lugar de a Aria, pues sabía que ella trataría de hacerse la heroína. También debía dejarse atrapar para "confesar" haberlo hecho por su novio, Tartaglia. La máscara del suceso era perfecta, así que no me sorprendió que ninguna investigación llegara hasta Mondstadt. Lo que sí me sorprendió es que aquel maldito mercenario escapara, así que tuve que drogarlo, una vez más, para que se suicidara y terminar con aquel cabo suelto. Los efectos del brebaje eran duraderos, pero cada cuerpo era un mundo y lo mejor era que jamás pudiera volver a hablar.

Estaba llegando muy lejos por Albedo, pero sabía que a futuro me lo agradecería. Su relación con su hermana era tóxica y pecaminosa. No iba a permitir que semejante hombre lo perdiera todo por no saber centrarse.

Yo era a quien debía amar, otra alquimista como él. Nos esperaba un porvenir maravilloso juntos.

-Albedo: ¿qué quieres que haga ahora? –preguntó, como si le estuviera amenazando con una daga en el cuello.

Pese a su posición, no estaba siendo muy romántico. Con el tiempo lo sería y podría entender todo lo que había hecho por él.

-Sacarosa: ¿qué le harías a tu novia? –utilicé un tono pícaro.

Tenía ganas de ver su reacción, pero, sorprendentemente, no hubo ninguna. ¿De verdad no iba a mostrar una sola emoción? Era imposible que fuera tan frío.

-Albedo: no lo sé, nunca he tenido una.

"No puede decirlo en serio, señor Albedo...", pensé, decepcionada.

-Sacarosa: hazme entonces lo que le hiciste a tu hermana aquella noche –espeté, vengativa.

Así fue como conseguí su primera reacción, aunque de verdadero odio.

-Albedo: Sacarosa, deberías pensar...

Lo interrumpí, debía dejar aquellos intentos vagos por cambiar mi parecer. No iba a conseguirlo jamás.

-Sacarosa: no juegues conmigo, Albedo –fui seria. Debía mostrarle que yo era la que tenía el control-. La próxima vez que no estés a la altura de un novio, me iré y lo contaré todo.

Él bajó la mirada. Se debía sentir totalmente acorralado, como debía ser.

-Sacarosa: vamos, Albedo –ordené.

Como un perro, esta vez se acercó él a mí. Su absoluto silencio era siniestro, pero mi satisfacción superaba todo límite.

Cual princesa, me cogió en brazos y me llevó hasta la cama. Su mirada iba perdiéndose a medida que avanzaba aquella situación. Me tumbó y se colocó encima de mí. Se movía como un autómata lo haría, pero no importaba.

Mi corazón iba a estallar.

Sin previo aviso, abrió mis piernas sin haber realizado siquiera preliminar alguno. Por supuesto, debía quejarme.

-Sacarosa: no trates de ir tan rápido –señalé mi boca. Había pintado mis labios aquel día sólo para él-. No voy a permitir que me tomes por tonta.

De ninguna emoción, pasó a exhibir una sombría expresión en sus azules y hermosos ojos.

Se agachó para aproximarse a mi rostro, sin embargo, cuando todo indicaba que iba a besarme y yo ya había cerrado los ojos, algo lo detuvo.

De nuevo, me propuse observarlo para encontrarme una pequeña lágrima en su mirada. Era una imagen extraña. Parecía estar a punto de llorar, y a la vez, aún en silencio, se mostraba impávido.

"Bueno, supongo que tendré que ayudarle", pensé, harta de todo aquel dramatismo.

Alcé un poco mi cabeza y lo besé yo misma. Sus labios no se movieron un ápice, pero le obligué a hacerlo usando la presión suficiente. Aquello era como cumplir un sueño para mí. Estaba tocando a mi ansiado ángel.

Pensé en meter mi lengua, pero no quería cohibirlo en demasía. "Para haberse tirado a su propia hermana, estaba demostrando ser un frígido", opinaba con razón.

Lo agarré del brazo y lo empujé a la cama, donde pude cambiar nuestras posiciones. Yo encima, él debajo. Era lo que se había buscado.

Ahora me daría mi tiempo en degustarlo.

Metí mi mano entre su rubio cabello y toqué aquella trenza que usaba para controlar su voluminoso flequillo. Lo acaricié como a un valioso tesoro.

Cuando toqué sus partes bajas, dio un brinco en la cama. Su instinto le habría pedido que se marchara, pero él, racionalmente, lo pensó mejor.

-Sacarosa: tranquilízate, Albedo –pedí, sonriente-. Céntrate en disfrutar.

-Albedo: no puedo, Sacarosa, no puedo... -suplicaba, apartándome la mirada. Parecía un niño pequeño.

-Sacarosa: pues no vas a tener otra alternativa –insistí, mientras bajaba su cremallera y sacaba su viril miembro. Era más grande de lo que pensaba, pero nada que no pudiera controlar. Había leído lo suficiente para estar preparada-. Dentro de unas semanas como mucho, acabarás suplicándome que lo haga.

Me arrastré hacia el otro extremo de la cama para encontrar el ángulo perfecto y poder meter su pene en mi boca. Aunque fuese por una mera reacción biológica, de aquella forma estaba segura que se pondría duro.

Él se incorporó e intentó llegar hasta mi cabeza para evitarlo, pero lo paré con facilidad al succionar, rápidamente, su pene. Apretó su puño, visiblemente frustrado por toda aquella situación. No obstante, al fin pareció entender su papel y se dejó caer de nuevo sobre la cama. Miró hacia el techo de la tienda y cerró los ojos. Si debía pensar en otra cosa o, más bien, en otro "alguien" para superarlo, estaba bien... por ahora. Al menos parecía que se había sometido al chantaje de una vez por todas.

Lamí su gran aparato, suavemente, como si tomara un rico helado. Sus párpados temblaban, lo que me causó gracia.

-Sacarosa: voy a meterlo dentro –anuncié, lo que quizá sonó para él como una amenaza, porque apretó aún más sus cerrados ojos. Parecía temer que alguien fuera a golpearlo.

"Poco a poco tendría que moldear aquella estúpida actitud", decidí, dejándolo pasar por esta vez.

Su pene, efectivamente, se había endurecido, así que, tras retirarme mis cortos pantalones y las bragas, me posicioné encima de aquella torre. Pensé que las gafas iban a ser un problema durante el acto, pero se mantuvieron en su sitio.

Mediante el tacto, busqué mi vagina moviendo mi trasero encima de sus genitales hasta que pude ensartarme. Fue tal el espasmo que sufrí que se me escapó un potente gemido. "Ojalá Timaeus haya podido escucharlo, así sabría que ahora Albedo era mío", sonreí. De hecho, quería que todo Teyvat lo supiera. Tiempo al tiempo...

Incluso sin haberme tocado antes, estaba muy mojada. Aquella circunstancia facilitó que, prácticamente, me deslizara sobre él. Subía y bajaba, como si estuviera haciendo sentadillas, dejando que todo el placer fluyera por mi cuerpo y alcanzara cada uno de sus rincones.

No podía ser más feliz.

El Pecado del Alquimista [+18] (Genshin Impact)On viuen les histories. Descobreix ara