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DIECINUEVE
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A medida que pasaban los días, comencé a involucrarme más en la Orden. El ambiente de Inglaterra era más tétrico que nunca e incluso el Callejón Diagon, donde las tiendas habían comenzado a cerrar y la única pizca de alegría parecían ser Sortilegios Weasley, se había vuelto un lugar solitario en el cual se podían escuchar susurros sobre avistamientos de los Mortífagos.

Remus nos había advertido a todos que fuéramos extremadamente cuidadosos y reforzáramos las medidas de seguridad, y en privado me había informado sobre la situación con los Mortífagos que intentaban ingresar a Hogwarts y todo lo que sabía sobre mi tío y Draco. Intenté más de una vez comunicarme con Malfoy, pero todas nuestras cartas eran bastante triviales y nada cercanas como solían serlo, aunque todavía lo amaba como a un hermano pequeño, su intento de protegerme solo nos estaba distanciando. 

Debido al creciente peligro, Liv y Pauline habían decidido estar en casa durante la mayor parte de estos días, por lo que no iban a la universidad del mundo muggle y usaban el tiempo juntas para resolver sus problemas y conversar sobre cómo hacer que su relación fuera más sana. 

Mi decimonoveno cumpleaños llegó un lunes frío y ventoso. Me desperté más temprano de lo habitual y me vestí únicamente con la camisa que Fred se había dejado en mi habitación con su olor aún presente y mi ropa interior. Silenciosamente fui a la cocina donde me preparé una taza de café y volví a mi cuarto para fumar un cigarrillo en el balcón antes de ir a entrenar con las Arpías. Encendí el reproductor de música y pronto, Where is My Mind de los Pixies llenó el silencio.

De repente, una cabeza pelirroja familiar apareció en el balcón del otro piso y esos ojos marrones que me tenían tan cautivada se encontraron con los míos, haciendo que me derritiese. 

— Buenos días, preciosa — Fred se acercó a la barandilla para cubrirme con su mirada de arriba a abajo, como de costumbre y murmurando con su voz ronca y soñolienta que envió estremecimientos por todo mi cuerpo. — Bonita camisa — me guiñó un ojo para después añadir; — Los diecinueve te quedan bien. 

No pude evitar sonreír. — Buenos días, Freddie.

— ¿Algún plan para hoy? Liv nos dijo que no querías una gran fiesta. ¿Por qué?

Mi sonrisa casi se desvaneció, pero logré mantenerla gracias a la cálida mirada de Fred. 

— Tengo práctica de Quidditch y no me siento de humor para una gran fiesta... Además, compartir un par de cervezas entre amigos es más que suficiente. Al menos este año tan caótico.

— Bueno, respeto tu elección, pero la fiesta aún está pendiente — me sonrió, — cuando salgas de entrenar ven al Caldero Chorreante. Georgie, Liv, Lin y yo ya reservaremos la mesa más grande.

El hecho de que se tomara el tiempo para hacer de mi cumpleaños un buen día ya era el mejor regalo que podía esperar.

— Gracias, Freddie — dije en voz baja, siendo interrumpida por la pequeña Iris que aterrizó frente a mí con un par de cartas atadas a su diminuta pierna.

El pelirrojo chasqueó la lengua, alegre. — No hay nada que agradecer, cariño.

Mi sonrisa se ensanchó al leer los nombres de las personas que enviaban las cartas;  Draco, Tonks, Remus, Luna, Hermione, Harry, Nev, Ginny, mi tío (la primera noticia directa que tenía de él desde junio) y, sorprendentemente, Devyan, junto con una carta firmada por todas las Arpías. 

Las dejé a un lado mientras me enfocaba de nuevo en Fred, quien me miraba con curiosidad y con esa sonrisa salvaje aún en su rostro. 

— Mi madre quiere que George y yo vayamos esta tarde a la Madriguera y, como más tarde estaremos con el resto... he pensado que podríamos tener un poco de diversión ahora si quieres.

WICKED HATE | FRED WEASLEY (traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora