Capítulo 66

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Erika

La primera semana transcurre bastante calmada en realidad, tengo mis altibajos y cada que lo necesito me escondo en el armario para abrazar ese camisón que no permití que desecharan, es algo que debo dejar atrás en algún momento, pero por ahora es lo que uso cuando vuelve la tristeza.

Por otro lado, Esteban intenta llegar lo más temprano que puede y me trae noticias de todo lo que ocurre para entretenerme. También, hace dos días vinieron de sorpresa Celia y Cristian para acompañarme durante la tarde, me dieron su apoyo lamentando mi pérdida y luego me obligaron a ver toda la saga del planeta de los simios para que no me deprima, según el pelirrojo. Debo admitir que me divertí bastante y fue bastante entretenido ver sus caras cada que Marcela entraba a traernos comida o a recoger los trastos que usábamos, porque ellos la reconocieron rápido y no les cabía en la cabeza que hacía aquí y de empleada doméstica.

Les expliqué la situación, pero no quitaba lo incomodos que se veían cada vez que ella aparecía y es entendible, saben lo que viví por ella.

El sangrado ha parado desde ayer y me siento con más fuerza para bajar sola las escaleras, pero justo cuando estoy por bajar el primer escalón, Marcela me ve y se exalta corriendo hasta arriba a mi lado tomándome del brazo.

—¡No hagas eso! No se ha terminado el tiempo que te dijeron.

—Yo puedo sola, ya estoy bien. —le digo bajando más rápido de lo usual.

—Niña terca, si tu esposo sabe que te dejé bajar sola tendrá verdaderas razones para echarme de aquí antes de lo estipulado.

Llego al primer piso y ruedo los ojos.

—Pero no hay forma de que se entere a menos de que alguna de las dos se le ocurra abrir la boca, yo no se lo diré y tu tampoco entonces no pasa nada. —explico moviendo mis manos con cada pausa que hago.

Niega con la cabeza revisándome con los ojos que todo esté en orden conmigo y mi vestido que denota mi plan de salir de aquí.

—¿Vas a salir? Sabes que no puedes aún...

—No me iré lejos, solo quiero caminar un poco.

—¿Un poco? ¿Qué tan poco? —pregunta preocupada.

Tiene razones para preocuparse, si me llegara a ocurrir algo estoy segura de que la primera persona con la que Esteban se va a desquitar será con ella.

—Es dentro del terreno, llevo un libro para sentarme allá, no me sobre esforzaré. —abro la puerta.

—¡Espera! —me detiene antes de que la cierre—yo voy contigo, no correré riesgos.

—Como quieras. —levanto mis hombros mientras ella sale detrás de mí.

Saludo a los escoltas que me encuentro al salir y siento las pisadas que me siguen cuando me adentro en los pastizales que me dirigen a mi destino. Aprecio el aire con sabor a naturaleza que me encanta sentir, miro los pájaros que vuelan y se posan en los árboles y en unos quince minutos llego al lago donde veo el abedul que tanto amo y me siento en el suelo apoyándome contra este, miro un rato el agua y los animales dentro de esta.

Marcela se sienta junto a mí en silencio.

—¿Qué es este lugar?

—Un lago—respondo seca sin quitar mi vista de los patos en el agua.

—No me refiero a eso—se ríe y se siente extraño escucharla—, quiero decir ¿es parte de tu terreno? ¿es tuyo?

—Si, técnicamente.

—Con todo respeto, pero desde que supe de tu matrimonio me he preguntado como fue que terminaste casada con uno de los hombres más ricos del mundo. Quiero decir, dijiste que pasaste hambre antes de esto entonces no eran del mismo circulo social ¿Cómo es que se conocieron en primer lugar?

ATADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora