Extra: La obra

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La niña da varios giros sobre si misma, su vestido provisional le hace ilusión en medio de los últimos ensayos previos al día de su primera presentación escolar. Muy diferente a los otros dos pequeños pelirrojos en la esquina del salón que solo juegan a las espadas con los materiales de escenografía sin prestarle la importancia que su hermana le da a la obra de teatro que presentarán ante todos en el prescolar.
Ella rueda sus ojos al verlos en su propio mundo y niega con la cabeza cuando su mirada se encuentra con la de su maestra y esta se acerca para arreglar el tul de su vestido.
—¿No hay forma de sacarlos de la obra? Solo opacan y distraen, maestra —dice la pequeña con su voz aguda e infantil pero bastante firme en su petición, tan firme que a su maestra le parece cómico.
—No Hanna, todos tienen derecho a participar a su manera. Debes tenerles paciencia, todos están emocionados y lo demuestran de distintas maneras, la de ellos es jugando a las espadas —dice sonriendo y elevando los hombros.
—¿Paciencia? No están ayudando en nada.
—Claro que sí, mira —señala a los demás niños que miran la lucha de los dos hermanos y los mantienen inmersos en su fantasía —, todos estan organizados y solo por verlos. Eso ayuda más de lo que te imaginas ¿Qué tal que todos estuvieran en desorden? No podrías practicar en calma tus líneas ni tu baile, de esta forma al menos tus hermanos te están ayudando a que el espacio sea solo para ti mientras los otros se divierten viendo su espectáculo improvisado.
La explicación no convence del todo a la malhumorada niña.La maestra suelta el aire y relaja sus hombros en rendición.

—Acompáñame —la toma de la mano y la guía a otro salón solitario iluminada con luz blanca y una pared de espejo — ¿aquí estarás más cómoda?
La pequeña asiente sin responder más y la mujer nota que es mejor dejarla sola. Algo le ocurre y su molestia va más allá de lo que comenta, no tiene que ver con sus hermanos y su falta de colaboración artística.
Hanna sacude su cabeza para no profundizar en los pensamientos que la irritan y se centra completamente en sus líneas teatrales y pasos. Activa la música en el salón y practica sin parar durante varios minutos, el sudor le resbala por la frente y las botellas de agua se vacían de apoco, de esta forma las dos horas que se mantiene encerrada se le pasan en un pestañear dada la naturaleza disciplinada que tiene y agradece internamente el tener distracción de sobra para no volver a analizar eso que tanto la está inquietando. Estira su cuerpo para descansar por un momento, pero el toque de la puerta la distrae levantando su cabeza en esa dirección.
—¿Quién es?
—Tienes visita, Hanna —dice la voz de su maestra al otro lado de la puerta.Una pequeña luz de esperanza se instala en el pecho de la niña y se endereza juntando sus manos con nerviosismo.
—¡Que entre! —dice en voz alta mordiendo el interior de su mejilla.La puerta chilla al abrirse con lentitud, ella parpadea emocionada por la expectativa del rostro que entrará, pero la ilusión que crecía al abrirse se apagó con la misma velocidad con la que se encendió. El rostro maduro y el cabello rojo que ingresó al salón la decepcionó, pero fue un consuelo ver en ese lugar a su querida abuela.
—¡Que bella te ves! —se acerca con los brazos abiertos y con evidente emoción. —Y eso que no has visto el vestuario oficial —responde el abrazo tragando fuerte.
—Lo imagino, serás la princesa hada bailarina más bella. Tus hermanos también se ven muy animados y preparados para la presentación.
—Lo dudo... —sonríe con ironía al pensar lo poco disciplinados que han sido a comparación con ella quien ha trabajado duro para que todo salga perfecto —solo tienen un trabajo y toca suplicarles para que lo hagan bien.
—No seas tan dura con ellos, preciosa —dice y la pequeña baja la mirada por un instante tratando de esconder lo que siente, cosa que de inmediato se percata su abuela tomándola del mentón con suavidad para verla — tienes algo y no tiene que ver con tus hermanos y su poca dedicación ¿no es verdad? —le dice agachándose para quedar a su altura.
Hanna niega con la cabeza, pero su malhumor que sirve como disfraz ante otros no es suficiente para engañar a Marcela Brown quien la conoce mejor que nadie.
—No tengo nada, abuela... solo quiero que... —inevitablemente su nariz se enrojece y pica junto a sus ojos causando que la pequeña se pase bruscamente las manos por el rostro —¡no me pasa nada!
—Oh, mi pequeña... ven aquí —la envuelve en sus brazos con fuerza para que no pueda escapar, aunque ella intente liberarse —, dime la verdad, no se lo diré a nadie.
—¿Lo prometes? —pregunta dudosa.

ATADOSWhere stories live. Discover now