Capítulo 75

266 24 5
                                    

Erika

Cuando abro la puerta mi corazón da un vuelco y creo que estoy alucinando con lo que veo en la entrada oscura. Mi boca se abre y llevo mis manos a mi pecho de inmediato, no lo creo, no es real esta imagen frente a mí.

—Est... ¡Esteban! —lo llamo gritando sin salir de mí asombro.

Cuando llega no puede ni preguntar que pasa porque se encuentra de cara con lo mismo que yo, confirmando por su rostro que no es mi imaginación.

—Buenas noches...—dice la joven con la cabeza gacha y con aires de timidez.

Es ella, no hay duda... ¿Qué le pasó a mi niña? Tiene puesto un vestido suelto largo y gastado, un saco de tela negro tiene el cabello opaco, no trae nada de equipaje aparentemente, se le ve las manos y el rostro sucio, pero lo que más llama mi atención es el bulto en su vientre que no logra disimular la tela de su ropa.

—¿Hanna? —mi esposo pregunta al fin con la voz llena de incredulidad. No parpadea y su rostro permanece impávido.

Ella asiente levantando ligeramente el rostro permitiendo ver los cambios en este, luce como si tuviese unos veinte años y la tristeza se refleja en sus ojitos verdes.

—Señores Harrison—¿Cómo nos llamó? Juega con sus manos nerviosa y a mí se me hace un nudo en el estómago—, sé... sé que dije que no volvería a molestarlos, pero... necesito ayuda y no tengo a nadie más... —dice en un hilo de voz—por favor.

El frio de la noche ingresa por la puerta y ella se estremece ante esto haciéndome reaccionar.

—Pasa, hija... no tienes que preguntar—duda cuando da unos pocos pasos mirando a los costados en la sala.

—¿No están? —pregunta sin mirarnos a los ojos.

—No, vuelven hasta dentro de cuatro días—responde Esteban con la respiración pesada, pero sin cambios en su expresión.

—No quiero que ellos me vean así—se le corta la voz, pero se recompone.

Veo el miedo en su andar lento, me atrevo a tomar su mano suavemente sintiendo como se estremece ante mi toque y yo misma la guío para que se siente en el sillón con cuidado, está bastante delgada y esa panza me inquieta.

—No quiero incomodarlos, si vine aquí no es por mi sino porque no he comido bien y en mi estado... les pido su ayuda para mi hijo y no para mí.

Esteban se sienta a un costado de ella y yo al otro, su mano está tan fría y escucharla hablar así se me quema el pecho, el gesto de su padre me dice que él debe estar igual que yo ahora mismo. Mi niña no es capaz de decirnos como debe, prefiere "señores Harrison" a decir "mamá y papá" ¿Qué fue lo que le pasó? ¿Qué es esta sumisión nada parecida a su ímpetu y viveza con la que creció?

—Hanna, dinos que pasó en estos once meses ¿Dónde estuviste? ¿con quien estabas? ¿Dónde estabas? Si no hablas no podremos ayudarte—habla con seriedad.

Ella toma su cabeza y parece que se marea.

—¿Te sientes mal? ¿Qué necesitas? —le pregunto al verla así tan pálida.

—Comer... si no es molestia.

¿Molestia? Dios mío, habla como si no hubiese crecido aquí, como si está todavía no fuera su casa, como si no estuviese hablando con sus padres. Me levanto de inmediato y traigo la sopa que estaba por comer antes de abrirle y ella la bebe deprisa directamente del plato, sin cuchara.

—¿Mejor? —asiente y tomo el plato dejándolo en la mesa de centro— ahora, cuéntanos por favor.

Se cierra el saco de forma retraída y mira al suelo con decaimiento.

ATADOSWhere stories live. Discover now