Capítulo 79

400 31 57
                                    

Erika

—¿Seguro que no es peligroso hacer esto?

—Para nada, linda, no le hagas caso a esos amargados—responde tomando impulso.

—Son doctores, Esteban.

—Y yo un exempresario ¿Qué hay con eso? —me dice empujando el columpio con todas sus fuerzas para que pueda balancearme en este sacándome una risa por la travesura que estamos cometiendo— ¿lo ves? ¿Cómo podría algo que me permite escuchar esa melodía ser dañino?

Me sujeto con fuerza disfrutando el vaivén.

—Tienes razón ¡no te detengas! —le pido para que no pare de impulsarme.

—Como extraño escuchar esa frase dentro de otro contexto... —dice entre dientes y ruedo mis ojos.

Momentos después me detengo.

—Tu turno.

—Ya que insistes... —me ofrece su arrugada mano para bajarme del columpio con cuidado.

Cuando está recién acomodándose en el asiento de madera, nuestra diversión es interrumpida.

—¡Señor Harrison! ¿Qué cree que está haciendo? —escuchamos la voz de Aurora dañando nuestra escapada.

Ella se acerca y lo hace bajarse con cuidado.

—Suéltame, mujer que yo puedo solo—alega mi esposo a quien tomo de la mano para que no empiece a alegar con la enfermera, ya lo ha cogido como costumbre cada que nos descubren haciendo algo que no deberíamos.

—Entremos, mi amor—le pido y el asiente sin dejar de mirar mal a la pobre mujer que solo hace su trabajo y a quien no dejamos de darle problemas.

Aurora se adelanta a la casa y yo giro mi rostro antes de entrar dando un último vistazo al columpio que hace tantos años construimos a mano con Esteban para nuestros hijos. Caminamos hasta nuestra habitación que ahora es permanentemente en el primer piso para no desgastar más las pobres rodillas de ambos que cada día incomodan más dificultando el movimiento que antes resultaba tan sencillo e insignificante.

—Que molestia... nunca tuvimos sirvienta aparte de tu madre y ahora tenemos que aguantarnos a esta—se queja sentándose en la silla junto a la ventana.

—Hemos discutido esto cientos de veces, Esteban, gústenos o no ya no podemos hacer todo solos en la casa. Solo ignórala y no le hagas el feo a cada cosa que hace—le digo recostándome con delicadeza sobre la cama mientras tomo la bufanda que dejé a medio tejer sobre mi mesa de noche.

Mira por la ventana hacia el patio trasero, se pierde en el verde del césped y se queda pensativo mientras lo detallo en silencio. El cabello lo tiene prácticamente blanco por completo, los genes de Richard fueron muy fuertes en ese aspecto y también reparo las arrugas que adornan su rostro que de forma maravillosa nunca han logrado arrebatarle lo atractivo que es, simplemente evolucionó a ser un anciano ardiente.

Suspiro y continúo tejiendo la pieza entre mis manos sintiéndome cada día más cansada, el se estira y al verme hacer mi manualidad se levanta y saca del closet un lienzo en blanco de los que tiene a la mano desde que se jubiló, es decir, desde hace como cuarenta y cuatro años. Veo que acomoda las pinturas junto a su asiento y se dispone a pintar algo, se pone sus lentes y empieza a hacer trazos concentrado pero una punzada se me instala en medio de mi pecho cuando reparo como le cuesta ahora mantener el pulso firme con el pincel, incluso si a él no parece afectarle, es inevitable que la nostalgia me ataque al recordar como era de ágil y con la destreza con la que solía terminar sus obras de arte en poco tiempo, ahora le cuesta el triple.

ATADOSWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu