Capítulo 76

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Erika

El vaivén de las olas y ese sabor salado que impregna nuestras narices me transmiten toda la paz que debemos procurar tener en este tiempo. Mantengo mi mirada puesta sobre mis hijos que se encuentran jugando como si fuesen niños pequeños, hacen castillos de arena sentados a la orilla del mar. Uno de ellos embarra el rostro de su hermana con lodo y esta le devuelve el gesto sacándoles a todos una sonrisa y recordándome que aún son mis chiquillos, no importa el tamaño de sus cuerpos o si uno de ellos tendrá su propio hijo pronto... serán siempre los mismos bebés que llegaron a mis brazos aquel día hace dieciséis años.

—Un hermoso panorama ¿no crees? —pregunta Esteban sentado en su silla junto a mí.

—Ya lo creo, es lo que puedo describir como felicidad y tranquilidad—respondo acariciando a la anciana Hope sobre mi regazo.

De ninguna forma podríamos dejarla por tres meses en casa, ya no está en edad de eso y es innegable el bien que hace con su compañía a todos. Está tan viejita, pero sigue siendo un amor con los demás.

—¿Richard ya habrá terminado la merienda? Hanna debe comer a sus horas—revisa la hora en su reloj y al mirarlo mi vista se desvía al pecho y abdomen que ha sabido mantener en perfecto estado con el paso del tiempo—¿Linda?

—Oh, si...—sacudo la cabeza, hace bastante no veníamos a la playa y por ende no tenia la vista de él sin camisa iluminado por el sol quien compite por cual de los dos es más ardiente—Seguro ya sale, es más estricto que los dos juntos con esas cuestiones, relájate.

Levanta la ceja y me repasa el cuerpo.

—¡Mira! Ahí viene, te lo dije—señalo antes de que pueda hablar al ver su mirada oscura.

Mi suegro carga una gran bandeja con helados y fruta en cada uno de los platos que reparte para todos y como envidio a Hanna en ese aspecto, hubiese matado porque en mi embarazo se me permitiera comer todo tipo de golosinas y dulces que se me antojaran, a ella cuando la llevamos al médico antes de partir solo le recetaron ácido fólico y suplementos, pero afortunadamente ninguna prohibición más allá de lo normal al milagrosamente todo estar bien en su bebé, quien parece ser una niña.

—Tomen uno, el sobrante es mío—advierte Richard al acercarse a darnos los nuestros—¿oíste, Erika? —refuerza al ver que la tentación por robar el tercero en la bandeja es grande.

—No la molestes, ella sabe que debe cuidar el tema del azúcar ¿no es cierto, reina?

—Si... —digo forzando mi sonrisa y llevándome la primera cucharada de helado con fruta fresca a mi boca.

A veces morir por coma diabético no suena tan grave.

El hombre se acomoda al otro lado de su hijo trayendo su silla para disfrutar nuestra misma vista mientras se deleita con su helado.

—Crecen tan rápido y no nos damos cuenta en que momento ya son todos unos hombres y una mujer hechos y derechos—expresa Richard admirando la comodidad y complicidad entre los tres hermanos que hablan con sonrisas en sus rostros mientras comen.

—Es extraño, cuando eran pequeñitos anhelaba que crecieran para saber como serian las voces de cada uno, para que me hicieran compañía y hablaran conmigo, compartir ideas y que aprendieran todo lo que me fuera posible enseñarles... sin embargo, ahora que ya descubrí las respuestas a todas esas incógnitas solo quisiera volverlos a encoger y que sean mis bebés para toda la vida, quedarme eternamente en la mejor y más tierna etapa—confieso.

—Yo nunca quise que crecieran—responde Esteban—, sabía que la adolescencia sería un tiempo algo turbulento, pero lo que más me hacia desear eso era el saber que en algún punto la casa volverá a quedar sin sus risas ni anécdotas como es natural y volveremos a ser solo tú y yo.

ATADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora