LXXIV. Uno

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Obito sabía que lo que hizo estaba mal, muy mal. Terriblemente mal.

Tratar de asesinar a un civil, bajo cualquier circunstancia que no sea bajo una misión en específico está horriblemente mal visto, una atrocidad que los shinobis no deberían de hacer a menos de que hubiera alguna justificación como una posible amenaza a la aldea o que hayan escuchado más de la cuenta y puedan poner en peligro la seguridad de los shinobis o la aldea, sin duda alguna, si alguien se enterase de lo que trató de hacer, estaría detenido en la cárcel durante alguno tiempo, se cuestionaría su moral como shinobi y posiblemente tendría una vigilancia estricta sobre su persona durante algunos meses.

Obito sabía que no tenía justificación ante su arrebato de ira asesino, estaba completamente consciente de ello y, aun así, no podía evitar descontrolarse cuando vio cómo se jodido bastado azul se atrevió a poner sus asquerosos y repugnantes labios sobre los dulces y tersos labios húmedos de Jin. Sus ojos tiñéndose de un asesino carmesí mientras los tomoes giraban grabando esa repugnante escena en donde ese jodido civil besaba a su dulce Jin con su sucia boca y descendía por el delicado cuello níveo de su dulce chica, enterrando su estúpido rostro de puta barata entre sus deliciosos senos, sus manos descaradas atreviéndose a tocar los lujosos muslos de Jin y meterse debajo de su vestido, acariciando ese glorioso y gordo culo en forma de corazón.

Fue inevitable, desde infancia él siempre ha tenido este impulso violento y agresivo de no saber controlarse cuando su ira toma el control y sus ojos ven rojo. Claro, de pequeño era patético y carente de habilidades, aparte de ser risible hasta la muerte y ridiculizarse a sí mismo, su ira realmente no era un peligro para nadie ¿Pero ahora? Ahora no, ahora él era un hombre peligroso que estaba en el libro bingo, un hombre que por sus habilidades era temido por las naciones ninjas y un hombre que alguna vez casi había destruido el mundo en una rabieta.

Él ya no era inofensivo con sus arrebatos de ira, no, desde la muerte de Rin hace antaño sus arrebatos de ira se habían vuelto sangrientos y asesinos e incluso cuando en esta realidad evitó su muerte, su ira sanguinaria no ha cambiado en lo más mínimo a pesar de que se retiene a si mismo de hacer estupideces.

Su desenfrenada y despiadada ira estaba carcomiendo por debajo de su piel, sus huesos roídos por los afilados colmillos de los celos y su sangre hirviendo a al punto de la ebullición por la posesividad que creaba sus feas raíces dentro de su corazón, que, como un parásito controlador, no para de exigirle que asesine a ese bastardo azul de la peor manera por atreverse a tocar lo que era suyo, nublando su mente de todo juicio razonal y moral. Aquella asquerosa posesividad que, de una manera enfermiza y retorcida, exige que tome a Jin como suya de una jodida y puta maldita vez, que posea lo que le pertenezca, que tenga entre sus manos lo que siempre fue suyo.

Ooohhh, sus delirios exigían que la tuviera entre sus brazos y no la dejase escapar jamás, que la sostuviera por debajo de él, que la aprisionara entre su cuerpo y la cama, que la marcara más allá de lo que debería para que todo el mundo supiese que ella era de él y él de ella, marcarla tan profundamente que ella jamás pudiera dejarlo. Las voces resonaban en su cabeza, los murmullos exigiéndole que la tuviera entre sus brazos, ronroneando en sus oídos sobre lo exquisito y bien que se sentiría ver a Jin con el emblema Uchiha en su espalda, una marca innegable que ella es su posesión, que le pertenece.

Las llamas negras del odio empezaron a resurgir nuevamente en su corazón, amenazando con consumirlo nuevamente hacia la locura de una vida sin esperanzas y llena de resentimiento y paranoica, una vida en donde nunca nada sería suficiente y Obito, quien tenía tendencias a sucumbir las llamas y avivarlas, ahora las miraba sin intenciones de detenerlas.

So Simp [Yandere! Uchiha Obito]Where stories live. Discover now