ODISEA (III)

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{ED KENNEDY}

Lágrimas, llantos, incluso gritos de desesperación. Muchos lo aguantan, otros abandonan, se rinden. Algunos soportan su sufrimiento en silencio, otros se mueven intranquilos, se muestran ansiosos, asustados, en shock. No esperaban encontrarse todo esto, ver morir a tanta gente, no han vivido ni soportado todo lo que yo ya había experimentado antes. Pero la muerte de un hijo, de alguien a quien has criado desde pequeño... eso es algo nuevo, algo por lo que no había pasado antes.

He preguntado a un guardia por Eloy pero no me está permitido hacer preguntas, por lo menos hasta que me rinda o llegue al final. Y pienso llegar al final.

Nos trasladan a nuevos dormitorios, esta vez en solo un edificio y en una zona común para dormir y reponer fuerzas, puesto que quedamos muchos menos de los que empezamos. Pero todos sabíamos a lo que nos enfrentábamos, incluso yo. Sabía que esto podía pasar, que podía perder a Eloy. Y, a pesar de eso, acepté. Todo por salvar a la humanidad de Los Tres Subiditos, todo para ganarme un puesto en el nuevo mundo, para ser alguien, esa es mi única motivación. Nada más. Y por mi egoísmo he perdido a la única persona que se ofreció a acompañarme hasta el final, a Eloy. Vuelvo a estar solo, pero no me importa, la soledad me hace más fuerte. Y siempre me quedará mi hermano, allá donde esté. Pensando en él y en lo que pensaría si supiera que por mi culpa nuestro hijo adoptivo ha muerto, me quedo dormido.

Nos despierta una estruendosa alarma. Los guardias nos ponen en situación. Podemos seguir adelante con las últimas cuatro pruebas o abandonar ahora, y tiene que ser ahora porque en medio de las pruebas es imposible. Obviamente, no voy a volver atrás, no después de llegar tan lejos. Voy a por todas.

Suena mi nombre y me conducen a una sala cubierta con una piscina interior, llena de muertos que se revuelcan en el agua. Sin armas, tengo que meterme en la piscina y matarlos allí. Son solo seis pero el agua entorpecerá mis movimientos. Por suerte, podré salir y entrar de la piscina.

O eso creía. Una vez dentro, una barrera transparente rodea la sucia piscina. Arrugo la cara en señal de asco al notar el agua pringosa y de un tono marrón, consumida por la suciedad y la putrefacción de los muertos.

Vienen a por mí, más lentos que de costumbres, pero yo también lo soy. Me sumerjo y, aunque me asquee, abro los ojos debajo del agua. Me mezclo entre ellos y los paso de largo hasta colocarme por detrás, pero pronto me descubren y se giran de nuevo.

Uno se acerca por debajo del agua e intento alejarlo con las piernas. No puedo dejar que me muerdan, estos son lentos y contagian. Utilizo mi brazo robótico, lo impulso desde fuera hacia dentro del agua y consigo darle al muerto en el cráneo pero no lo suficiente como para dejarlo muerto del todo.

Retrocedo a la misma vez que el sumergido se acerca a mí. No me queda otra que luchar contra él debajo del agua. Abro los ojos y dirijo mis dedos a las cuencas de sus ojos. Aprieto y aprieto hasta que, gracias al brazo fuerte, consigo destrozarle el cráneo y su sangre y sesos tiñen el agua de un color más feo aún.

Saco la cabeza y vuelvo a respirar. Entonces veo algo flotando, algo valioso, un pequeño cuchillo, debería haber estado en la ropa de alguno y se habrá salido. Buceo sin abrir los ojos ni la boca, topándome con las piernas de un muerto y moviéndome rápidamente para evitar que me coma. Llego hasta el cuchillo y lo sostengo en mis manos. Y a partir de aquí, todo es pan comido. Me deshago de los restantes en poco tiempo. Y luego la barrera que rodea a la piscina desaparece.

Salgo de la piscina, escurriendo la ropa y aclarando mi visión. Es cuando me doy cuenta de que no estoy solo. Una persona, una mujer algo pálida me observa al fondo de la sala.

- Ed...- murmura con una extraña e hipnótica voz-. Ed...

Voy hacia ella. Doy un paso hacia ella. Y una melodía suena por los altavoces, una melodía tranquila pero repetitiva, una melodía que hace que el camino hacia la extraña mujer se me haga más lento y pesado. Una melodía que empieza a cambiar, a volverse más aguda, extremadamente aguda, hasta que se interna bien profundo en mis oídos y cabeza, hasta que siento que mi cabeza está a punto de explotar.

Apocalipsis Zeta - Parte 7: La última amenazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora