LIAM FIRE

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Todo va como la seda. La fiesta que mi mujer decidió montar para aumentar los ánimos de la población de Yanna está siendo todo un éxito y ha conseguido el propósito de Rachel.

Conversamos con un grupo de gente, que se acercan a darle las gracias a Rachel y a mí.

- ¡Gracias, señora Blair!- la felicita animadamente un hombre algo mayor-. Esta fiesta es todo un honor y la labor que has hecho por nosotros... es increíble. Ya estábamos hartos de la tiranía de los fanáticos esos. Y gracias a usted también, señor Fire, a todos sus soldados. Gracias a vuestra labor mi familia sigue todavía en pie.

- No debes agradecérnoslo- le dice con una gran sonrisa Rachel-. Solo hicimos lo que creímos correcto y mejor para todos. Es más, incluso yo me he equivocado en más de una ocasión y he hecho algunas cosas por las malas. Es lo que tiene dejarse llevar por el odio... te ciega...

- Bueno, pero la intención es lo que cuenta- interrumpo, intentando que Rachel no vuelva a caer en su círculo de dudas y arrepentimientos-. Al final, gracias a las decisiones y a la firmeza de Rachel, conseguimos salir victoriosos, era algo que debía hacerse si queríamos ganar esta guerra. Por eso estamos todos aquí, para honrar a los perdidos y celebrar que seguimos vivos.

Y de repente, una multitud de gente empiezan a parlotear al unísono, gimiendo palabras de pánico y confusión.

- ¿Qué está pasando?- pregunto mirando alrededor.

Todos los que estaban comiéndose los pasteles parecen asqueados, como si la comida no fuera de su gusto. Hasta ahora no había sido más que manjares deliciosos a la boca de todos, y el postre se suponía que iba a ser más de lo mismo. Pero parece que no, que hay algo que ha salido mal. Oigo escuchar algunas palabras.

- ¡Muertos!

- ¡Restos humanos!

- ¡Caníbales!

Y la multitud estalla en gritos, presa de un terror inminente. Un terror que pronto vemos antes nuestros propios ojos. Un terror que aparece de la nada y que me deja con el corazón en un puño.

No sé cómo ni de dónde han salido pero ahí están ellos, escoltados por mutantes grotescos. Los Tres Grandes. En Yanna. En nuestra fiesta. Interrumpiendo la felicidad que se había extendido en el aire.

Miro de reojo a Rachel y me doy cuenta de que está igual que yo, en shock.

Todas las luces se apagan de pronto, tanto las del interior de la mansión como las del exterior, y todo el lugar se sume en la más profunda oscuridad. Y, tras los primeros gritos, echo a correr, arrastrando a Rachel conmigo.

Mi mujer corre a mi lado, incapaz de decir nada. Un agudo miedo se apodera de mí, el pánico de perderla, de que desaparezca de mi lado. Pero me dirijo a un sitio en el que estaremos seguros. Porque no es hora de pelear, no sin armas, no sin un plan, no sin saber lo grande que puede ser esto.

Me veo obligado a escondernos tras un callejón. Unos mutantes han aparecido a lo lejos y sus pesados y rápidos pasos retumban en el suelo mientras van en busca de algo.

Le indico a Rachel que guarde silencio pero esta no reacciona, no parece reaccionar. Se encuentra agazapada tras mí, con las dos manos en las bocas y lágrimas en los ojos, pálida como la nieve de Yanna. Aterrorizada.

Cuando los pasos se alejan, me dirijo a ella. Le aparto sus manos de la cara y las cambio por las mías, acercando su rostro.

- Escúchame, preciosa, no nos va a pasar nada, iremos a nuestro búnker y nos encerraremos allí. Luego, ya pensaremos qué hacer- intento animarla.

Apocalipsis Zeta - Parte 7: La última amenazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora