Capítulo 30

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La pantalla del celular emite brillos incesantes, olvidada entre sábanas adormecidas. Es otra llamada que no pienso contestar mientras me hundo sobre la almohada, con la misma ropa que uso hace días. Varias uñas se arrastran por mis brazos, como si el tenue dolor pudiese apaciguar los terribles recuerdos. Mi estómago gruñe debido a la falta de alimento, pero apenas tengo apetito e incluso comiendo lentamente terminaría vomitando. Solo puedo revolcarme sobre esta miseria que yo mismo he creado, inundado por el resentimiento que he cultivado durante años.

Todavía siento sus manos recorriéndome.

Y quiero odiarlo porque fue demasiado lejos, porque nadie merece sentirse tan vulnerable. Pero entonces el pequeño gatito aparece para reprocharme, maullando angustiado, temblando. La mirada perdida de Aaron al verlo caer, los golpes en su aniñado rostro. Toda esa sangre nauseabunda, el olor putrefacto del callejón. Él es mi karma, una deuda que algún día debía pagar.

Cada acción tiene su reacción, aunque llegue años después.

—¿Merezco esto? —le pregunto a la vacía y solitaria habitación, quien en ausencia del rubio luce lúgubre, sin vida.

He soportado abusos, año tras año aguantando odio, rechazo. Viví cobijado por el miedo, deseando que un golpe mal dirigido me permitiera regresar con mamá. Ser maltratado era más sencillo que enfrentarse a la responsabilidad de convertirse en un victimario. Ahora el remordimiento está oscureciendo mi mente trastornada, enloqueciéndome cruelmente. Estoy atrapado, corro por amplios laberintos que nunca llegan a una salida, mientras las paredes se cierran hasta aplastarme.

—¿Disculpe? —pregunta alguien tocando la puerta, obligándome a mirarla con recelo—. No quiero molestarlo, señorito Evans.

—¿Qué? —consigo hablar, deseando que se vaya. Los empleados domésticos nunca suben al segundo piso, es una norma; a menos que deban limpiar, claramente.

—El cocinero le preparó carne con patatas —dice la señora, inquieta—. Se la dejaré aquí y me iré si quiere, no busco causar problemas.

Dios, Patrick los tiene aterrados.

—¿Por qué cocinaría? —cuestiono sentándome con pesadez—. No lo pedí.

—Wilson lo ordenó —agrega enseguida—. Hace días que se alimenta mal, desde que el señor Evans se fue a su viaje con la señora Miller, y nos preocupa.

—No deberían preocuparse por mí, solo lograrán ser despedidos —le advierto.

—Podemos conseguir otro trabajo —contesta abriendo lentamente la puerta—. Pero la salud pocas veces da la oportunidad de estabilizarse si nadie lo cuida, ni siquiera usted mismo.

—¡No entre! —grito levantándome, asustado. Ella se detiene al instante, apenas consigo ver su pequeña y huesuda mano.

—Lo siento, sé que no debería estar aquí. —Escucho cómo deja algo en el suelo—. También venía para avisarle que tiene una visita esperándolo en el vestíbulo. ¿Le digo que suba?

Mierda, no quiero que nadie me vea así.

—Dile que se vaya. —Camino hasta las cortinas, abriéndolas. Quedo aturdido momentáneamente por la luz, intentando acostumbrarme.

—Pero parece insistente —alega.

Debe ser Kara...

—Está bien, entonces que suba —contesto resignado. La señora se va sin que lo repita dos veces, caminando a paso apresurado.

Apoyo las manos sobre el ventanal, observando mis muñecas magulladas. Tal vez, si me mantengo de espaldas, no descubra los moretones. Incluso mirando mi tenue reflejo noto grandes marcas rodeándome el cuello, me niego a caminar delante de un espejo. Varios golpes retumban en la habitación, haciéndome sobresaltar.

Odio Profundo |BL| ©Where stories live. Discover now