Capítulo 35

98.2K 9K 11.3K
                                    

La cafetería desprende una calidez hipnotizante, sumergida en su propia cotidianidad: los empleados atendiendo a varios estudiantes que prefieren desayunar aquí, el ruido ocasional de platos y cubiertos siendo utilizados, las sillas rechinando. Necesito esta tranquilidad, me hace sentir relajado. Mi mañana fue espantosa, generalmente todas lo son (Patrick nunca se queda callado, siempre tiene algo hiriente para escupir con cizaña, no le es suficiente obligarme a comer juntos), pero hoy empeoró.

¿Qué rostro pones cuando la madre de tu "compañero sexual" los encuentra cometiendo el acto carnal?

Vio cómo su hijo me la metía, nada supera eso.

Rebeca estaba allí, sentada sobre su asiento predilecto, enfocándose en mí. Si habló o no con Aaron, el resultado claramente fue negativo. La incomodidad era palpable: hasta nuestro personal, que ocasionalmente traía alimentos variados, podía percibirla. Ella apenas probó un bocado, lucía demasiado asqueada. Yo me encontraba igual, ambos deseábamos irnos. Intenté escapar de la situación, comenté que debía llegar antes al instituto y, extrañamente, pareció funcionar. Nadie se quejó, conseguí levantarme con fingida calma mientras por dentro anhelaba correr. Ya había tomado mis cosas, solo quedaba llegar hasta la puerta principal (cuya trayectoria era inmensa, se ubicaba lejos del comedor), cuando fui interceptado por aquella mujer.

Rebeca, en su completa astucia, esperó a que estuviéramos solos.

—Te subestimé, Dominik Evans —había dicho. Se mantenía rígida, observándome con rechazo—. Me era imposible verte como una amenaza, confié en tu apariencia débil y personalidad mediocre. —Avanzó unos pasos, acto que activó todos mis sentidos. Retrocedí enseguida, temiendo una agresión física—. Pero ahí estás, dispuesto a joder la mente de mi hijo.

—¿Qué? —logré balbucear, incrédulo.

—No finjas inocencia, conozco tu juego. —Acortó nuestra distancia, poniéndome tenso—. Buscas confundirlo, te deleita su vulnerabilidad —murmura entrecerrando los ojos oscurecidos, idénticos a la mirada furiosa de Aaron—. Eres igual a tu padre.

Dolió más que un golpe.

—No... —Me mantuve inmóvil, petrificado por esas palabras envenenadas.

El pánico apareció, no lograba pensar sin estancarme en imágenes horribles. Recordé mi crimen inhumano, la sangre que emanaba de Principito. Vislumbré al niño rubio aterrado, rogando compasión. Las risas estridentes, los empujones crueles, tanto daño impune... Ella posiblemente lo sabía, conocía cada acción atróz, vio el sufrimiento que fui capaz de provocar. Su comparación me lastimó porque poseía una gran verdad: era igual a Patrick.

—Lo que hice es imperdonable, Rebeca. —Aparté la vista, sintiéndome pequeño—. Jamás compensaré mis acciones deplorables, pero puedo asegurarte algo: Aaron me importa.

—¿Y tú crees que le importas? —en su voz había cierta gracia.

Aquella pregunta se instaló entre los rincones más oscuros de mi inconsciente. Desconocía la respuesta, y ese hecho por sí mismo era una revelación inquietante. Entonces otro recuerdo surgió, tan puro como revelador. Aaron, ignorando cualquier enojo, le pidió a los empleados domésticos que me cuidaran. Intentó ocultarlo, no buscaba presumir su buena acción, quería que fuera secreta. Antes de nuestra terrible discusión él también había demostrado actitudes extrañas: ponerse celoso cuando Fred me besó, las tiernas caricias sin doble intención, los destellos de preocupación bordeando su mirada.

—¿Sería egoísta desear importarle? —Mi cuerpo, aún adolorido, se estremecía torpemente.

—No te engañes, cariño. —Por el rabillo del ojo logré ver cómo cerraba ambos puños—. Puedes maquillarte hasta ocultarlo, incluso utilizar todas tus ridículas bufandas, pero siempre sabrás lo que hay debajo. —El rencor estaba presente en cada palabra—. Si piensas que una muestra de afecto son nuevos moretones, tal vez te parezcas más a Elizabeth.

Odio Profundo |BL| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora