Capítulo 46

92.4K 7.8K 14.7K
                                    

Cada hogar transmite su propia esencia, algunos más que otros.

La mansión Evans carece de ella.

Aquella construcción ostentosa, reluciente y pulcra, se siente vacía. Los grandes pasillos son laberintos que te llevan hacia lugares preciosos: habitaciones espaciosas, luz entrando por lujosos ventanales, muebles diseñados meticulosamente. Pero allí, entre tanta belleza, hay una sensación de angustiosa soledad. Las paredes no poseen recuerdos, los objetos no contienen el afecto que les brinda la antigüedad, nada en ese sitio representa un hogar. Sin embargo, cuando visito la mansión Jones, el calor me rodea incluso antes de pasar. Su ambiente familiar es desconcertante, cada rincón está adornado con fotos enmarcadas, y Kara aparece en todas.

A veces suelo envidiarla.

El deseo egoísta de tener su vida permanece allí, es destructivo, asfixiante: duele saber que otras personas son tratadas como siempre anhelaste ser tratado. Esas sonrisas traviesas que Bastian le regala a su hija cuando está por abrazar a Adrienne, quien llega cansada del trabajo. Sus tontas discusiones que siempre acaban en besos, el olor delicioso que escapa de su cocina cuando él prepara la cena, las bromas entre ellos... ¿Por qué no puedo tener una familia así? Takara jamás debe saberlo, es una parte oscura de mí que prefiero ocultar, aunque no puedo evitar alegrarme por ella.

Mi mejor amiga merece padres amorosos, amigos sinceros y una novia que la cuide. Solo que, en ocasiones, me encuentro anhelando su vida.

Pero aquí mismo, rodeado por maleza y paredes sombrías, no hay nada que envidiar. El aura vacía de la mansión Evans no se puede comparar con esta esencia melancólica, deprimente. Aaron nos trajo hacia una casa descuidada, sumida en oscuridad devastadora. La densa humedad es casi palpable, puede percibirse en el aire.

—¿Por qué huele a quemado? —pregunto siguiéndolo, va algunos pasos delante de mí. Arrugo la nariz ante el fuerte hedor, abrumado.

No sé qué estamos haciendo aquí, me pone un poco nervioso. El sitio se encuentra en una zona apenas habitada, sin casas o personas cerca, y yo soy desconfiado por naturaleza. Intento controlarlo, pero la situación tampoco está ayudándome.

—Hubo un incendio. —Patea trozos chamuscados de madera que obstruyen nuestro camino, los cuales recién veo—. Consumió todo el primer piso, pero no llegó al segundo —habla deteniendo su caminar para enseguida tomar mi mano, guiándome—. Ten cuidado, el suelo es inestable.

Aquel delicado toque crea una sensación inefable que se desliza por mi cuerpo y me llena de hormigueos extraños, aliviando la tensión que ni siquiera había notado hasta ahora. Estar cerca de Aaron es conflictivo, como ser atrapado entre garras filosas pero sin poder huir porque han conseguido hipnotizarte. Permaneces inmóvil aun sabiendo que van a dañarte, te entregas a lo desconocido y caes sobre redes aterradoras que tú mismo tejiste.

El miedo desaparece, escapar se vuelve impensable, anhelas quedarte allí para siempre.

Ahora lo entiendo: amar es el arma más peligrosa de todas.

—Debemos subir —dice mi rubio, trayéndome a la realidad. Nos encontramos en el inicio de una tétrica escalera: varios tablones fueron consumidos por las llamas, dejando cenizas a su paso.

Aaron avanza con cautela, todavía sosteniéndome, mientras nuestros pulmones están siendo llenados por el aire contaminado. Toso varias veces, mis ojos comienzan a nublarse y la respiración me falla, necesito salir.

—¿Eres alérgico al polvo? —pregunta sacando un pañuelo de su bolsillo—. Ponlo en tu nariz, lo aprendí de las historias policíacas que te gustan.

Odio Profundo |BL| ©Where stories live. Discover now