Capítulo 37

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El doppelgänger de Aaron Miller me está provocando jaqueca.

Aquel rubio terco y explosivo, con claras tendencias homicidas, fue suplantado por una versión más dulce, pero jodidamente paranoica. Piensa que todavía, habiendo transcurrido doce días del incidente, correré hacia Lirio para freír su escroto. Lo sé, tiendo a meterme en situaciones turbias, así que el razonamiento es comprensible. Sin mencionar mi resolución final sobre involucrar a la policía: no quise. Patrick ni siquiera fue el motivo principal, hubiese tolerado su rechazo (aunque dejara cicatrices).

Me negué por Rose.

Hablamos durante varios recesos, aprovechando las veces que Takara iba al baño o se distraía. Los dos acordamos que era mejor ocultárselo, sabíamos cuánto daño podría causar la verdad. Nuestra rubia hiperactiva merecía tranquilidad. Le pasé mi número y nos pusimos en contacto. Allí me explicó que Lirio actuaba retraído, se veía afectado luego de la discusión entre ellos. No volvió a preguntarle con quién salía, ni controlarla fuera del instituto. Ella sintió que era un evidente avance en la dirección correcta, le dio esperanzas.

Si lo denunciaba, Rose perdería a su única familia.

Entonces resolví que, mientras Lirio no causara problemas nuevos, todo sería olvidado. Ayudó saber que el arma estaba descargada (según la pelirroja), nunca fue una amenaza real. Tenía muchas preguntas para hacerle, empezando por el trabajo ilícito al que parecía dedicarse su hermano, pero logré contenerme. Se había terminado, con eso bastaba. Sin embargo, en la mente de Aaron Miller, el asunto aún continuaba.

Cuando apenas ocurrió y nuestras emociones surgían peligrosamente, era normal que se comportara diferente. Me guió hacia el automóvil, donde Wilson nos esperaba con gran preocupación. Ambos improvisamos excusas, trastabillando en declaraciones contradictorias. El hombre, cuya experiencia ante mentirosos era inmensa, asintió como si creyera las divagaciones. Durante aquel corto viaje, Aaron tomó mi mano herida y la llevó hasta sus labios, besándola.

¿Cómo un acto tan simple generó cientos de gusanos atravesando mi estómago, devorándome por dentro?

No fue lo único que causó tal sensación, le siguieron varios sucesos más desconcertantes. Recién llegábamos a la mansión, exhaustos y adoloridos, cuando Patrick entró en el vestíbulo. Portaba vestimenta formal, luciendo elegante e inalcanzable. Sostenía un celular contra su pecho, apretándolo bruscamente, mientras me observaba con recelo.

—¿Por qué tardaron setenta minutos? —cuestionó caminando hacia nosotros, la tensión era palpable—. Los horarios deben respetarse, Wilson tiene tareas pendientes.

Cada palabra que pronunciaba, así no fuesen insultos directos o comentarios maliciosos, producían desagrado. El malestar se hizo presente más temprano que tarde, terminaría vomitando pronto, necesitaba alejarme.

—Fue mi error —respondió sin titubeos—. Estaba hablando con una chica que me interesa, perdí la noción del tiempo. —Sonrió ligeramente, los gusanos devoradores empeoraron.

—¿Tienes novia? —su pregunta le cayó como dagas heladas y filosas, pude distinguir la creciente incomodidad en él.

—No es nada serio —aseguró—. Solo encuentros casuales, si entiendes de qué hablo.

Mi garganta se contrajo, aquellas palabras dolieron, pero sabía que la declaración no era honesta: mentía porque buscaba distraer a Patrick del verdadero objetivo.

—Mucho mejor. —Guardó su celular en el bolsillo delantero—. Las mujeres son una distracción a tu edad, luego puedes formalizar. Asegúrate de conocerla bien, eso sí. —Le advirtió repentinamente serio, arrugando la frente pálida—. Hay maldad escondiéndose detrás de una apariencia bella.

Odio Profundo |BL| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora