Capítulo 50

102K 7.4K 11.7K
                                    

El relicario se balancea por mi delgado cuello, su peso es comparable solo a la carga de un secreto oscuro y tenebroso.

Camino sobre las frías baldosas con los pies descalzos, adentrándome en la oscuridad que ensombrece el solitario pasillo. Apenas consiguen filtrarse escasos rayos de luz, la luna se refleja sobre aquellos grandes y arqueados ventanales. Varias cortinas son movidas por el viento, mi cuerpo ya tembloroso comienza a estremecerse. Me detengo frente a ellas y las sostengo en un pobre intento de calmar cualquier inquietud que esté atormentándome, no funciona.

Tuve otra pesadilla, Aaron era el protagonista.

Recuerdo cómo sostenía un cuchillo contra mi garganta mientras sonreía sádicamente, con tanta maldad que parecíamos haber retrocedido a los tiempos cuando él me odiaba. Su mirada rozaba lo enfermizo, todo rastro de amor y cariño había desaparecido. Allí pude descubrir que el dolor más profundo no provenía del filo atravesándome, se encontraba en su traición. Cada palabra hacía eco entre nosotros, cada ocasión donde decía que me amaba, cada mentira.

—¿No te gustó mi regalo? —preguntó con fingida preocupación—. Es una pena, me costó conseguirlo, la tierra manchaba mis botas y el cuerpo de tu madre apestaba.

Evans, Evans, Evans.

¿Por qué alguien querría tocar algo tan repulsivo como tú? Nadie sería capaz de amarte.

Entonces vi su pecho y quise gritar: traía aquel relicario que emitía un brillo opaco, muerto. La sangre se derramaba sobre él, la vida me abandonaba antes de haberla vivido. Mi primer amor acabó conmigo lentamente, convirtiéndose en el último.

No fue real, pero el miedo continuó allí incluso después de abrir los ojos. ¿Cómo podía seguir acostado a su lado? Verlo allí, murmurando entre sueños mientras me abrazaba, solo traía malos recuerdos. Necesitaba escapar, y eso hice. Abandoné nuestra habitación; Aaron, que tenía un sueño muy pesado, no lo notó. Quién sabe cuánto tiempo estuve deambulando entre los amplios corredores, llegando a partes de la mansión que nunca había visto, hasta terminar aquí. Todavía no logro respirar con regularidad, tengo las manos heladas y el sudor frío se desliza por mi espalda. Cuando intento calmarme, la desconfianza aparece como espinas filosas clavándose entre mis dedos, poniéndome tenso.

Aaron oculta algo.

La veracidad en esa oración me nubla los ojos, ahora es imposible ignorarlo. Antes podía ver con una triste claridad que ciertas cosas no encajaban, pero decidí atribuirlo a mi recelo e inseguridad, debería haber dudado más. Tal vez sea ilógico dejar que una pesadilla guíe mi razón, aun así necesito respuestas: jamás estaré tranquilo si no averiguo cómo consiguió el relicario.

—¿Qué haces aquí? —alguien pregunta, asustándome. Volteo enseguida, temiendo encontrar algún empleado doméstico cuyo nombre nunca quise aprender, no por considerarlos inferiores, sino por ser pasajeros. Una mezcla de alivio e inquietud invade mi cuerpo cuando la mirada confundida de Rebeca me recibe. Apenas logro distinguir su silueta, pero ese cabello rubio y brillante es inconfundible.

—Necesitaba tomar aire fresco —murmuro.

—¿Al otro lado de la mansión? —Se acerca un poco más, deteniéndose frente al ventanal—. Vas a resfriarte si continúas parado allí.

—Debería regresar —respondo sintiéndome entumecido, todavía aturdido.

—Antes me gustaría hablar contigo, tenemos una conversación pendiente desde navidad. —Cruza ambos brazos, su albo camisón resplandece ligeramente—. Quiero aprovechar que Patrick está inconsciente.

Odio Profundo |BL| ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon