Capítulo 47

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La felicidad no es un estado constante, no se quedará allí para siempre, es efímera y te abandonará a la primera oportunidad que le des.

¿Cómo es posible que en un segundo estés sintiéndote el chico más afortunado del mundo, y al otro caigas directamente al más oscuro de los infiernos?

Aaron estaba allí, envolviéndome con sus ágiles brazos entre las sábanas polvorientas. Quizás la casa era un desastre, el olor a cenizas putrefactas terminó invadiendo cada rincón del lugar, pero aún así fue lo más hermoso que había visto jamás. Sin lujos estúpidos, sin pretensiones ridículas, solo un hogar destruido que representaba algo íntimo para él. En aquella habitación tuvimos una conexión superior a cualquier acto sexual: más delicada, más profunda. Aaron estaba entregándose a mí, y no físicamente, sino emocionalmente.

¿Por qué tuvo que arruinarlo? 

Estábamos bien hasta que él decidió darme su otro regalo, uno que jamás hubiese esperado. Los vellos de mi piel se erizaron, las nauseas me retorcieron el estómago, solo podía observar inmóvil aquel reluciente objeto. 

—¿Dónde lo conseguiste? —pregunté, mi voz apenas eran susurros lastimeros. Él seguía luciendo alegre, sus ojos brillaban repletos de ilusión, ignorando el malestar que estaba apoderándose de mí. 

—Lo llevaste al colegio varias veces —respondió calmado, balanceando el objeto entre esas pálidas manos—. Se veía extraño en ti, recuerdo que me generaba bastante curiosidad. Un día solo desapareció, poco tiempo después lo encontré tirado en uno de los baños, abandonado. —Me sonrió con tristeza—. Perteneció a tu mamá, ¿cierto? 

Y él tenía razón, era suyo.

Un relicario plateado en su totalidad, de forma ovalada, con una bella dalia en el centro. Adentro de él me encontré esa pequeña fotografía, casi en perfecto estado. Mi padre se deshizo de cualquier imagen que me permitiese recordarla, todo fue directo a la basura, incluyendo cualquiera de sus cosas. Hubiese sido el obsequio más bello del mundo si no fuese por un gran detalle...

Mi madre fue enterrada con él. 

Murió teniéndolo envuelto en su delgado cuello. 

Nunca pude haberlo llevado al colegio porque jamás le puse una mano encima, Aaron estaba mintiéndome. Y decidí ignorarlo, no quise arruinar su día, pero el mío quedó deshecho. Confrontarlo hubiese sido una pésima idea, empeoraría la situación, así que le agradecí y él lo colocó alrededor de mi cuello. 

Mierda, seguir pensando en esto solo me hará daño. Para peor mis últimos días de vacaciones fueron un asco: si bien Patrick estuvo bastante calmado, el bastardo me arrebató cualquier oportunidad que tuviese de hablar con Rebeca. Necesito saber qué es lo que oculta, pero además debo preguntarle sobre el relicario. Ella tiene que saber algo, en verdad ansío una maldita respuesta que le dé algo de paz a mi mente.

Mas la cadena de sucesos desafortunados no se detiene ahí, falta una jodida cosa más: Rayner Logan. Él se fue, pero las marcas que dejó continúan en mí, y tengo miedo de no poder borrarlas jamás. A veces se manifiestan físicamente, como un desagrado momentáneo cuando Aaron intenta tocarme, por suerte he conseguido controlarlo logrando que prácticamente no afecte mi deseo sexual hacia el rubio. Otras veces aparece en forma de pesadillas, atormentándome. El niño pequeño que corre intentando escapar de una sombra aterradora, persiguiéndolo errante, como la peor de las bestias.

Y cae al suelo entre sollozos, siendo devorado por él. 

 

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Odio Profundo |BL| ©Where stories live. Discover now