39- Amor...

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―     ¿Qué es eso? — indagó Paulina frunciendo el ceño

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― ¿Qué es eso? — indagó Paulina frunciendo el ceño.

― Uno de los camiones de esta tarde.

― No, este trae hombres de Machar...

Cómo había pasado de un trabajo a distancia a un combate cuerpo a cuerpo era algo que no entendían, teniendo en cuenta lo que Paulina le pagaba a Hasan cada vez que hacía uso de sus habilidades.

― Recuérdenme degollar al hijo de puta si sobrevivimos...

― No te preocupes, yo mismo te daré el cuchillo.

Aclaró Mike, apretando los dientes por el dolor.

Hasan los había traicionado.

Eran cerca de 40 hombres, todos con la insignia de Machar. El líder rebelde no se quedaría sin su principal proveedora de armas, había sido un gran error atacarla allí cuando en realidad deberían haber esperado a que llegara a un territorio neutral.

Se movieron replegándose por enésima vez. Charles sacaba de su bolsillo y hacía uso de 2 granadas de mano.

― ¡Carajo!

Paulina se había quedado sin municiones. Ahora, sólo quedaba su hermano y el tiempo se les agotaba. El enemigo atacaba por todos los flancos.

Sin embargo, el final se hizo plausible cuando, a 300 metros de ellos, se armaba el lanzamisiles portátil de nuevo.

― ¡Cuidado!

Gritó Brandon mientras que, como podían, se lanzaban más allá e intentaban cubrirse.

La explosión hizo que los tímpanos de Charles se reventaran. El impacto daba de lleno a escasos metros de Paulina, haciéndola volar por los aires.

Su cuerpo inerte siendo arrastrado por la onda expansiva, sus ojos abiertos.

Mike corrió hacia ella. Su ropa hervía, un hilo de sangre se desprendía de su boca.

― Pau...

― Por favor, cuídalo...

Las lágrimas cayeron de sus ojos en el mismo momento en que los soldados llegaban sobre ellos y los alejaban de la mujer.

― ¡No! ¡Suéltenme! ¡Hijos de puta!

Los gritos desoladores de Charles una y otra vez, los soldados lo sujetaban de cada brazo. Se necesitó de 6 hombres para contenerlo hasta que uno de ellos le dio un golpe en el maxilar, dejándolo inconsciente.

Apuntaron sus rifles hacia ellos, sosteniéndolos con sus brazos atrás, de rodillas, listos para el fusilamiento.

Mike agachó la cabeza cuando la fría punta del rifle tocó su frente.

― No...

Sus ojos celestes se enfocaron en el muchacho frente a él, no tendría más de 20 años, el arma temblaba en sus manos, seguramente se trataba de un niño capturado por los rebeldes, uno de los tantos chicos a los cuales obligan a unirse al ejército.

Si iba a matarlo, debía estar dispuesto a enfrentarlo cara a cara. El muchacho frunció el ceño y decidió cambiar la ubicación del rifle colocándolo entre sus ojos.

"Perdóname, Emi".

El final se acercaba, la muerte había llegado a su puerta y tocaba con insistencia.

― ¡Alto! ¡A esos dos los quiero vivos!

Giró su cabeza hacia la izquierda para ver a la imponente mujer que se acercaba a paso firme acompañada por un gigante de 2 metros. Le echó un vistazo a Charles quien continuaba inconsciente, luego, se puso de cuclillas frente a Mike y lo sostuvo del mentón.

― Michael de Vrij. Te estaba esperando...

**********

Un dolor extraño le oprimió el pecho mientras trabajaba los músculos de la espalda en el gimnasio. Esa sensación de nuevo, la misma que lo acompañaba desde la mañana.

Era una tortura, un lento y desgarrador castigo que hacía que la sangre le hirviera y se le congelara al mismo tiempo, que su presión arterial bajara y subiera en segundos. Seguía sin noticias. Nada que le diera una luz de esperanza, una mínima alegría que le ayudara a confiar.

Emi tragó saliva y secó el sudor con la toalla blanca que luego dejó sobre su hombro. Movió su silla hasta donde estaba la maldita barra. Su gran enemigo, ese que le había complicado la vida una y otra vez.

Le habían advertido que no lo hiciera solo, pero, tenía que intentarlo y Damián y Martin no estaban. Apoyó los brazos a ambos lados y logró estabilizarse por un segundo, cuando su pierna derecha flaqueó y lo hizo caer sobre una de sus rodillas.

Esta vez no daría marcha atrás, cruzaría esa barra una y otra vez dejando los miedos, las inseguridades y la estúpida silla de ruedas en el pasado. Apoyó su antebrazo sobre un costado, cerró sus ojos en un gesto de dolor, volviendo a erguirse.

"Quiero verte correr hacia mi cuando regrese".

Un paso débil, un esfuerzo que lo llevaba al límite de su fuerza, luego otro, y otro más, sin prisa y sin pausa, controlando su cuerpo, aprendiendo de él, de sus límites, llegando al final de la barra girando para hacer el mismo trayecto hasta la silla de ruedas, sobre la que se arrojó exhausto.

Dejaría de pensar en que algo malo le había ocurrido, Mike llamaría en cualquier momento y, cuando lo hiciera, tendría algo más que contarle que la desgracia de no estar a su lado, cobijado entre sus poderosos brazos.

Practicó sobre la pieza metálica por dos horas, cayendo y levantándose, sin respiro, listo para el próximo objetivo.

Estaba en medio del aparato cuando decidió que debía caminar sin sujetarse, lo había intentado cientos de veces, y estaba harto del mismo resultado.

Si quería libertad, tenía que luchar por ella, si amaba a Mike, debía demostrarle que en verdad le importaba.

Lo amaba con el alma, y cada promesa que le había hecho era pura verdad, cristalina, como cada uno de sus actos.

"Compraremos una casa como esta, cerca de la playa, el lugar donde nos conocimos".

Incluso podía verse allí, las cortinas blancas flameando por la brisa marina, su cabello revuelto, arropado con una bata bebiendo el café de la mañana e impregnando su cuerpo de calidez y sabor, mientras, Michael llegaba y lo tomaba en sus brazos para besarlo. Con rudeza, pasión y otras emociones fervientes a las que no podía ponerle nombre porque no existía palabra en el diccionario que las evocara con la claridad suficiente.

Los pies se deslizaron sobre la alfombra muy lento, un pie pidiendo permiso al otro.

"Puedo hacer esto... porque te amo".

Había proyectado esta imagen en su cabeza desde el momento en que despertó en la cama del hospital y el médico le dijo que jamás volvería a caminar.

"Nada tiene significado, excepto el que tú le das".

Era una frase común en él cuando estaba en diálogo con sus pacientes, rondó su cabeza una y otra vez al tiempo que las extremidades inferiores continuaban en movimiento.

Llegó al final del trayecto y cayó de rodillas, extenuado, satisfecho, como quien ha recorrido un largo camino a la felicidad.

"He cumplido mi parte, Mike. Te toca cumplir la tuya".

ESTEROS S.B.O Libro 8 (Romance gay +18)Where stories live. Discover now