Capítulo V

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A pesar de la revelación de esta mañana sobre el carácter de Peeta, me alivia verlo aparecer vestido con un traje idéntico. Se nota, o al menos yo lo noto, sus cejas están más perfiladas, no hay rastro de una barba de días, está realmente guapo.

Su estilista, Portia, y el resto de su equipo lo acompañan, y todos están de los nervios por la sensación que vamos a causar. Todos salvo Cinna, que acepta las felicitaciones como si estuviera algo cansado.

Nos llevan al nivel inferior del Centro de Renovación, que es, un establo gigantesco. La ceremonia inaugural va a empezar y están subiendo a las parejas de tributos en unos carros tirados por grupos de cuatro caballos.

Los nuestros son negro carbón, unos animales tan bien entrenados que ni siquiera necesitan un jinete que los guíe. Cinna y Portia nos conducen a nuestro carro y nos arreglan con cuidado la postura del cuerpo y la caída de las capas antes de apartarse para comentar algo entre ellos.

—¿Qué piensas? —le susurro a Peeta—. Del fuego, quiero decir.

—Te arrancaré la capa si tú me arrancas la mía —me responde, entre dientes, simulando una sonrisa.

—Trato hecho. —Quizá si logramos quitárnoslas lo bastante deprisa evitemos las peores quemaduras.

—. Sé que le prometí a Haymitch que haría todo lo que nos dijeran, pero creo que no tuvo en cuenta este detalle.

—Por cierto, ¿dónde está? ¿No se supone que tiene que protegernos de este tipo de
cosas?

—Con todo ese alcohol dentro, no creo que sea buena idea tenerlo cerca cuando ardamos.

Los dos nos echamos a reír, como si fuera otra situación; en donde Max hiciera algún juego o se caiga por ser tan torpe al caminar.

Empieza la música de apertura. No cuesta oírla, la ponen a todo volumen por las avenidas del Capitolio.

Unas puertas correderas enormes se abren a las calles llenas de gente. El desfile dura unos veinte minutos y termina en el Círculo de la Ciudad, donde nos recibirán, tocarán el himno y nos escoltarán hasta el Centro de Entrenamiento, que será nuestro hogar/prisión hasta que empiecen los juegos.

Los tributos del Distrito 1 van en un carro tirado por caballos blancos como la nieve. Estan rociados de pintura plateada y vestidos con elegantes túnicas cubiertas de piedras preciosas; el Distrito 1 fabrica artículos de lujo para el Capitolio. Oímos el rugido del público; siempre son los favoritos.

El Distrito 2 se coloca detrás de ellos. En pocos minutos nos encontramos
acercándonos a la puerta y veo que, entre el cielo nublado y que empieza a anochecer, la luz se ha vuelto gris.

Los tributos del Distrito 11 acaban de salir cuando Cinna aparece con una antorcha encendida.

—Allá vamos —dice, y, antes de poder reaccionar, prende fuego a nuestras capas.

Ahogo un grito, esperando que llegue el calor, pero sólo noto un cosquilleo. Cinna se coloca delante de nosotros, prende fuego a los tocados y deja escapar un suspiro de alivio

— Funciona. —Después me levanta la barbilla con cariño—. Recuerda, la cabeza alta. Sonríe. ¡Te van a adorar!

Cinna se baja del carro de un salto y tiene una última idea. Nos grita algo que no oigo por culpa de la música, así que vuelve a gritar y gesticula.

—¿Qué dice? —le pregunto a Peeta. Por primera vez, lo miro y me doy cuenta de lo fantástico que se ve, iluminado por las llamas falsas, está resplandeciente, y que yo también debo de estarlo.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora