XXXVI

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—No pasa nada, preciosa —me susurra.

—Tú no los has oído.

—Oí a Annie, al principio, pero no era ella, era un charlajo.

—Era ella, en alguna parte. El charlajo lo grabó.

—No, eso es lo que quieren que pienses. Igual que yo me pregunté si los ojos de Glimmer estarían en aquel muto del año pasado. Pero no eran los ojos de Glimmer, y no era la voz de Annie. O, si lo era, la sacaron de una entrevista o algo así y distorsionaron el sonido. Hicieron que dijese lo quedecía.

—No, la estaban torturando —respondo—. Seguro que está muerta.

—______, Annie no está muerta, ¿cómo iban a matarla? Casi hemos llegado a los ocho finalistas y ¿qué pasa entonces?

—Mueren siete más —respondo, hundida.

—No, en casa. ¿Qué pasa cuando llegan a los últimos ocho tributos de los juegos? —Me levanta la barbilla para que lo mire, me obliga a mirarlo a los ojos—. ¿Qué pasa? ¿Cuando llegan a los ocho finalistas?

Sé que intenta ayudarme, así que me fuerzo a pensar.

—¿A los ocho finalistas? —repito—. Entrevistan a tu familia y tus amigos.

—Eso es. Entrevistan a tu familia y tus amigos. ¿Y pueden hacer eso si los han matado a todos?

—¿No? —pregunto, no muy convencida.

—No. Por eso sabemos que Annie sigue viva. Será la primera que entrevisten, ¿no?

Deseo creerlo, lo deseo de corazón, sin embargo... esas voces...

—Primero Annie, después tu padre, Madge, Max —sigue diciendo él—. Era un truco, preciosa, un truco horrible, pero sólo puede hacernos daño a nosotros. Nosotros estamos en los juegos, no ellos.

—¿Lo crees de verdad?

—De verdad —responde Peeta.

Dudo, pensando en que Peeta puede hacerte creer cualquier cosa. Miro a Finnick para que me lo confirme y veo que está concentrado en Peeta, en sus palabras.

—¿Tú te lo crees, Finnick? —le pregunto.

—Podría ser, no lo sé —responde

—. ¿Podrían hacer eso, Beetee? ¿Grabar la voz normal de alguien y convertirla en...?

—Oh, sí, ni siquiera es difícil, Finnick. Nuestros niños aprenden una técnica similar en el colegio.

—Claro que Peeta tiene razón. Todo el país adora a la madre de _____. Si de verdad la hubiesen matado así, probablemente se encontrarían con un levantamiento entre manos —afirma Johanna, sin más—. Y eso no les gustaría, ¿verdad? —Echa la cabeza atrás y grita—: ¡¿Que se rebele todo el país?! ¡No les gustaría nada!

Nadie ha dicho nunca nada parecido en los juegos. Sin duda habrán cortado a Johanna, lo editarán, pero yo sí la he oído y nunca más volveré a pensar en ella de la misma forma.

Aunque no ganaría ningún premio a la amabilidad, está claro que tiene agallas. O que está loca. Se dirige a la jungla llevándose algunas caracolas.

—Voy a por agua —dice.

No puedo evitar agarrarla de la mano cuando pasa a mi lado.

—No entres ahí, los pájaros... — Recuerdo que los pájaros ya se habrán ido, pero sigo sin querer que entre nadie, ni siquiera ella.

—No pueden hacerme daño, no soy como ustedes. A mí no me queda nadie —responde Johanna, y se sacude mi mano con impaciencia.

Cuando me trae una caracola llena de agua, la acepto en silencio, asintiendo con la cabeza, porque sé lo mucho que odiaría percibir lástima en mi voz.

Mi salvación -Peeta MellarkWhere stories live. Discover now