XXVII

151 14 3
                                    

Cinna y Portia llegan al alba, y sé que Peeta tendrá que irse. Los tributos entran en la arena solos. Me da un besito.

—Te veré pronto —me dice.

—Te veré pronto —respondo.

Cinna, que me ayudará a vestirme para los juegos, me acompaña al tejado. Estoy a punto de subir a la escalera del aerodeslizador cuando lo recuerdo:

—No me he despedido de Portia.

—Yo se lo diré.

La corriente eléctrica me paraliza en la escalera mientras el médico me inyecta el dispositivo de seguimiento en el antebrazo izquierdo. Ahora podrán localizarme en la arena en todo momento.

El aerodeslizador despega y miro por las ventanillas hasta que se oscurecen. Cinna intenta obligarme a comer y, cuando eso falla, a beber. Consigo beber agua a traguitos, pensando en la deshidratación que estuvo a punto de matarme el año pasado, pensando en que necesitaré fuerzas para mantener a Peeta con vida y a mi abrojito hasta el último momento.

Cuando llegamos a la sala de lanzamiento de la arena, me ducho.Cinna me hace una trenza y me ayuda a ponerme la ropa sobre mi sencilla lencería. El traje de los tributos de este año es un mono azul ajustado, fabricado en un material muy fino y con una cremallera delante; un cinturón acolchado de unos quince centímetros de anchocubierto de reluciente plástico morado; y un par de zapatos de nylon con suelas de goma.

—¿Qué te parece? —pregunto, acercándole la tela a Cinna para que la examine.

Frunce el ceño mientras la restriega entre los dedos.

—No lo sé, no sirve de mucho como protección ni del frío, ni del agua.

—¿Y del sol? —pregunto, imaginándome un sol ardiente sobre un desierto baldío.

—Es posible, si la han tratado adecuadamente. Oh, casi se me olvida esto. —Saca mi broche de sinsajo dorado del bolsillo y me lo pone en el mono, gracias a la tela ajustada, no cabe dudas de mi estado.

—Mi vestido de anoche era fantástico —comento. Fantástico e imprudente, pero eso ya lo sabrá él.

—Me pareció que te gustaría — responde, con una sonrisa tensa.

Nos sentamos con las manos entrelazadas, como el año pasado, hasta que la voz me dice que me prepare para el lanzamiento. Me acompaña a la placa de metal circular y me sube la cremallera del mono hasta el cuello.

—Recuerda, chica en llamas, que sigo apostando por ti. —Me da un beso en la frente y retrocede, mientras el cilindro de cristal baja para rodearme.

—Gracias —respondo, aunque es probable que no me oiga.

Levanto la barbilla para llevar la cabeza alta, como siempre me pide, y espero a que la plataforma se eleve. Sin embargo, no lo hace, y sigue sin hacerlo.

Miro a Cinna arqueando las cejas, en busca de una explicación. Él sacude la cabeza levemente, tan desconcertado como yo. ¿Por qué están retrasando esto? De repente, la puerta que está detrás de él se abre de golpe y tres agentes de la paz entran en tromba en la habitación. Dos sujetan los brazos de Cinna a su espalda y lo esposan, mientras que el tercero lo golpea en la sien con tanta fuerza que cae de rodillas. Y no dejan de golpearlo con guantes tachonados de metal, abriéndole heridas en la cara y el cuerpo. Empiezo a gritar como loca, a golpear el inflexible cristal intentando llegar hasta él. Los agentes de la paz no me hacen ningún caso y se llevan a rastras el cuerpo inmóvil de Cinna. Sólo quedan las manchas de sangre en el suelo.

Mareada y aterrada, noto que la placa empieza a subir.

Todavía estoy apoyada en el cristal cuando la brisa me agita el pelo y me obligo a enderezarme. Justo a tiempo, porque el cristal se retira y me quedo de pie en la arena. Algo parece estar mal, el suelo es demasiado brillante y reluciente, y no deja de moverse. Me miro los pies, entrecerrando los ojos, y veo que la placa de metal está rodeada de olas azules que me mojan las botas. Levanto la mirada poco a poco y asimilo la visión del agua que se extiende en todas direcciones.

Mi salvación -Peeta MellarkWhere stories live. Discover now