XVI

100 11 16
                                    

Estupefacta. Así me quedo cuando Haymitch me lo cuenta en el hospital. Bajo a toda velocidad los
escalones que llevan a Mando mientras le doy vueltas a la cabeza, y entro como un torbellino en una reunión de guerra.

—¿Qué quiere decir eso de que no voy al Capitolio? ¡Tengo que ir! ¡Soy el Sinsajo!

Coin apenas levanta la mirada de la pantalla.

—Y, como Sinsajo, has alcanzado tu objetivo de unir a los distritos contra el Capitolio. No te preocupes, si todo va bien, te llevaremos allí para la rendición.

¿La rendición?

—¡Eso sería demasiado tarde! Me perderé todo el enfrentamiento. Me necesitan... ¡Soy su mejor
tiradora! —grito; normalmente no presumo de ello, pero tiene que ser casi cierto, por lo menos—. Gale
sí va.

—Gale ha ido a entrenamiento todos los días a no ser que estuviera ocupado con otras tareas aprobadas. Estamos seguros de que puede manejarse en el campo de batalla —responde Coin—. ¿A cuántas
sesiones de entrenamiento calculas que has asistido?

A ninguna, eso calculo.

—Bueno, a veces iba a cazar. Y... entrené con Beetee en Armamento Especial.

—No es lo mismo, _____ —interviene Boggs—. Todos sabemos que eres lista y que tienes buena
puntería, pero necesitamos soldados en el campo. No tienes ni idea de cómo seguir órdenes y no estás
precisamente en tu mejor momento físico.

—Eso no les importó cuando estuve en el 8. Ni en el 2, ya puestos.

—En ninguno de los dos casos tenías autorización, en principio, para entrar en combate —responde
Plutarch lanzándome una mirada que indica que no debo revelar demasiado.

No, la batalla de los bombarderos del 8 y mi intervención en el 2 fueron hechos espontáneos,
precipitados y, sin duda, no autorizados.

—Y en los dos casos acabaste herida —me recuerda Boggs.

De repente me veo a través de sus ojos: una niña bajita de diecisiete años que ni siquiera puede
recuperar el aliento desde que se magulló las costillas; desaliñada; indisciplinada; en recuperación; no un soldado, sino alguien de quien cuidar.

—Pero tengo que ir.

—¿Por qué? —pregunta Coin.

No puedo confesar que necesito llevar a cabo mi propia vendetta contra Snow. Sin embargo, no me faltan razones para querer luchar en el Capitolio.

—Por el 12. Porque destruyeron mi distrito.

La presidenta se lo piensa un momento; me examina.

—Bueno, tienes tres semanas. No es mucho, pero puedes empezar el entrenamiento. Si la Junta de
Asignaciones te considera apta, quizá podamos revisar tu caso.

Ya está, eso es lo máximo que cabe esperar. Supongo que es culpa mía. Pasé de mi horario, a no ser que
me conviniese. No parecía ser una prioridad correr por un campo con un arma mientras sucedían tantas
cosas a mi alrededor, y ahora estoy pagando por mi negligencia.

De vuelta al hospital encuentro a Johanna en las mismas circunstancias y renegando como loca. Le
cuento lo que me ha dicho Coin y le digo que quizá ella también pueda entrenar.

—Esta bien, entrenaré, pero pienso ir al podrido Capitolio aunque tenga que matar a una tripulación y pilotar el avión yo misma —responde Johanna.

—Seguramente será mejor que no lo comentes durante el entrenamiento —le digo—, aunque me alegra saber que podrías llevarme.

Johanna sonríe y noto un ligero (aunque significativo) cambio en nuestra relación. No sé si somos amigas de verdad, pero podría considerársenos aliadas. Eso es bueno. Voy a necesitar a una aliada.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora