XV

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«Siempre».

En la penumbra de la morflina, Peeta me susurra la palabra y yo voy en su busca. Es un mundo envuelto en bruma, de color violeta, sin bordes afilados y con muchos escondites. Me abro paso entre los bancos de nubes, sigo unos tenues senderos, y me llega un olor a canela y eneldo. Una vez noto su mano en la mejilla e intento atraparla, pero se disuelve como niebla entre mis dedos.

Cuando por fin empiezo a volver a la estéril habitación del hospital del 13, lo recuerdo. Estaba bajo los efectos del jarabe para dormir, me había herido la mano después de subir a una rama para pasar por encima de la valla electrificada y dejarme caer al 12. Peeta me había acostado y, mientras me dormía, le pedí que se quedara conmigo. Me susurró algo que no conseguí entender, pero parte de mi cerebro atrapó aquella única palabra de respuesta y la dejó nadar a través de mis sueños para poder burlarse de mí ahora: «Siempre».

La morflina suaviza todas las emociones extremas, así que, en vez de una punzada de tristeza, sólo
siento vacío, un arbusto muerto hueco donde antes había flores. Por desgracia, no me queda suficiente
droga dentro como para no hacer caso del dolor en la parte izquierda de mi cuerpo. Ahí es donde me dio la bala. Me toqueteo los gruesos vendajes que me sujetan las costillas y me pregunto por qué sigo
aquí.

No fue él, el hombre arrodillado frente a mí en la plaza, el quemado del Hueso, él no apretó el gatillo.

Fue otra persona, entre la multitud. Más que sentir cómo entraba la bala, noté como si me golpearan
con un mazo. Después del momento del impacto todo fue confusión y disparos. Intento sentarme, pero lo único que consigo es gemir.

La cortina blanca que separa mi cama de la de al lado se aparta de golpe y Johanna Mason me mira. Al principio me siento amenazada porque me atacó en la arena. Tengo que recordarme que lo hizo para
salvarme la vida, que formaba parte del plan de los rebeldes, pero, aun así, eso no quiere decir que no
me desprecie. ¿Quizá su manera de tratarme era puro teatro para el Capitolio?

—Estoy viva —digo con voz ronca.

—No me digas, descerebrada.

Johanna se acerca y se deja caer en mi cama, lo que hace que unas puñaladas de dolor me recorran el
pecho. Sonríe al verlo, así que queda claro que no estamos en una cálida escena de reencuentro.

—¿Todavía tiene? —me pregunta.

Con mano experta me saca la aguja de la morflina del brazo y se la mete en la vía que le han puesto en
el suyo.

—Empezaron a cortarme el suministro hace unos días —me explica—. Temen que me convierta en uno
de esos raritos del 6. Te tuve que pillar la tuya prestada en secreto. Supuse que no te importaría.

¿Importarme? ¿Cómo me iba a importar, teniendo en cuenta que Snow la torturó casi hasta matarla
después del Vasallaje de los Veinticinco? No tengo derecho a que me importe, y ella lo sabe.

Johanna suspira cuando la morflina le entra en el flujo sanguíneo.

—Quizá los del 6 sabían lo que se hacían: drogarse y pintarse flores en el cuerpo no está tan mal. En cualquier caso, parecían más felices que el resto de nosotros.

Ha ganado algo de peso desde que me fui del 13 y tiene algo de pelusilla en la cabeza afeitada, lo que
ayuda a ocultar parte de las cicatrices, pero, si se está metiendo mi morflina, es que sigue mal.

—Tienen un médico de la cabeza que viene todos los días. Se supone que me ayuda a recuperarme. Como si un tipo que se ha pasado la vida en esta madriguera de conejos pudiera arreglarme. Es idiota
perdido. Me recuerda que estoy completamente a salvo unas veinte veces por sesión —me sigue
contando, y consigo sonreír; decir eso es una estupidez, sobre todo si se lo dices a un vencedor. Como si alguien pudiera estar a salvo en alguna parte—. ¿Y tú, Sinsajo? ¿Te sientes completamente a salvo?

Mi salvación -Peeta MellarkWhere stories live. Discover now