III

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Caminamos con cuidado de vuelta al tren, en silencio. Cuando llegamos a mi puerta, Haymitch me da una palmadita en el hombro y dice:

—Podría ser mucho peor, ya lo sabes.

Después se va a su compartimento, llevándose consigo el olor a vino.

En mi cuarto me quito las zapatillas, la bata y el pijama, porque todo está mojado. Hay más en los cajones, pero me meto debajo de las mantas de la cama en ropa interior y me quedo mirando la oscuridad, pensando en mi conversación con Haymitch. Todo lo que ha dicho es cierto: las expectativas del Capitolio, mi futuro con Peeta e incluso su último comentario.

Una de las pocas libertades que tenemos en el Distrito 12 es el derecho a casarnos con quien queramos o a no casarnos, y hasta eso me lo han quitado, o de cierta forma, el tiempo que lleva tomar esa decisión.

Me pregunto si el presidente Snow insistirá en que tengamos hijos. Si los tenemos, tendrán que enfrentarse a la cosecha todos los años, y ¿no sería emocionante ver cómo seleccionan al hijo no de un vencedor, sino de dos? Los hijos de los vencedores han salido elegidos varias veces. Atrae mucho a la gente, que comenta que la suerte no está de parte de la familia. Sin embargo, sucede con demasiada frecuencia para que se trate de mala suerte.

Mi padre está convencido de que el Capitolio lo hace a propósito, que amaña el sorteo para que sea todo más dramático. Teniendo en cuenta todos los problemas que he causado, seguro que cualquier hijo mío tendrá garantizado un sitio en los juegos.

Pienso en Haymitch, soltero, sin familia, escondiéndose del mundo en la bebida. Podría haber tenido a cualquier mujer del distrito y, sin embargo, eligió la soledad. No, la soledad no, eso suena demasiado idílico. Más bien eligió la reclusión solitaria. ¿Era porque, después de pasar por la arena, sabía que la alternativa sería peor? Yo disfruté de un anticipo de esa alternativa cuando dijeron el nombre de Prim el día de la cosecha y la observé acercarse al escenario, camino de su muerte.

Le doy vueltas como loca a la cabeza en busca de una solución. No puedo dejar que el presidente Snow me condene a esto, aunque signifique quitarme la vida. En cualquier caso, antes de llegar a eso, intentaría huir.

¿Qué harían si desapareciese sin más?
¿Si desapareciese en el bosque y no volviera? ¿Podría llevarme a todos mis seres queridos y empezar una nueva vida en la naturaleza? Bastante improbable, aunque no imposible.

Sacudo la cabeza para despejarme. No es el mejor momento para idear huidas demenciales, tengo que concentrarme en la Gira de la Victoria. El destino de muchas personas depende de que ofrezca un buen espectáculo.

El alba llega antes que el sueño, y Effie empieza a llamar a la puerta.

Me pongo la primera ropa que veo en el cajón y me arrastro hasta el vagón comedor. No entiendo qué más da a qué hora me levante, ya que viajaremos todo el día, pero resulta que los arreglos de ayer sólo eran para llevarme hasta la estación. Hoy metoca la sesión completa.

—¿Por qué? Hace demasiado frío para lucirme —gruño.

—En el Distrito 11 no —responde Effie.

El Distrito 11, nuestra primera parada. Preferiría empezar por otro, ya que éste era el hogar de Rue. Sin embargo, así es como funciona la Girade la Victoria. Normalmente comienza en el 12 y avanza en orden descendente hasta el 1, seguido del Capitolio. El distrito vencedor se salta y se deja para el final. Como el 12 suele tener la celebración menos fastuosa (normalmente se trata de una cena para los tributos y una concentración en la plaza, donde nadie parece pasárselo bien), supongo que prefieren quitarnos de en medio lo antes posible.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora