FIN

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Todo parece entrar en erupción. El suelo estalla, convirtiéndose en una lluvia de tierra y plantas rotas. Los árboles arden, e incluso el cielo se llena de brillantes flores de luz. No entiendo por qué bombardean el cielo, hasta que me doy cuenta de que los Vigilantes están disparando fuegos
artificiales arriba, mientras la verdadera destrucción sucede en el suelo, por si ver cómo desaparece la arena y los últimos tributos no fuese suficiente diversión. O quizá para iluminar nuestras sangrientas muertes.

¿Dejarán que sobreviva alguien?

¿Habrá un vencedor de los Septuagésimo Quintos Juegos del Hambre? Quizá no. Al fin y al cabo,¿qué es este Vasallaje de los Veinticinco, si no...? ¿Qué leyó el presidente Snow en la tarjeta? Un recordatorio a los rebeldes de que ni siquiera sus miembros más fuertes son rivales para el poder del Capitolio...

Ni siquiera los más fuertes entre los fuertes triunfarán. Quizá no quería que estos juegos tuviesen un vencedor, o quizá mi acto final de rebelión los obligara.

«Lo siento, Peeta —pienso—. Siento no haber podido
salvarte.»¿Salvarlo? Lo más probable es que le haya robado la última oportunidad de vivir, que lo haya condenado al destrozar el campo de fuerza. Quizá, si todos hubiésemos seguido las reglas, lo habrían dejado vivir.

El aerodeslizador se materializa sobre mí sin previo aviso. Si todo estuviese en silencio y hubiera un
sinsajo cerca, habría notado que se callaba la jungla y después la llamada del pájaro que precede la aparición de los aviones del Capitolio. Sin embargo, mis oídos no son capaces de distinguir algo tan delicado en medio de este bombardeo.

La pinza baja desde la parte de abajo hasta estar justo encima de mí.

Las garras metálicas me levantan. Me gustaría gritar, correr, salir de aquí a puñetazos, pero estoy paralizada, indefensa, y lo único que puedo haceres desear la muerte antes de llegar a las personas que me esperan arriba, entre las sombras. No me han
perdonado la vida para coronarme vencedora, sino para hacer que mi muerte sea lo más lenta y pública posible.

Mis peores temores se confirman cuando veo que el rostro que me recibe en el interior del aerodeslizador es el de Plutarch Heavensbee, el Vigilante Jefe. Qué
destrozos he hecho en sus preciosos juegos, con su inteligente reloj y el campo de vencedores. Sufrirá por su fallo, seguramente perderá la vida, aunque no antes de castigarme.

Extiende el brazo y creo que pretendegolpearme, pero hace algo peor: me cierra los párpados con el pulgar y el índice, sentenciándome a la vulnerabilidad de la noche. Ahora pueden hacer lo que quieran conmigo y ni siquiera lo veré venir.

Me late el corazón tan deprisa que la sangre empieza a manar por debajo de mi empapado vendaje de
musgo. Se me nublan las ideas. Es posible que me desangre antes de que puedan revivir-me. Susurro
mentalmente las gracias a Johanna Mason por la excelente herida que me infligió justo antes de
desmayarme.

Cuando empiezo a recuperar la conciencia, noto que estoy sobre una mesa acolchada y los pinchazos de unos tubos en el brazo izquierdo. Intentan mantenerme viva porque, si me muero en silencio y sola, la victoria será mía. Apenas puedo moverme todavía, abrir los ojos y levantar la cabeza, pero el brazo derecho ha recuperado parte de su movilidad, así que me lo pongo encima como si fuese una aleta, no, algo menos animado, como una porra.

No tengo coordinación motriz, ni pruebas de que mis dedos sigan en su sitio. Sin embargo, consigo mover el brazo de un lado a otro hasta arrancar los tubos, cosa que produce un pitido.

De todos modos, no logro permanecer despierta para ver quién viene a apagarlo.

La siguiente vez que me despierto tengo las manos atadas a la mesa y los tubos de nuevo en el brazo. Puedo abrir los ojos y levantar un poco la cabeza, eso sí. Estoy en una habitación grande con techos bajos y luz plateada. Hay dos filas de camas, unas frente a las otras, y oigo la respiración de quienes, supongo,
serán mis compañeros vencedores.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora