XX

150 14 3
                                    

Haymitch me agarra por la muñeca como si anticipara mi siguiente movimiento, pero me he quedado tan muda como Darius, aunque él lo esté por culpa de los torturadores del Capitolio. Haymitch me dijo una vez que les hacen algo a las lenguas de los avox para que no puedan volver a hablar. En mi cabeza oigo la voz de Darius, picara y alegre, gastándome bromas en el Quemador.

No como se burlan de mí mis compañeros vencedores, sino porque nos caíamos bien de verdad.

Sé que cualquier movimiento que haga hacia Darius, cualquier señal de reconocimiento, sólo serviría para que lo castigasen. Así que nos miramos a los ojos. Darius, un esclavo mudo; yo, condenada a muerte. De todos modos, ¿qué podríamos decirnos? ¿Que sentimos la suerte del otro? ¿Que nos duele el dolor del otro? ¿Que nos alegramos de haber tenido la oportunidad de conocernos?

No, Darius no debería alegrarse de haberme conocido. Si yo hubiese estado allí para detener a Thread, él no tendría que haber dado un paso adelante para salvar a Gale y ahora no sería un avox. Y, en concreto, no sería mi avox, porque está claro que el presidente Snow lo ha colocado aquí por mí.

Me suelto de la mano de Haymitch, me dirijo a mi antiguo dormitorio y cierro la puerta con seguro. Me siento en la cama con los codos sobre las rodillas y la frente apoyada en los puños, y observo mi traje brillando en la oscuridad, imaginándome que estoy de vuelta en el Distrito 12, acurrucada al lado de la chimenea, con mi panza enorme, Peeta acariciandola, cierro mis ojos imaginando esa escena mientras acaricio mi pequeña panza. Oscurece poco a poco, conforme se gastan las baterías.

Cuando Effie llama a la puerta para que vaya a cenar, me levanto, me quito el traje, lo doblo con cuidado y lo dejo sobre la mesa, junto con la corona. En el baño me lavo las rayas negras de maquillaje de la cara.

Después me pongo una camisa y unos pantalones sencillos y recorro el pasillo camino del comedor. Durante la cena no le presto mucha atención a nada, salvo a que Darius y la chica pelirroja son nuestros camareros. Están todos, Effie, Haymitch, Cinna, Portia y Peeta, supongo que hablando de la ceremonia de apertura, pero el único momento en el que de verdad me siento presente es cuando tiro a posta un plato de guisantes al suelo y, antes de que alguien pueda detenerme, me agacho para recuperarlo.

He tirado el plato cuando Darius estaba a mi lado, y los dos nos encontramos brevemente, sin que nadie nos vea, mientras quitamos los guisantes. Nuestras manos se tocan un instante y siento su piel, basta bajo la salsa pringosa del plato. En el desesperado apretón de dedos se encuentran todas las palabras que nunca podremos decirnos.

Entonces Effie empieza a cacarear detrás de mí para recordarme: «¡Ése no es tu trabajo, _____!», y él me suelta la mano.

Cuando vamos a ver el resumen de la ceremonia, me coloco entre Cinna y Haymitch en el sofá, porque no quiero estar al lado de Peeta.

Sigo enfadada porque se rió de mí junto con los otros vencedores, y para colmo, vio el cuerpo desnudo de la loca del 7, no Peeta Mellark, estas en las ruinas, y lo que mas necesito ahora es su comprensión y su consuelo.

Mientras observo el desfile hacia el Círculo de la Ciudad, pienso en que, en un año normal, ya es de por sí que nos hagan disfrazarnos y pasearnos por todas las calles montados en carros. Por muy tontos que parezcan los niños disfrazados, los vencedores de más edad resultan lamentables.

Unos cuantos que todavía son jóvenes, como Johanna o Finnick, o que siguen cuidando su cuerpo, como Seeder y Brutus, todavía conservan algo de dignidad.

Sin embargo, la mayoría, los que han caído en las garras de la bebida, la morflina o la enfermedad están grotescos con sus trajes de vacas, árboles y hogazas de pan. El año pasado charlamos sin parar sobre cada concursante, pero esta noche sólo se oye algún que otro comentario. No es de extrañar que el público se vuelva loco cuando aparecemos Peeta y yo, tan jóvenes, fuertes y bellos con nuestros relucientes disfraces. La viva imagen de lo que debería ser un tributo.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora