XVIIII

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Como ya he pasado muchas veces por sesiones de preparación con Flavius, Venia y Octavia, sobrevivir a la experiencia no debería ser más que una vieja rutina. Sin embargo, no me esperaba el trauma emotivo al que me iban a someter. Todos y cada uno de ellos rompen a llorar en algún momento de la preparación al menos dos veces, y Octavia se pasa prácticamente toda la mañana gimiendo sin parar.

Al parecer me han tomado cariño de verdad y la idea de que regrese a la arena los ha destrozado. Si combinamos eso con el hecho de que, al perderme, se perderán el pase a todo tipo de acontecimientos sociales, sobre todo mi boda, la situación se vuelve insoportable. La idea de intentar ser fuertes por el bien de otra persona nunca se les ha pasado por la cabeza, así que me veo obligada a consolarlos; teniendo en cuenta que la que va a morir soy yo y mi abrojo, me resulta algo molesto.

En cualquier caso, es interesante, porque me acuerdo de lo que dijo Peeta sobre el ayudante del tren, que estaba triste porque los vencedores tuviesen que volver a luchar, que a la gente del Capitolio no le gustaba.

Aunque todavía creo que se olvidarán de todo en cuanto suene el gong, es casi una revelación saber que los del Capitolio sienten algo por nosotros.

Demasiado parecido a ver cómo mueren tus amigos; demasiado parecido a lo que significan los juegos para la gente de los distritos.

Cuando aparece Cinna, ya estoy irritable y exhausta de tanto consolar al equipo de preparación. Encima, sus lágrimas constantes me recuerdan a las que sin duda se estarán derramando en casa. Aquí plantada, tapándome el dolor de la piel y el corazón con una fina bata, sé que no puedo soportar ni una mirada más de lástima, así que, en cuanto entra por la puerta, le suelto:

—Te juro que si lloras te mato ahora mismo.

—¿Te han mojado mucho? —me pregunta, sonriendo.

—Si me escurres, chorreo — contesto.

Cinna me echa un brazo sobre los hombros y me conduce al comedor.

—No te preocupes, siempre utilizo el trabajo para canalizar mis emociones. Así no hago daño a nadie, salvo a mí mismo.

—No podré soportar otra mañana como ésta.

—Lo sé, hablaré con ellos.

La comida me hace sentir un poquito mejor. Faisán acompañado de una selección de gelatinas con aspecto de gemas de colores y diminutas versiones de distintas verduras nadando en mantequilla, además de puré de patatas con perejil.

De postre mojamos trozos de fruta en una olla de chocolate fundido, y Cinna tiene que pedir una segunda olla porque al final me como el chocolate a cucharadas.

—Bueno, ¿qué vamos a llevar puesto en la ceremonia de apertura?—pregunto mientras rebaño la segunda olla—. ¿Cascos de minero o fuego? —Sé que Peeta y yo tendremos que vestir algo relacionado con el carbón para el desfile en carro.

—Algo parecido.

Mi equipo de preparación llega para vestirme, y Cinna los echa diciendo que han hecho un trabajo tan espectacular por la mañana que ya no les queda nada que arreglar.

Ellos se van a recuperarse y, por suerte, me dejan en manos de Cinna.

Primero me peina con el estilo trenzado que le enseñó mi madre y después se pone con el maquillaje. El año pasado utilizó poco para que la audiencia me reconociera cuando aterrizase en la arena, pero ahora me esconde la cara con toques de luz teatrales y sombras oscuras; altas cejas enarcadas, pómulos resaltados, ojos ardientes y labios morados.

El traje engaña a primera vista, porque parece sencillo, sólo un mono negro ajustado que me cubre del cuello para abajo, miro a Cinna.

—Lo se, se de tu estado, me di cuenta apenas te volví a ver, este traje va a marcar mas la forma. ¿Lo sientes apretado? —Pregunta con preocupación.

—No, esta bien, sigue. —Mi mano se dirige a mi abdomen ya notorio, al menos para mi.

Me coloca una media corona en la cabeza, como la que recibí al vencer, aunque está hecha de un pesado metal negro, no de oro. Después ajusta la luz de la habitación para que imite la del crepúsculo y aprieta un botón que está debajo de la tela de mi muñeca. Bajo la vista, fascinada, al ver cómo mi vestimenta cobra vida poco a poco, primero con una suave luz dorada, para transformarse gradualmente en el rojo anaranjado del carbón ardiendo. Es como si me hubiesen cubierto de brasas relucientes... No, yo misma soy una brasa reluciente sacada de una chimenea. Los colores suben y bajan, se mueven y mezclan exactamente igual que el carbón al fuego.

—¿Cómo lo has hecho? — pregunto, maravillada.

—Portia y yo nos pasamos muchas horas observando fuegos —responde Cinna—. Ahora, mírate.

Me vuelve hacia un espejo para que pueda contemplar el efecto al completo. No veo a una chica, ni siquiera a una mujer, sino a un ser sobrenatural que bien podría vivir en el volcán que mató a tantas personas en el vasallaje de Haymitch. La corona negra, que ahora parece al rojo vivo, proyecta extrañas sombras sobre mi teatral maquillaje. ______, la chica en llamas, ha dejado atrás el reflejo de la lumbre, los trajes enjoyados y los vestidos cubiertos de suave luz. Ahora es tan mortífera como el mismo fuego.

—Creo... que es justo lo que necesitaba para enfrentarme a los demás —afirmo.

—Sí, me parece que tus días de pintalabios rosa y lacitos han terminado —responde Cinna. Toca de nuevo el botón de la muñeca y apaga mi luz—. Será mejor no gastar la batería. Esta vez, cuando estés en el carro, nada de saludos y sonrisas. Quiero que te limites a mirar al frente, como si el público no fuese digno de que le prestesatención.

—Por fin algo que se me da bien.

Cinna tiene que encargarse de unas cuantas cosas más, así que decido dirigirme a la planta baja del Centro de Renovación, en el que está el enorme lugar de reunión para los tributos y sus carros antes de la ceremonia. Espero encontrar a Peeta y Haymitch, pero todavía no han llegado.

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Les dejo una foto con indicadores de semanas de embarazo, para que puedan imaginarlo con precisión. Semana trece.


 Semana trece

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Mi salvación -Peeta MellarkWhere stories live. Discover now