XXVI

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Ha soltado una bomba que hará que todos olviden lo que hayan dicho los tributos que han pasado delante de él. Bueno, quizá no, quizá este año no haya hecho más que encender la mecha de una bomba que los mismos vencedores han fabricado con la esperanza de que alguien lograse hacerla estallar. Puede que pensaran que sería yo, con mi traje de novia.

Al estallar la bomba, la onda expansiva envía acusaciones de injusticia, barbarie y crueldad en todas direcciones. Ni siquiera la persona más fiel al Capitolio, la más sedienta de juegos y sangre, es capaz de pasar por alto, al menos durante un segundo, lo horrible de la situación.

Estoy embarazada.

El público no es capaz de asimilar la noticia de inmediato, tiene que golpearles, metérseles dentro y ser confirmada por otras voces antes de que empiecen a sonar como un rebaño de animales heridos, gimiendo, chillando, pidiendo ayuda.

¿Y yo? Sé que han proyectado un primer plano de mi cara en pantalla, solo me levanto de mi asiento, y me pongo de costado aun sin sacar mis manos de mi vientre, gracias a que el vestido era ajustado al cuerpo, se nota a la perfección mi vientre ya abultado.

¿Y yo? Sé que han proyectado un primer plano de mi cara en pantalla, solo me levanto de mi asiento, y me pongo de costado aun sin sacar mis manos de mi vientre, gracias a que el vestido era ajustado al cuerpo, se nota a la perfección mi vientre ya...

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Caesar no logra refrenar de nuevo a la multitud, ni siquiera cuando suena el zumbido. Peeta asiente para despedirse y regresa a su asiento sin decir más. Veo que el presentador mueve los labios, pero el lugar es un caos y no oigo nada más que el atronador rugido del himno, tan alto que lo siento reverberar en los huesos, para hacernos saber cuál es nuestro sitio en el programa.

Peeta me da la mano y sus lagrimas comienzan a caer, era la primera vez que lo veo llorar, comenzaron a caer mis lagrimas, pero tome fuerte su mano y me vuelvo de forma espontánea hacia Chaff y le ofrezco la mano. Mis dedos se cierran en torno al muñón de su brazo y se aferran con fuerza.

Entonces sucede: a todo lo largo de la fila, los vencedores empiezan a tomarse de la mano. Algunos de inmediato, como los adictos, Wiress y Beetee. Otros vacilan, como Brutus y Enobaria, pero al final ceden ante la presión de los que los rodean. Cuando terminan los últimos acordes del himno, los veinticuatro formamos una fila unida en lo que debe de ser la primera muestra pública de unidad entre los distritos desde los Días Oscuros. Mientras la pantalla empieza a fundirse en negro, noto que se dan cuenta de ello. Sin embargo, es demasiado tarde; con la confusión, no nos cortaron a tiempo.

Todo el mundo lo ha visto.

Las luces se apagan y nos dejan que volvamos a tientas al Centro de Entrenamiento. He perdido a Chaff, pero Peeta me guía hasta un ascensor. Cuando Finnick y Johanna intentan unirse a nosotros, un agente de la paz bastante violento les impide el paso y salimos solos.

En cuanto ponemos un pie fuera del ascensor, Peeta me agarra por los hombros.

—No tenemos mucho tiempo, así que, dime: ¿tengo que disculparme por algo?

—Por nada —respondo. —Te amo Peeta.

—Te amo.

Pasa sus brazos alrededor mio y me apreta, mis brazos pasan por su cuello y respiro su aroma, intentando pensar con claridad lo que ha pasado.

Muy lejos de aquí existe un lugar llamado Distrito 12, en el que mi madre, mi padre, mi mascota y mis amigos tendrán que cargar con las consecuencias de lo sucedido esta noche

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Muy lejos de aquí existe un lugar llamado Distrito 12, en el que mi madre, mi padre, mi mascota y mis amigos tendrán que cargar con las consecuencias de lo sucedido esta noche. A un breve viaje en aerodeslizador de nosotros está la arena, donde mañana Peeta, los demás tributos y yo nos enfrentaremos a nuestro propio castigo.

Sin embargo, aunque todos tengamos una muerte horrible, esta noche ha pasado algo en el escenario que no puede deshacerse. Los vencedores hemos montado nuestro levantamiento y, quizá, sólo quizá, el Capitolio no sea capaz de contenerlo.

Esperamos a que regresen los demás, pero, cuando se abre el ascensor, sólo aparece Haymitch.

—Ahí fuera es la locura. Han enviado a todos a casa y han cancelado el resumen de las entrevistasen televisión.

Peeta y yo corremosa la ventana e intentamos entender lo que pasa más abajo, en la calle.

—¿Qué están diciendo? — pregunta Peeta—. ¿Le están pidiendo al presidente que detenga los juegos?.

—Creo que ni ellos mismos saben qué pedir. La situación no tiene precedentes. La simple idea de oponerse a los planes del Capitolio es fuente de confusión para la gente de aquí —responde Haymitch—. Pero Snow no va a cancelar los juegos de ninguna manera. Lo sabén, ¿verdad?

Lo sé. Ya no puede echarse atrás. La única opción es devolver el golpe, y devolverlo con fuerza.

—¿Los otros se han ido a casa? — pregunto.

—Se lo han ordenado. No sé cómo les irá con toda esa muchedumbre en la calle.

—Entonces, no volveremos a ver a Effie —comenta Peeta. El año pasado tampoco la vimos la mañana de los juegos—. Dale las gracias de nuestra parte.

—Más que eso, haz que sea algo especial. Al fin y al cabo, estamos hablando de Effie —añado—. Dile lo mucho que la apreciamos, que ha sido la mejor acompañante del mundo y que... que la queremos mucho.

Guardamos silencio durante un momento, retrasando lo inevitable, hasta que Haymitch dice:

—Supongo que nosotros también tenemos que despedirnos.

—¿Un último consejo? — pregunta Peeta.

—Sigan vivos-responde Haymitch, con voz ronca.

Se ha convertido en nuestra broma privada.

Nos da un abrazo rápido a cada uno y me doy cuenta de que es lo máximo que puede soportar

—. Vayan a la cama, necesitan descansar.

—Cuídate, Haymitch.

Cruzamos la habitación y, al llegar a la puerta, la voz de Haymitch nos detiene.

—______, cuando estés en la arena —empieza, aunque se calla. Por la forma en que frunce el ceño sé que ya lo he decepcionado.

—¿Qué? —pregunto, a la defensiva.

—Recuerda quién es el verdadero enemigo —me dice—. Eso es todo. Salgan de aquí.

Recorremos el pasillo. Peeta quiere parar en su cuarto para quitarse el maquillaje en la ducha y reunirse después conmigo dentro de unos minutos, pero no lo dejo. Estoy segura de que, si se cierra una puerta entre nosotros, se bloqueará y tendré que pasar la noche sin él. Además, tengo ducha en mi habitación. Me niego a soltarle la mano.

¿Dormimos? No lo sé. Pasamos la noche abrazados, en una tierra intermedia entre los sueños y la vigilia. Sin hablar. Los dos tememos molestar al otro, con la esperanza de poder acumular algunos preciados minutos de descanso.

Sus manos no abandonan en ningun momento mi vientre, asi sea haciendole caricias o simplemente quietas.

Mi salvación -Peeta MellarkWhere stories live. Discover now