XVII

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Peeta me comento que le había tirado todo el licor a Haymitch, puesto que dos volvieriamos a la arena y otro debía ser nuestro mentor, debía estar sobrio, gracias a eso ahora nuestra rutina cambio. 
Todas las noches vemos los resúmenes de los juegos en los que ganaron los vencedores que siguen vivos. Me doy cuenta de que no conocí a ninguno en la Gira de la Victoria, lo que, ahora que lo pienso, me parece raro.

Cuando saco el tema, Haymitch responde que al presidente Snow no le convenía en absoluto mostrarnos a Peeta y a mí (sobre todo a mí) haciendo amistad con otros vencedores en los distritos que podían rebelarse. Los vencedores tienen una posición social especial y, si daba la impresión de que apoyaban mi desafío al Capitolio, se convertirían en un peligro político. Al hacer las cuentas, calculo que algunos de nuestros oponentes serán ancianos, lo que resulta tanto triste como alentador.

Peeta toma copiosas notas, Haymitch ofrece información sobre sus personalidades y, poco a poco, empezamos a conocer a la competencia.

Todas las mañanas hacemos ejercicio para fortalecernos, aunque gracias a eso, Haymitch se entero de mi estado, y claro que me miro, pero insistí en mantener nuestro plan, salvar solo a Peeta.

Corremos, levantamos cosas y estiramos los músculos, Peeta levanta mucho mas peso, yo solo levanto lo que mi madre me permite, no quiero hacerle daño a nuestro bebé. Todas las tardes trabajamos en nuestras habilidades de combate, lanzamos cuchillos, nos enfrentamos cuerpo a cuerpo; incluso les enseño a trepar árboles. En teoría, los tributos no pueden entrenarse, pero nadie intenta detenernos.

En cualquier caso, en los años normales, los tributos de los distritos 1, 2 y 4 aparecen sabiendo blandir lanzas y espadas. Esto no es nada, en comparación.

Después de tantos años de maltrato, el cuerpo de Haymitch se resiste a mejorar. Aunque sigue siendo muy fuerte, se queda sin aliento con una carrera de nada. Y cabría pensar que un tío que duerme todas las noches con un cuchillo sabría cómo acertar con uno en la pared de una casa, pero las manos le tiemblan tanto que tarda semanas en conseguirlo.

Por otro lado, a Peeta y a mí nos sienta muy bien el nuevo régimen.

Además, me da algo que hacer, nos da a todos algo que hacer aparte de aceptar la derrota. Mi madre nos pone una dieta especial para ganar peso, y que nuestra personita se ponga mas fuerte.

Mamá cuida de nuestros doloridos músculos. Madge nos pasa en secreto los periódicos del Capitolio que le llegan a su padre. Los pronósticos sobre quién será el vencedor de los vencedores nos sitúan entre los favoritos.

Incluso Gale y Katniss aparecen en escena los domingos y, pese a que Gale no aprecia ni a Peeta ni a Haymitch, y al parecer, Katniss a mi,  nos enseñan todo lo que sabe sobre trampas. A mí me resulta extraño estar en una misma conversación con Peeta y Gale a la vez, aunque ellos parecen haber dejado a un lado los problemas que puedan tener con respecto a mí.

El día de la cosecha hace un calor asqueroso. La población del Distrito 12 espera en la plaza, sudando en silencio y vigilada con metralletas.

Yo estoy sola en una pequeña zona delimitada con cuerdas, y Peeta y Haymitch están en un corral similar a mi derecha. La cosecha dura un minuto. Effie, reluciente con una peluca de metal dorado, no exhibe su brío de siempre. Tiene que agarrarse a la urna de las chicas durante un rato para conseguir sacar el trozo de papel en el que todos saben que está mi nombre.

Se acerca al microfono y dice mi nombre, fuerte y claro. Luego se acerca a la urna de los hombres, en donde tarda en sacar un papelito, mis manos estaban sudando,
Mi panza estaba dando revueltas.

Camina hacia el microfono y todo parece ir en camara lenta. 

—Haymitch Abernathy. 

El hombre apenas tiene tiempo de dedicarme una mirada triste antes de que Peeta se ofrezca voluntario para sustituirlo.

Nos llevan de inmediato al Edificio de Justicia, donde nos espera Thread, el jefe de los agentes de la paz.

—Nuevo procedimiento — anuncia, sonriendo, y nos empujan hacia la puerta trasera, al interior de un coche que nos lleva a la estación de tren. No hay cámaras en el andén, ni gente para despedirnos.

Aparecen Haymitch y Effie, escoltados por guardias, y los agentes se apresuran a meternos en el tren y cierran la puerta. Las ruedas empiezan a girar.

Me quedo mirando la ventana, observando cómo desaparece el Distrito 12, con todas las despedidas pegadasa los labios. Mis manos bajan a mi pequeño bulto, doce semanas, era apenas una arbeja. 

Unos brazos me rodean, el olor a Peeta me tranquiliza. 

—Debía vivir uno Peeta, tenes que vivir, —Mis ojos se llenaron de lagrimas. —Maldición, odio al Capitolio, me odio por tener que sobrevivir, no tendría que haber agarrado esas ballas, tendría que haber muerto en br... —Me cayo con un beso. 

—Sobreviviremos, no se como, pero no quiero vivir una vida sin vos _____, no puedo ni quiero, luche por este amor, pase años enamorado de ti, no voy abandonar este amor asi.

—Te amo Peeta Mellark. 

—Te amo _____ Avery. 

La comida está poco animada, tanto que, de hecho, guardamos silencio durante largos períodos, sólo interrumpidos por el cambio de platos. Una sopa fría de puré de vegetales; pasteles de pescado con un cremoso paté de lima; aquellos pajaritos rellenos de salsa de naranja, con arroz salvaje y berros; natillas de chocolate salpicadas de cerezas. Peeta y Effie intentan iniciar alguna conversación, sin éxito.

—Me encanta tu nuevo pelo, Effie —comenta Peeta.

—Gracias. Lo pedí expresamente para que fuese a juego con el broche de ______. Pensaba conseguirte una pulsera dorada para el tobillo y quizá un brazalete de oro para Haymitch, o algo así, para que parezcamos todos un equipo.

Está claro que Effie no sabe que mi sinsajo ahora es un símbolo de los rebeldes, al menos en el Distrito 8. En el Capitolio no es más que un recordatorio divertido de unos Juegos del Hambre especialmente emocionantes. ¿Qué otra cosa iba a ser? Los rebeldes de verdad no pondrían un símbolo secreto en algo tan duradero como una joya. Lo dibujarían en una galleta de pan que pudiera comerse en un segundo, en caso necesario.

—Creo que es una gran idea — dice Peeta—. ¿Qué te parece, Haymitch?

—Sí, lo que quieran—responde Haymitch.

Ahora va a tener que hacer lo que esté en su mano por mantenerlo con vida en una arena llena de viejos amigos, y seguramente fracasará.

—Quizá podríamos buscarte una peluca —comento, intentando bromear. El me mira como diciendo que lo deje en paz, y todos volvemosa comernos las natillasen silencio.

—¿Quieren que veamos los resúmenes de las cosechas? — pregunta Effie mientras se limpia las comisuras de los labios con una servilleta de lino blanco.

Mi salvación -Peeta MellarkWhere stories live. Discover now