VI

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Otra fuerza a la que enfrentarse, otra parte que busca el poder y ha decidido usarme como ficha de su juego, aunque las cosas nunca parecen salir según lo previsto. Primero estaban los Vigilantes de los Juegos, que me convirtieron en su estrella para después recuperarse como pudieron de aquel puñado de bayas venenosas. Después el presidente Snow, que intentó usarme para apagar las llamas de la rebelión y sólo consiguió que cada uno de mis actos resultara incendiario. A continuación, los rebeldes me atrapan en la zarpa metálica que me saca de la arena y me nombran Sinsajo, y después tienen que recuperarse de la conmoción de descubrir que quizá yo no desee las alas. Y ahora Coin, con su puñado de preciados misiles y su maquinaria bien engrasada, descubre que es mucho más difícil arreglar a un sinsajo que cazarlo.

Pero ha sido la más rápida en determinar que tengo mis propios objetivos y, por tanto, no puede confiar en mí. Ha sido la primera que me ha marcado en público como una amenaza.

Acaricio la espesa capa de burbujas de mi bañera. Limpiarme es el paso preliminar para decidir mi nuevo aspecto. Con el pelo dañado por el ácido, la piel quemada por el sol y unas feas cicatrices, el equipo de preparación tiene que ponerme guapa y después herirme, quemarme y marcarme de manera
más atractiva.

—Ponenla en base de belleza cero —fue lo primero que ordenó Fulvia esta mañana—. Trabajaremos partir de ahí.

Al final resulta que la base de belleza cero es el aspecto que tendría una persona si se levantara de la cama con un aspecto perfecto, pero natural. Significa que me cortan las uñas a la perfección, aunque no las pintan; que tengo el pelo sedoso y reluciente, aunque sin peinar demasiado; que me dejan la piel suave e impoluta, aunque sin pintarla; que me hacen la cera y me borran las ojeras, aunque sin realizar mejoras visibles. Supongo que Cinna dio las mismas instrucciones el primer día que llegué como tributo al Capitolio. Aquello era distinto, ya que era una concursante y ahora soy una rebelde, así que supongo que tendré que parecerme más a mí misma.

Sin embargo, resulta que los rebeldes televisados también tienen que estar a la altura.

Después de enjuagarme la espuma, me vuelvo y veo a Octavia esperando con una toalla. Sin la ropa chillona, el exceso de maquillaje, los tintes, las joyas y los adornos del pelo, no tiene nada que ver con la mujer que conocí en el Capitolio. Recuerdo que un día se presentó con una melena rosa fuerte salpicada de parpadeantes luces de colores con forma de ratones. Me dijo que en casa tenía varios ratones como mascotas, cosa que me repugnó en su momento, ya que nosotros consideramos alimañas a los ratones, a no ser que estén cocinados. Sin embargo, a Octavia le gustaban porque eran pequeñitos, suaves y hacían ruidos chillones, como ella. Mientras me seca, intento acostumbrarme a la Octavia del Distrito 13. Su color de pelo real resulta ser un caoba muy bonito. Tiene una cara normal, aunque con una dulzura innegable. Es más joven de lo que pensaba, quizá veintipocos. Sin las uñas decorativas de ocho centímetros sus dedos son casi cortos y no dejan de temblar. Quiero decirle que no pasa nada, que me aseguraré de que Coin no vuelva a hacerle daño, pero los moratones multicolores que florecen bajo su piel verde me recuerdan mi impotencia.

Flavius también parece desvaído sin los labios morados y la ropa de colores. Eso sí, ha conseguido ordenar más o menos sus tirabuzones naranjas. Es Venia la que ha cambiado menos: su pelo turquesa cae liso en vez de estar de punta, y se le ven las raíces grises, pero los tatuajes son su rasgo más llamativo, y siguen tan dorados y sorprendentes como siempre. Se acerca y le quita la toalla a Octavia.

—______ no va a hacernos daño —le dice a Octavia en voz baja, aunque firme—. Ella ni siquiera sabía que estábamos allí. Todo irá mejor ahora.

Octavia asiente levemente, aunque no se atreve a mirarme a los ojos.

No es fácil dejarme en base de belleza cero, ni siquiera con el arsenal de productos, herramientas y cacharros que Plutarch tuvo la previsión de sacar del Capitolio. Mi equipo lo hace bastante bien hasta que intentan solucionar el agujero que me dejó Johanna en el brazo al sacar el dispositivo de seguimiento. El equipo médico no tuvo en cuenta la estética cuando lo remendó, así que ahora tengo una cicatriz irregular y llena de bultos que ocupa el tamaño de una manzana. Normalmente me lo tapa la manga, pero el traje de Cinna está diseñado para que las mangas lleguen hasta justo encima del codo.

Mi salvación -Peeta MellarkМесто, где живут истории. Откройте их для себя