VIIII

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Boggs me agarra con fuerza del brazo, pero ya no pienso escapar. Miro al hospital (justo a tiempo de ver cómo cede el resto de la estructura) y dejo de luchar. Todas esas personas, los cientos de heridos, los parientes y los médicos del 13, ya no existen. Me vuelvo hacia Boggs y veo que tiene hinchada la cara por la patada de Gale. Aunque no soy una experta, estoy bastante segura de que le ha roto la nariz. A pesar de todo, suena más resignado que enfadado:

—De vuelta a la pista.

Doy un paso adelante, obediente, y hago una mueca al notar el dolor de la rodilla derecha. El subidón de adrenalina ya ha pasado y todas las partes de mi cuerpo se unen en un coro de quejas. Estoy machacada, ensangrentada y alguien me está pegando martillazos en la sien izquierda desde dentro del cráneo.

Boggs me examina rápidamente la cara, me sube en brazos y corre hacia la pista. A medio camino vomito encima de su chaleco antibalas. Creo que suspira, aunque es difícil saberlo, porque está sin aliento.

Un aerodeslizador pequeño, distinto al que nos trajo aquí, nos espera en la pista. En cuanto mi equipo sube a bordo, despegamos. Esta vez no hay ni asientos cómodos ni ventanas, sino que estamos en una especie de avión de mercancías. Boggs se encarga de los primeros auxilios de todos para que resistan hasta que lleguemos al 13. Quiero quitarme el chaleco porque también ha recibido buena parte del vómito, pero hace demasiado frío para eso. Me quedo tumbada en el suelo con la cabeza apoyada en el regazo de Gale. Lo último que recuerdo es a Boggs poniéndome encima un par de sacos de arpillera.

Cuando me despierto, estoy calentita y remendada en mi vieja habitación del hospital. Mi madre está aquí, comprobando mis constantes vitales.

—¿Cómo te sientes?

—Un poco machacada, pero bien —respondo.

—Nadie nos dijo que te ibas hasta que ya no estabas aquí.

Siento una punzada de culpa. Cuando tu familia ha tenido que enviarte dos veces a los Juegos del Hambre, es un detalle de los que no deben olvidarse.

—Lo siento, no esperaban el ataque, se suponía que iba a visitar a los pacientes —le explico—. La próxima vez haré que te lo consulten.

—______, a mí nadie me consulta nada.

—Bueno, pues al menos haré que te lo... notifiquen.

En la mesita de noche está el fragmento de metralla que me han sacado de la pierna. Los médicos están
más preocupados con el daño cerebral a consecuencia de las explosiones ya que mi conmoción todavía no se había curado del todo, pero no veo doble ni nada, y puedo pensar con bastante claridad.

He dormido toda la tarde y la noche, así que estoy muerta de hambre. El tamaño del desayuno me resulta decepcionante, sólo unos cuantos trocitos de pan mojados en leche tibia. Me han llamado para una reunión a primera hora en Mando. Cuando empiezo a levantarme me doy cuenta de que piensan llevarme en la camilla directamente. Quiero ir andando, pero eso está descartado, así que negocio para que me dejen ir en silla de ruedas. Estoy bien, en serio..., salvo por la cabeza, la pierna, los moratones y las náuseas que me entran un par de minutos después de comer. Quizá la silla sea buena idea.

Mientras me bajan, empieza a preocuparme lo que me encontraré, bajo mi mano a mi vientre y lo acaricio, Gale y yo desobedecimos órdenes directas ayer, y Boggs tiene la herida que lo prueba. Sin duda habrá repercusiones, aunque ¿será capaz Coin de anular nuestro acuerdo sobre la inmunidad de los vencedores? ¿Le habré quitado a Peeta la poca protección que podía ofrecerle?

Cuando llego a Mando, los únicos que ya están presentes son Cressida, Messalla y los insectos.
Messalla me mira con una amplia sonrisa y dice:

—¡Ahí está nuestra pequeña estrella!

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora