Capítulo VII

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Entonces me he dado cuenta de que es clavada a Delly.

Delly Cartwright es una chica regordeta de cara mustia y pelo amarillento que se
parece a nuestra sirvienta tanto como un escarabajo a una mariposa. También es probable que sea la persona más simpática del planeta: sonríe sin parar a todo el mundo en el colegio, incluso a mí. Nunca he visto sonreír a la chica del pelo rojo, pero recojo con gratitud la sugerencia de Peeta.

—Claro, eso era. Debe de ser por el pelo —digo.

—Y también algo en los ojos —añade Peeta.

—Oh, bueno, si es sólo eso —dice Cinna, y la mesa vuelve a relajarse—. Y sí, la
tarta tiene alcohol, aunque ya se ha quemado todo. La pedí especialmente en honor de vuestro fogoso debut.

Nos comemos la tarta y pasamos a un salón para ver la repetición de la ceremonia inaugural que están echando por la tele. Hay otras parejas que causan buena impresión, pero ninguna está a nuestra altura. Hasta nuestro equipo deja escapar una exclamación cuando nos ve salir del Centro de Renovación.

—¿De quién fue la idea de que se agarrwn de la mano? —pregunta Haymitch.

—De Cinna —responde Portia. —El toque justo de rebeldía. Muy bonito.

¿Rebeldía? Me paro a pensarlo un momento y lo entiendo cuando me acuerdo de las otras parejas, distantes y tensas, sin tocarse ni prestarse atención, como si su compañero no existiese, como si los juegos ya hubiesen empezado.

Al presentarnos no como adversarios, sino como amigos, hemos destacado tanto como nuestros trajes en llamas.

—Mañana por la mañana es la primera sesión de entrenamiento. Nos reunimos para el desayuno y les contaré cómo quiero que se comporten—nos dice Haymitch a Peeta y a mí—. Ahora vayan a dormir un poco mientras los mayores hablamos.

Peeta y yo recorremos juntos el pasillo hasta nuestras habitaciones. Cuando
llegamos a mi puerta, se apoya en el marco, no para impedir que entre, sino para captar mi atención.

—Con que Delly Cartwright. Qué casualidad encontrarnos aquí con su gemela.

Me está pidiendo una explicación y siento la tentación de dársela. Los dos
sabemos que me ha encubierto, así que vuelvo a estar en deuda con él. Si le cuento la verdad sobre la chica, quizá estemos en paz.

¿Qué daño puede hacerme? Aunque repita por ahí la historia, no podría hacerme mucho daño, porque sólo era algo que vi hace tiempo. Además, él había mentido tanto como yo al decir lo de Delly Cartwright.

Me doy cuenta de que quiero hablar con alguien sobre la muchacha, aunque la idea de la chica con la lengua cortada me asusta, me ha recordado por
qué estoy aquí. No es para lucir modelitos sorprendentes y comer manjares, sino para morir de forma sangrienta mientras la audiencia anima al asesino.

¿Se lo cuento o no se lo cuento? Todavía tengo el cerebro embotado por culpa del vino, así que miro al pasillo vacío, como si la decisión estuviese allí mismo. Peeta nota mi duda, e incluso creo que se ofendió.

—¿Has estado ya en el tejado? —Niego con la cabeza—. Cinna me lo enseñó.
Desde allí se ve casi toda la ciudad, aunque el viento hace bastante ruido.

Traduzco su comentario como: «Allí nadie nos oirá hablar». La verdad es que yo también tengo la sensación de estar bajo vigilancia.

—¿Podemos subir sin más?

—Vamos —responde Peeta.

Lo sigo escaleras arriba hasta el tejado. Hay una salita con techo abovedado con
una puerta que da al exterior. Cuando salimos al frío aire nocturno, la vista me quita el aliento: el Capitolio brilla como un enorme campo lleno de luciérnagas. La electricidad del Distrito 12 viene y va; lo habitual es que sólo tengamos unas cuantas horas al día. Es normal que por las noches nos iluminemos con velas, y sólo puedes contar con ella cuando televisan los juegos o algún mensaje importante del Gobierno, que hemos de ver por obligación.

Mi salvación -Peeta Mellarkحيث تعيش القصص. اكتشف الآن