IV

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Los ojos de Max reflejan la tenue luz de la bombilla de seguridad que hay sobre la puerta, aún acostado a mi lado puedo sentir su alerta constante.

En la cama de enfrente están mis padres, durmiendo plácidamente.

Como lo hacíamos Peeta y yo. Mis ojos se fijan en el techo y una mano pasa por mi vientre, acariciandolo suavemente.

Sobrevivimos Peet, estamos vivos, abrojo y yo. Se que necesitas verlo, que necesitas vernos para creer. Te extraño, intento ser fuerte por ambos pero no puedo, flaqueo. Me rindo, me culpo.

El cajón del centro contiene la ropa que me han dado aquí. Todos vestimos los mismos pantalones y camisas grises, con la camisa metida por dentro. Debajo de la ropa guardo las pocas cosas que llevaba
cuando me sacaron de la arena: mi insignia del sinsajo; el símbolo de Peeta, el medallón de oro con
fotos de mis padres y Nick; un paracaídas plateado con la espita para sacar agua de los árboles; y la perla que Peeta me dio unas horas antes de que mi flecha hiciera volar por los aires el campo de fuerza. El Distrito 13 confiscó mi tubo de pomada dermatológica para usarla en el hospital, y mi arco y mis flechas porque sólo los guardias pueden llevar armas. Los tienen a buen recaudo en la armería.

Tanteo en busca del paracaídas y meto los dedos dentro hasta dar con la perla. Después me siento en mi cama con las piernas cruzadas y me acaricio los labios con la suave superficie irisada de la perla. No sé por qué, pero me calma; es como un frío beso de la persona que me la regaló.

—¿_____? —susurra mi madre . Está despierta y me mira a través de la oscuridad—. ¿Qué te pasa?

—Nada, un mal sueño. Vuelve a dormir, mamá.

Es automático, siempre aparto a mi madre para protegerla.

Con cuidado de no despertar a mi padre , ella se baja de la cama, se sienta a mi lado. Me toca la mano en la que tengo la perla.

—Estás fría —me dice; saca una manta extra de los pies de la cama, nos enrolla con ella a los tres, y me envuelve también en su calor y el calor del pellejo de Max—. Podrías contármelo, ¿sabes? Se me da bien guardar secretos, no se lo diría a nadie. Ni siquiera a papá .

—Mañana por la mañana voy a aceptar convertirme en el Sinsajo —le confieso.

—¿Porque quieres o porque te ves obligada?

—Las dos cosas, supongo —respondo, entre risas—. No, quiero hacerlo. Tengo que hacerlo si ayuda a que los rebeldes derroten a Snow. —Aprieto la perla con fuerza en el puño—. Pero es que... Peeta...

Temo que los rebeldes lo ejecuten por traidor si ganamos.

Mamá se lo piensa un poco.

—_____, no creo que entiendas lo importante que eres para la causa, y la gente importante suele conseguir lo que desea. Si quieres mantener a Peeta a salvo de los rebeldes, puedes.

Supongo que soy importante. Se tomaron muchas molestias para rescatarme y, además, me llevaron al districto 12.

—¿Quieres decir... que podría exigir que otorguen inmunidad a Peeta? ¿Y tendrían que aceptar?

—Creo que podrías exigir lo que quisieras y ellos tendrían que aceptarlo —afirma mamá , arrugando la frente—. Pero ¿cómo puedes asegurarte de que mantengan su palabra?

Recuerdo todas las mentiras que Haymitch nos contó a Peeta y a mí para conseguir lo que quería.
¿Cómo lograr que los rebeldes no rompan el trato? Una promesa verbal detrás de puertas cerradas o una promesa en papel podrían evaporarse después de la guerra. Podrían negar su existencia o su validez, y los testigos en la sala de mando no servirían de nada. De hecho, seguramente serían los que firmaran la sentencia de muerte de Peeta. Necesito un grupo de testigos mucho mayor. Necesito todos los que pueda.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora