XXXV

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La gente ha llorado, se ha desmayado e incluso ha gritado pidiendo un cambio. Verme con mi vestido blanco de novia está a punto de provocar un motín. Ya no podrán verme más, ya no verán a los trágicos amantes viviendo felices para siempre jamás, ya no habrá boda.

Incluso veo que la actitud profesional de Caesar se resquebraja un poco mientras intenta calmarlos y dejarme hablar; mis tres minutos se están esfumando rápidamente.

Al final hay una pausa y él puede decir:

—Bueno, _____, resulta obvio que es una noche muy emotiva para todos. ¿Hay algo que quieras decir?

—Sólo que siento mucho que no puedan asistir a mi boda —respondo, con voz temblorosa—, pero que me alegro de que al menos puedan verme con el vestido. ¿No es... lo más bonito del mundo? —No tengo que mirar a Cinna para ver la señal, sé que es el momento adecuado.

Empiezo a girar lentamente, levantando las mangas del pesado vestido por encima de la cabeza. Cuando oigo los gritos de la multitud creo que es porque estoy deslumbrante, hasta que me doy cuenta de que algo sube a mi alrededor: humo, de fuego.

Empiezo a asustarme cuando el humo se espesa y trocitos de seda negra vuelan por los aires, acompañados del estrépito de las perlas al caer al suelo. Por algún motivo me da miedo parar, porque mi piel no parece estar ardiendo y sé que Cinna tiene que estar detrás de lo quesucede, así que sigo girando y girando. Durante una fracción de segundo ahogo un grito,completamente envuelta en las extrañas llamas. Entonces, de repente, el fuego desaparece y me detengo lentamente, preguntándome si estaré desnuda y por qué Cinna habrá querido que ardiese mi vestido de novia.

Pero no estoy desnuda, llevo un vestido con el mismo diseño que el traje de novia, salvo que es del color del carbón y está hecho de plumas diminutas. Asombrada, levanto mis largas mangas vaporosas y me veo en la pantalla de televisión. Voy entera de negro, salvo por unos parches blancos en las mangas... o debería decir en las alas.

Porque Cinna me ha convertido en un sinsajo.

Todavía ardo un poco, así que Caesar acerca la mano con indecisión para tocarme la cabeza

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Todavía ardo un poco, así que Caesar acerca la mano con indecisión para tocarme la cabeza. La tela blanca ha desaparecido y ha dejado un suave velo negro ajustado que cae sobre el escote trasero del vestido.

—Plumas —dice—. Eres como un pájaro.

—Como un sinsajo, creo — respondo, batiendo un poco las alas—. Es como el pájaro de la insignia que llevo de símbolo.

Veo pasar una sombra de reconocimiento por la cara de Caesar y sé que es consciente de que el sinsajo es algo más que mi símbolo, que ahora simboliza mucho más; que lo que en el Capitolio se verá como un llamativo cambio de vestuario, en los distritos se entenderá de unaforma completamente distinta. Sin embargo, hace lo que puede por solucionarlo.

—Bueno, hay que quitarse el sombrero ante tu estilista. No creo que nadie pueda negar que se trata de lo más espectacular que hemos visto en una entrevista. Cinna, ¡deberías saludar!

Caesar le hace un gesto para que se levante.

Cinna lo hace y se inclina con elegancia. De repente, estoy muerta de miedo por él. ¿Qué ha hecho? Algo de un peligro tremendo, un acto de rebelión en sí mismo. Y lo ha hecho por mí.Recuerdo sus palabras...

«No te preocupes, siempre utilizo el trabajo para canalizar mis emociones. Así no hago daño a nadie, salvo a mí mismo.»

Me temo que se ha hecho tanto daño que no podrá recuperarse. Al presidente Snow no se le escapará la importancia de mi feroz transformación.

El público, tan pasmado que había guardado silencio hasta el momento, prorrumpe en sonoros aplausos. Apenas oigo el zumbido que indica que mis tres minutos se han agotado. Caesar me da las gracias y vuelvo a mi asiento, con un vestido que ahora parece más ligero que el aire.

Empiezan tranquilamente con unas cuantas bromas sobre fuegos, plumas y pollos chamuscados. Sin embargo, todos notan que Peeta está ausente, así que Caesar dirige la conversación directamente al asunto en mente de todos.

—Bueno, Peeta, ¿qué sentiste cuando, después de todo lo que has pasado, te enteraste del vasallaje?

—Me quedé conmocionado. Es decir, estaba contemplando a _____, tan bella con todos esos vestidos de novia y, de repente... —Peeta deja la frase en el aire.

—¿Te diste cuenta de que nunca habría boda? —pregunta Caesar con amabilidad.

Peeta guarda silencio durante un largo instante, como si estuviese decidiendo qué hacer. Mira al público, al que tiene hechizado, después al suelo y, por último, a Caesar.

—Caesar, ¿crees que todos los amigos que nos están viendo sabrán guardar un secreto?

El público deja escapar unas carcajadas incómodas, porque ¿qué quiere decir? ¿Guardar un secreto ante quién? Todo el mundo está mirando.

—Estoy bastante seguro — responde Caesar.

—Ya estamos casados —anuncia Peeta en voz baja.

La multitud reacciona demostrando su estupefacción, y yo tengo que sonreír, mostrando a la camara mi anillo. Si, era algo totalmente organizado.

—Pero... ¿cómo es posible? — pregunta Caesar.

—Oh, no es un matrimonio oficial, no fuimos al Edificio de Justicia ni nada de eso. Es que en el Distrito 12 tenemos un ritual de matrimonio. No sé cómo será en los otros distritos, pero nosotros hacemos una cosa —explica, y describe brevemente la ceremonia de brindarnos el pan tostado.

—¿Estaban allí sus familias?

—No, no se lo dijimos a nadie, ni siquiera a Haymitch. Y el padre de _____ nunca lo habría aprobado, pero, ¿sabes?, si nos hubiésemos casado en el Capitolio no habríamos tenido brindis. Y ninguno de los dos queríamos seguir esperando, así que decidimos hacerlo sin más. Y, para nosotros, estamos más casados de lo que pudiéramos estarlo después de firmar un trozo de papel o montar una gran fiesta.

—Entonces, ¿esto fue antes del vasallaje?

—Claro que fue antes del vasallaje. Seguro que no lo habríamos decidido de haberlo sabido antes — responde Peeta, que empieza a enfadarse—. Sin embargo, ¿quién se lo podía imaginar? Nadie. Pasamos por los juegos, vencimos, todos parecían encantados de vernos juntos, y entonces, de buenas a primeras... Es decir, ¿cómo íbamos a esperarnos algo así?

—No podían, Peeta —lo consuela Caesar, poniéndole un brazo sobre los hombros—. Como dices, nadie podía. No obstante, debo confesar que me alegro de que al menos tuvieran unos cuantos meses de felicidad juntos.

Un enorme aplauso. Como si eso me diese ánimos, levanto la mirada y dejo que la audiencia vea mi triste sonrisa de agradecimiento, mis ojos estan apunto de lagrimear. Una vez que a camara deja de enfocarme, dirigo mis manos a mi vientre, estamos en la semana 14.

—Yo no me alegro —dice Peeta —. Ojalá hubiésemos esperado hasta la celebración oficial.

—Bueno, disfrutar de un tiempo, aunque breve, es mejor que no disfrutar de ninguno, ¿no? —pregunta Caesar, sorprendido.

Peeta me mira, es el momento, le doy un leve asentimiento y tomo mas fuerte mi vientre, como si el presidente Snow apareceria para quitarmelo.

—Quizá hubiese pensado lo mismo, Caesar, si no fuera por el bebé —responde Peeta.

Mi salvación -Peeta MellarkKde žijí příběhy. Začni objevovat