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El grito comienza en la parte más baja de la espalda y me sube por el cuerpo hasta quedarse atascado enla garganta

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El grito comienza en la parte más baja de la espalda y me sube por el cuerpo hasta quedarse atascado en
la garganta. Me quedo muda como un avox, ahogada por la pena. Aunque pudiera soltar los músculos del cuello y dejar que el sonido rasgara el espacio, ¿se daría alguien cuenta? La sala está alborotada, todos preguntan y exigen, intentando descifrar el significado de las palabras de Peeta: «Y tú... en el
13... ¡Mañana estarás muerta!». Pero nadie pregunta por la sangre derramada antes de que llegara la estática.

Una voz silencia a las demás:

—¡Callense! —dice, y todos miran a Haymitch—. ¡No es ningún misterio! El chico ha dicho que nos van a atacar. Aquí, en el 13.

—¿Cómo puede tener esa información?

—¿Por qué vamos a confiar en él?

—¿Cómo lo sabes?

Haymitch gruñe, frustrado.

—Lo están machacando mientras hablamos —replica—. ¿Qué más necesitan? ¡____, échame una mano!

Me sacudo para lograr liberar las palabras.

—Haymitch tiene razón. No sé de dónde habrá sacado Peeta los datos ni si es verdad, pero él lo cree. Y le están... —No soy capaz de decir en voz alta lo que Snow le está haciendo.

—No lo conocen —le dice Haymitch a Coin—. Nosotros sí. Prepara a tu gente.

La presidenta no parece alarmada por el giro de los acontecimientos, sólo algo perpleja. Reflexiona sobre las palabras dando golpecitos con un dedo en el borde del cuadro de control que tiene delante. Cuando habla, se dirige a Haymitch con voz templada:

—Obviamente, estamos preparados para esa posibilidad, aunque varias décadas de experiencia apoyan la hipótesis de que sería contraproducente para el Capitolio atacar directamente al 13. Los misiles nucleares liberarían radiación a la atmósfera, y eso tendría unas consecuencias medioambientales
incalculables. Incluso un bombardeo rutinario podría dañar gravemente nuestro complejo militar, y
sabemos que ellos desean recuperarlo. Además, por supuesto, estarían dando lugar a un contraataque. Es posible que, dada nuestra actual alianza con los rebeldes, lo consideren un riesgo aceptable.

—¿Tú crees? —dice Haymitch; se pasa un poco de sincero, aunque las sutilezas de la ironía no suelen
captarse en el 13.

—Sí. En cualquier caso, ya nos tocaba un simulacro de emergencia de nivel cinco. Procedamos al bloqueo.

Empieza a escribir rápidamente en su teclado para autorizar la decisión. En cuanto levanta la cabeza,
empieza el movimiento.

He vivido dos simulacros de nivel bajo desde que llegué al 13. No recuerdo mucho del primero porque
estaba en cuidados intensivos y creo que los pacientes del hospital estaban perdonados, ya que las complicaciones que suponía sacarnos de allí para un simulacro superaban a los beneficios. Apenas fui
consciente de una voz mecánica que pedía a la gente que se reuniera en las zonas amarillas. Durante el
segundo, uno de nivel dos pensado para crisis menores (como cuarentenas temporales mientras
comprobaban si los ciudadanos se habían contagiado durante una epidemia de gripe), teníamos que regresar a nuestros alojamientos. Me quedé detrás de una tubería de la lavandería y no hice caso de los pitidos que salían de los altavoces mientras observaba cómo una araña tejía su red. Ninguna de las dos experiencias me preparó para las escalofriantes sirenas que se apoderan del distrito y me rompen los tímpanos. No hay manera de pasar de este sonido, parece diseñado para provocar la histeria de la población. Sin embargo, estamos en el distrito 13, así que eso no pasa.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora