Capítulo XIX

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Me tapo la boca, pero ya se me ha escapado el grito. El cielo se oscurece y oigo un coro de ranas que empiezan a cantar.

¡Estúpida!  ¡Qué estupidez has hecho!

Espero, paralizada, a que los bosques se llenen de atacantes, pero después
recuerdo que no queda casi nadie.

Peeta, que está herido, es ahora mi aliado. Todas las dudas que pudiera haber tenido sobre él se desvanecen, porque, si alguno de los dos hubiese matado al otro, seríamos parias a nuestro regreso al Distrito 12.

De hecho, sé que, de estar viendo los juegos por la tele, habría odiado a cualquier tributo que no intentase de inmediato aliarse con su compañero de distrito. Además, tiene sentido que nos protejamos el uno al otro y, en mi caso (al ser los amantes trágicos del Distrito 12), es un requisito imprescindible si deseo recibir más ayuda de patrocinadores comprensivos.

Los amantes trágicos... Peeta debe de haber estado jugándosela a esa carta desde el principio.

¿Por qué si no habrían decidido los Vigilantes este cambio sin precedentes en las reglas?

Para que dos tributos tengan la oportunidad de ganar, nuestro romance debe de ser tan popular entre la audiencia que condenarlo al fracaso pondría en peligro el éxito de los juegos.

Y no es gracias a mí, porque lo único que he hecho ha sido conseguir no matar a Peeta, la culpa me comienza a invadir.

No sé qué habrá hecho él en el estadio, aunque me da la impresión de que ha convencido al público de que ha sido para mantenerme con vida.

Sacudió la cabeza para evitar que yo me metiese en la Cornucopia; luchó contra Cato para permitirme escapar; incluso su unión con los profesionales tiene que haber sido una táctica para protegerme.

Al final va a resultar que Peeta nunca mintió sobre sus sentimientos en el tejado.

La idea me hace sonreír.

Dejo caer las manos y levanto el rostro hacia la luna, para que las cámaras puedan verlo bien.

Entonces, ¿a quién debo temer? ¿A la Comadreja? El chico de su distrito está
muerto y ella trabaja sola, por la noche, y su estrategia ha consistido en evadirse, no en atacar.

En realidad, aunque haya escuchado mi voz, no creo que haga nada, salvo esperar a que otro me mate.

También está Thresh. Vale, él es una amenaza real, pero no lo he visto ni una vez desde que empezaron los juegos.

Cuando la Comadreja se asustó con un ruido en el lugar de la explosión, no se volvió hacia el bosque, sino hacia lo que hay al otro lado de él, esa zona del estadio que se pierde de vista y llega a no sé dónde.

Estoy casi segura de que la persona de la que huía era Thresh y que ése es su dominio. Desde allí no puede haberme escuchado y, aunque lo hiciera, estoy a demasiada altura para alguien de su tamaño.

Eso me deja con Cato y la chica del Distrito 2, que seguramente estarán celebrando la nueva regla.

Es la única pareja que queda, salvo Peeta y yo.

¿Debería huir, por si me han oído llamarlo? Que vengan.

Que vengan con sus gafas de visión nocturna y sus pesados cuerpos ruidosos, que se pongan a tiro de mis flechas.

Sin embargo, sé que no lo harán; si no vinieron a la luz del día guiados por mi hoguera, no se arriesgarán a caer en una trampa nocturna.

Cuando vengan, será imponiendo sus condiciones, no porque sepan dónde estoy.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora