XXXVII

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Cuando me despierto, noto una breve y deliciosa sensación de felicidad que, por algún motivo, tiene que ver con Peeta.

La felicidad, obviamente, es algo del todo absurdoen estos momentos, ya que, al ritmo que van las cosas, estaré muerta dentro de un día. Y eso sería en el mejor de los casos, si logro eliminar alresto del campo, incluida yo, y hacer que coronen a Peeta vencedor del Vasallaje de los Veinticinco.

En cualquier caso, la sensación es tan esperada y dulce que me aferró aella, aunque sea por unos instantes. Antes de que los granos de arena, elsol caliente y los picores de la piel me exijan que vuelva a la realidad. Todos están ya en pie, contemplando la bajada de un paracaídas.

Me uno a ellos pararecibir otro lote de pan. Es idéntico alque recibimos anoche, veinticuatro bollitos del Distrito 3. Eso nos dejacon treinta y tres en total. Elegimos cinco cada uno y dejamos ocho en reserva. Nadie lo dice, pero ocho se dividen perfectamente si muere uno más. Por algún motivo, bromear sobre quién quedará para comerse los bollitos ha perdido su gracia a la luz del día.

¿Durante cuánto tiempo podemos mantener esta alianza? Creo que nadie esperaba que el número detributos descendiese tan rápidamente.¿Y si me equivoco y los demás no están protegiendo a Peeta? ¿Y si has ido coincidencia, o una estrategia para ganarse nuestra confianza y convertirnos en presa fácil? ¿Y si no entiendo lo que sucede en realidad?

Espera, eso no hace falta preguntarlo:no entiendo lo que sucede en realidad. Y si no lo entiendo, ha llegado el momento de que Peeta y yo salgamos de aquí.

Me siento a su lado en la arena acomerme los bollitos. No sé por qué,pero me cuesta mirarlo. Quizá sea por saber el poco tiempo que nos queda y lo opuestos que son nuestros objetivos.

Después de comer, tiro de su mano para llevarlo al agua.

—Venga, te enseñaré a nadar. —Necesito alejarlo de los demás, ir a un sitio donde podamos hablar sobre cómo largarnos.

Será difícil, porque,una vez se den cuenta de que rompemos la alianza, seremos blancos al instante. Si de verdad pretendiese enseñarle a nadar, haría que se quitase elcinturón que lo mantiene a flote,pero ¿qué más da? Así que le enseño la brazada básica y lo dejo practicarde un lado a otro en la zona en la que el agua le llega a la cintura.

Al principio veo que Johanna nos vigilacon atención, aunque al final pierde interés y se va a echar una siesta.  Finnick está tejiendo una red nueva con las plantas y Beetee juega con su alambre. Ha llegado el momento.

Mientras Peeta estaba nadando, yo he descubierto algo; las costras queme quedan empiezan a pelarse. Limpio el resto de las escamas del brazo restregándolas suavemente conun puñado de arena, y veo que hay piel nueva debajo.

Le digo a Peeta que pare con el pretexto de enseñarle librarse de las molestas costras y,mientras nos restregamos, saco el tema de la huida.

—Mira, ya sólo quedamos ocho.Creo que es el momento de irse —le digo, entre dientes, aunque dudo que los demás tributos puedan oírme.

Peeta asiente, veo que está pensando en mi propuesta, pensando en las probabilidades que están a nuestro favor

.—Haremos una cosa —responde—. Nos quedaremos hasta que Brutus y Enobaria estén muertos. Creo que Beetee intenta montar una especie de trampa para ellos. Te prometo quenos iremos después.

No estoy del todo convencida,pero, si nos vamos ahora, tendremos a dos grupos de adversarios detrás de nosotros. Quizá tres, porque ¿quien sabe lo que planea Chaff? Además del problema del reloj. Y tenemos que pensar en Beetee.

Johanna sólo lotrajo por mí y, si lo abandonamos,seguro que lo mata. Entonces lo recuerdo: no puedo proteger tambiéna Beetee. Sólo puede haber un vencedor, y ese será Peeta.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora