XXIII

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En el pasillo me encuentro a Paylor en el mismo sitio en que la dejé.

—¿Has encontrado lo que buscabas? —me pregunta.

Levanto el capullo blanco a modo de respuesta y me alejo tambaleándome. Debo de haber regresado a
mi dormitorio, porque lo siguiente que sé es que estoy llenando un vaso con agua en el grifo del baño
para meter la rosa dentro. Caigo de rodillas sobre los fríos azulejos y entrecierro los ojos para observar la flor; me cuesta centrar la vista en su color blanco bajo esta luz fluorescente tan dura. Meto un dedo
dentro de la pulsera, la retuerzo como un torniquete y me hago daño en la muñeca con la esperanza de
que el dolor me ayude a aferrarme a la irrealidad, igual que hacía Peeta. Tengo que aferrarme a ella.

Tengo que saber la verdad sobre lo que ha pasado.
Hay dos posibilidades, aunque los detalles relacionados con ellas pueden variar. La primera es que, como yo creía, el Capitolio enviara aquel aerodeslizador, soltara los paracaídas y sacrificara las vidas de sus niños sabiendo que los recién llegados rebeldes correrían en su ayuda. Hay pruebas que respaldan esta teoría: el sello del Capitolio en el aerodeslizador, que no intentaran derribar al enemigo del cielo y su largo historial de usar a niños como marionetas en su batalla contra los distritos. Después está la versión de Snow: que un aerodeslizador del Capitolio pilotado por los rebeldes bombardeara a los niños para acabar rápidamente con la guerra. Sin embargo, de ser así, ¿por qué no disparó el Capitolio contra el enemigo? ¿Acaso el elemento sorpresa los superó? ¿No les quedaban defensas? Los niños son un bien preciado para el 13, o eso parecía. Bueno, puede que yo no; cuando dejé de resultar útil, me hice prescindible, aunque creo que hace tiempo que a mí no me consideran una niña en esta guerra. Pero ¿por qué iban a bombardearlos sabiendo que sus propios sanitarios responderían y morirían en los siguientes estallidos? No lo harían, no podían, Snow miente. Me manipula como siempre ha hecho, con la esperanza de que me vuelva contra los rebeldes y, si es posible, los destruya.

Sí. Por supuesto.

Entonces, ¿por qué hay algo que no me cuadra? En primer lugar, por esas bombas que explotaron en
dos tiempos. No digo que el Capitolio no tuviera la misma arma, pero sé que los rebeldes sí que la tenían: el invento de Gale y Beetee. Además, está el hecho de que Snow no intentara huir, teniendo en
cuenta que se trata de un superviviente consumado. Cuesta creer que no tuviera un refugio en alguna
parte, un búnker lleno de provisiones en el que pasar el resto de su asquerosa vida de serpiente. Y, por
último, está su evaluación de Coin. Lo que resulta irrefutable es que la presidenta ha hecho justo lo que
Snow dice: ha dejado que el Capitolio y los distritos se destrocen mutuamente para así hacerse con el
poder sin grandes esfuerzos. Sin embargo, aunque ése fuera su plan, no quiere decir que soltara los
paracaídas. La victoria siempre estuvo a su alcance, la tenía en las manos.

Salvo por mí.

Recuerdo la respuesta de Boggs cuando reconocí que no había pensado mucho en el sucesor de Snow:

«Si tu respuesta automática no es Coin, te conviertes en una amenaza. Eres el rostro de la rebelión, quizá tengas más influencia que nadie. De cara al exterior te has limitado a tolerarla».

No, ahora sí que me estoy volviendo loca, me dejo llevar por la paranoia. Demasiada gente sabría de la
misión, no podrían mantenerlo en secreto. ¿O sí? ¿Quién más tendría que saberlo, aparte de Coin, Plutarch y una tripulación pequeña, leal o prescindible?

Necesito resolver esto, pero las personas en las que confiaba están muertas: Cinna, Boggs, Finnick,
Mis padres... Peeta sólo podría especular y quién sabe en qué estado se encontrará su mente.

Al final, sólo hay una persona que quizá sepa lo que pasó y quizá esté de mi lado. Comentar el asunto
es un riesgo. Sin embargo, aunque creo que Haymitch es capaz de jugarse mi vida en la arena, no creo que me delate a Coin. Sean cuales sean nuestros problemas, preferimos resolverlos cara a cara.

Mi salvación -Peeta MellarkWhere stories live. Discover now