VI

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Una vez entendidas las implicaciones de lo que estaba viendo en el televisor del alcalde Undersee salí del cuarto y empecé a recorrer el pasillo. Justo a tiempo, además, porque el alcalde subió las escaleras un instante después. Lo saludé con la mano.

—¿Buscas a Madge? —me preguntó, en tono amable.

—Sí, quiero enseñarle mi vestido.

—Bueno, ya sabes dónde encontrarla. —En ese momento, otra serie de pitidos salieron de su estudio y él se puso serio—. Perdona —me dijo; entró en la habitación y cerró la puerta.

Esperé en el pasillo hasta lograr tranquilizarme y me recordé que tenía que actuar con naturalidad.

Después encontré a Madge en su dormitorio, sentada frente a su tocador cepillándose el pelo, rubio rizado, delante del espejo. Llevaba el mismo bonito vestido blanco que se había puesto para el día de la cosecha.

Vio mi reflejo detrás de ella y sonrió.

—Mírate, pareces recién salida de las calles del Capitolio.

Di un paso adelante y toqué el sinsajo.

Los pájaros macho modificados genéticamente por el Capitolio para usarlos como armas con las que espiar a los rebeldes de los distritos. Podían recordar y repetir largos fragmentos de conversaciones humanas, así que los enviaban a las zonas rebeldes para captar nuestras palabras y llevarlas al Capitolio. Los rebeldes se enteraron y usaron a los pájaros contra el Capitolio, enviándolos de vuelta a sus amos cargados de mentiras. Cuando se descubrió la estratagema, los creadores de los charlajos los abandonaron para dejarlos morir. Sin embargo, aunque se extinguieron en pocos años, antes se aparearon con los sinsontes hembra y crearon una especie completamente nueva.

—Pero los sinsajos no eran un arma —repuso Madge—. No son más que pájaros cantores, ¿no?

—Sí, supongo —le dije, aunque no es cierto. Un sinsonte no es más que un pájaro cantor. Un sinsajo es una criatura que el Capitolio no pretendía crear. No habían contado con que los muy controlados charlajos fuesen lo bastante listos para adaptarse a la libertad, pasar su código genético y prosperar de una nueva forma. No habían previsto su voluntad de vivir.

Ahora, mientras arrastro los pies por la nieve, veo los sinsajos que saltan entre las ramas repitiendo las melodías de otros pájaros, copiándolas y transformándolas en algo nuevo.

Como siempre, me recuerdan a Rue. Pienso en el sueño que tuve la última noche en el tren, en el que ella era un sinsajo y yo la seguía. Ojalá me hubiese quedado dormida un poco más para ver a dónde intentaba llevarme.

Su ausencia en la cena del alcalde fue notable, aunque el resto de su familia sí acudió. Hazelle dijo que estaba enfermo, aunque era una mentira evidente. Tampoco lo encontré en el Festival de la Recolección, y Vick me dijo que estaba cazando. Eso sí que podía ser cierto.

El camino desde la aldea a la plaza se usa poco, es un sitio seguro para hablar, aunque me cuesta pronunciar las palabras. Me muerdo los labios agrietados y la plaza se acerca con cada paso que damos. Quizá sea mi última oportunidad en mucho tiempo, así que respiro hondo y lo dejo salir:

—Peeta, si te pidiera que huyeses del distrito conmigo, ¿lo harías?

Peeta me sujeta del brazo y me detiene; no necesita verme la cara para saber que hablo en serio.

—Depende de por qué me lo pidas —¿Por «tenemos» te refieres sólo a nosotros dos? No. ¿Quién más vendría?

—Mi familia; la tuya, si quiere venir; Haymitch, quizá.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora