XXXIV

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Salto para perseguirlos. Buuum, buuum, buuum! El cañón confirma que no podemos ayudar a Wiress, y que no hace falta rematar a Gloss y Cashmere.

Mis aliados y yo estamos rodeando el cuerno, persiguiendo a Brutus y Enobaria, que corren por una franja de arena hacia la jungla.

De repente, el suelo tiembla bajo mis pies y caigo de lado en la arena.

El círculo de tierra en el que se encuentra la Cornucopia empieza a girar deprisa, muy deprisa, y veo que la jungla pasa a nuestro alrededor convertida en una mancha. Noto la fuerza centrífuga que me empuja al agua, así que clavo manos y pies en la arena, intentando agarrarme a la inestable tierra. Entre la arena que vuela y el mareo, tengo que cerrar los ojos con fuerza. Lo único que puedo hacer, literalmente, es sujetarme hasta que, sin frenar antes, nos paramos de golpe.

Entre toses y náuseas, me siento y veo que mis compañeros están en las mismas condiciones. Finnick, Johanna y Peeta han logrado no salir Volando. Los tres cadáveres han acabado en el agua.

—¿Dónde está Voltios? — pregunta Johanna.

Nos ponemos de pie y, Finnick lo divisa a unos veinte metros de nosotros, en el agua, flotando a duras penas, así que se acerca nadando para rescatarlo. Entonces me acuerdo del cable y de lo importante que era para él. Miro como loca a mi alrededor, ¿dónde está? ¿Dónde está? Y al final lo veo, todavía en la mano de Wiress, en el agua, bastante lejos. Se me revuelve el estómago al pensar en lo que tengo que hacer.

—Cubranme —le digo a los otros.

Suelto las armas y corro por la franja de arena más cercana a su cadáver. Sin frenar, me tiro al agua y empiezo a nadar hacia ella.

De reojo veo el aerodeslizador aparecer sobre nosotras, la pinza que desciende para llevársela; pero no paro, sigo nadando tan deprisa como puedo y acabo dándome contra ella. Saco la cabeza, jadeando, intentando evitar tragarme el agua manchada de sangre que rodea la herida abierta de su cuello. Está flotando boca arriba gracias al cinturón y la muerte, mirando el sol implacable.

Tengo que arrancarle el rollo de alambre de los dedos, porque lo tenía agarrado con fuerza. Lo único que puedo hacer es cerrarle los ojos, susurrarle adiós y alejarme nadando. Cuando dejo labobina en la arena y salgo del agua, ella ya no está, aunque sigo notando el sabor de su sangre mezclado con el agua de mar.

Vuelvo a la Cornucopia. Finnick ha traído a Beetee con vida, aunque algo ahogado, porque está sentado tosiendo agua. Tuvo el sentido común de sujetarse las gafas, así que, al menos, puede ver. Le dejo el rollo de alambre en el regazo. Está reluciente, no queda ni rastro de sangre. Él desenrolla un trozo de alambre y se lo pasa entre los dedos, de modo que lo veo por primera vez, y no se parece a ningún cable que conozca.

Finnick, Johanna y Beetee ya han perdido a sus compañeros de distrito.

Me acerco a Peeta y lo abrazo; por un instante, todos guardamos silencio.

—Vámonos de esta isla apestosa —dice al fin Johanna.

Finnick se quita la camiseta interior y se la ata alrededor de la herida que le ha dejado el cuchillo de Enobaria en el muslo; no es demasiado profunda.

Beetee cree que ya puede caminar, siempre que vayamos despacio, así que lo ayudo a levantarse. Decidimos dirigirnos a la playa de las doce en punto, lo que debería darnos unas horas de calma y alejarnos de cualquier residuo venenoso. Entonces, Peeta, Johanna y Finnick salen cada, uno en una dirección distinta.

—Doce en punto, ¿no? —dice Peeta—. El extremo del cuerno apunta a las doce.

—Eso era antes de girar — responde Finnick—. Yo me guiaba por el sol.

Mi salvación -Peeta MellarkWhere stories live. Discover now