Prólogo

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Era 283 cuando Eddard Stark sostuvo por primera vez en su vida a los dos pequeños niños de apellido Nieve, que ahora estaban a su cargo.

En su brazo izquierdo sostenía al más tranquilo, un varón que ahora dormía plácidamente, tenía una ligera capa de cabello castaño oscuro, aún no había abierto los ojos, por lo que le era imposible saber su color. Lloraba poco y estaba prácticamente todo el día durmiendo. Era un bebé muy tranquilo, no le daba demasiado trabajo, y agradecía eso.

En su brazo derecho descansaba la primera que había nacido de los dos mellizos, una niña con, a simple vista, el mismo aspecto que su hermano, lo único en lo que se diferenciaban es que en su cabeza podía distinguirse un pequeño mechón de color rubio platino. Ella a diferencia del niño, podía llorar y quejarse por horas, sin parar, parecía nunca cansarse, lo que agotaba a Eddard, que se negaba a dejarles al cuidado de ninguna dama, a no ser que fuese estrictamente necesario. Al contrario de su hermano, si había abierto los ojos, eran de un color gris oscuro. Cuando no lloraba se dedicaba a observar todo a su alrededor con los ojos bien abiertos, solía quedarse perpleja mirando a Eddard, lo que le había robado completamente su corazón.

Los dos estaban envueltos en gruesas mantas de piel para protegerles del frio. Eddard los llevaba pegados a su pecho mientras caminaba entre sus vasallos. No hacia tanto que era el Señor de Invernalia, y aún no se había acostumbrado a ello. Ni si quiera había sido criado para ello, pero tras la muerte de su padre y hermano mayor, el deber recayó sobre él.

Se había casado, en un matrimonio arreglado, con Lady Catelyn de la casa Tully poco antes de que este marchase a la guerra de lado de su amigo y ahora rey, Robert Baratheon. La mujer había dado a luz su hijo, Robb Stark, mientras él no estaba presente y sabía que no tomaría bien la llegada de los dos niños que traía consigo.

Entendía el enfado de su mujer, para nadie sería de buen gusto que su reciente esposo llevase a su casa a sus bastardos, era una deshonra para ella. Pero no podía dejar a los niños a su suerte, eran sangre de su sangre.

Solo Eddard sabía lo preciados que eran aquellos niños, no podía desvelarlo al mundo porque entonces muchos querrían sus cabezas, en especial a quien ahora llamaban rey.

Cualquiera que se tomase el tiempo en observar a la pequeña se daría cuenta de que el fuego ardía en su interior. Estaba destinada a grandes cosas. Rhaenyra Arena, ahora y para siempre conocida como Eilidh Nieve.

Nieve en verano (GoT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora