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Eilidh se despertó de golpe abrumada, una sensación gélida invadió todo su cuerpo. Observó el lugar a su alrededor, no era su tienda en el campamento, estaba rodeada de nieve, no había otra cosa a su alrededor.

No traía su ropa, ni su espada, ni si quiera la daga que su padre le había regalado y que acostumbraba a llevar a todos lados. Estaba completamente desnuda.

Camino a su alrededor con la sensación familiar de caminar bajo la nieve. Llamó a Jon a gritos pero no obtuvo ninguna respuesta, ni si quiera el ruido de algún animal.

Dejó de caminar cuando a sus espaldas sintió una presencia. Giró levemente la cabeza para poder ver por el rabillo del ojo, un caballo del que solo quedaban los huesos y un jinete en sus lomos. El hombre, si es lo que eso era, era de color blanco, parecía estar hecho de hielo. La miró fijamente, aunque la muchacha no estaba segura de que pudiese verla, ni si quiera sabía dónde estaba.

El hombre levantó dio un grito y cientos de personas aparecieron por el fondo, todas con ese aspecto a muerte. Aquel día en el que ejecutaron al desertor le vino a la cabeza, más bien las palabras que dijo antes de que su cabeza se despegase de sus hombros. Habló de los caminantes blancos, afirmó que les había visto, que estaban de vuelta.

Eilidh no sabía si lo que tenía ante ella era cierto, pero no debía de ser un buen presagio.

Avanzó hacia el jinete, tocando la cabeza huesuda de su caballo, ninguno de los dos se inmuto ante su presencia por lo que dedujo que no podían verla. Tocó la piel del jinete, completamente gélida.

Sus ojos de un azul brillante se fijaron sobre ella, lo que le hizo da un paso hacía atrás. Aquellos a los que había llamado estaban a apenas unos metros de ella, y el que parecía ser su líder la señaló, todos aumentaron el paso.

Eilidh comenzó a correr el dirección contraría, era rápida, pero acabarían alcanzándola. Sus pies se enredaron y cayó al suelo. Se levantó a toda velocidad, pero ya los tenía encima. El pánico podía verse reflejado en su mirada y un grito ahogado salió de su garganta.

De un momento a otro, y sin saber como, estaba envuelta en llamas, de su piel salía fuego y cuando trataban de tocarla aquellos seres de deshacían en cenizas. El primer jinete que vio, la observaba molesto desde la distancia, con un rápido movimiento, lanzó una gran lanza en su dirección, no le dio tiempo a moverse cuando se le clavó en el pecho. No paraba de brotar sangre de la herida y su cuerpo se sentía débil, le estaba comenzando a costar respirar y los párpados se le empezaban a cerrar sin permiso.

Antes de que pudiese darse cuenta todo lo que veía era negro, y la sensación de frio fue sustituida por un calor seco típica de los desiertos del continente de Essos.

Eilidh sentía el suave tacto de sedas y cojines bajo su piel, se tomó su tiempo en disfrutar de la agradable sensación de las suaves telas antes de abrir los ojos.

Al hacerlo, observó el lugar a su alrededor. Era un tienda de campamento, pero no tenía nada que ver con las de los norteños. Estaban llenas de telas translucidas y los colores cálidos primaban. Era un lugar exótico para alguien que nunca había salido del Norte.

Sobre su cuerpo caía una tela rosada a formal de vestido, era tan translucida que juraba que cualquiera podía ver todo su cuerpo. No le importaba demasiado ya que estaba en una especie de sueño.

- ¿Qué me han traído los dioses?- una voz masculina a sus espaldas la hizo sobresaltar.

Nerviosa por qué podía encontrarse esta vez ante ella, se giró lentamente hasta ver a un chico unos años mayor frente a ella.
Su rostro era fuerte y afilado, su cabello rubio platinado por los hombros y unos ojos lila, que la dejaron hipnotizada.

Nieve en verano (GoT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora